Traducciónes: inglés
Soy Noelia y hoy quiero compartir con ustedes mi experiencia personal sobre cómo, desde que encontré a Dios y empecé a creer en Jesús, Él fue sanando todo en mí. En este video en particular, les voy a contar cómo cambió mi relación con el hecho de ser mujer.
Antes, cuando no tenía a Dios, sinceramente odiaba ser mujer. Para mí era injusto y sentía que era un castigo haber nacido en este mundo siendo mujer. Aunque suene feo, así lo vivía. Pensaba: «¿Por qué no nací hombre? ¿Por qué me tocó a mí?», porque creía que la vida de los hombres era más fácil, que tenían un rol mucho más sencillo que el nuestro.
Me sentía sin valor, como si fuera menos que los hombres, y prácticamente los odiaba. Claramente, esto me traía muchos problemas. En realidad, sufría por dentro, aunque por fuera trataba de aparentar otra cosa, porque ese odio solo te hace sufrir y te hace sentir separada de todo.
Quería hacerme cargo de todo y no permitía que nadie me diga lo que tenía que hacer, ni mi papá ni mis parejas. Siempre tenía que mandar yo y buscaba demostrar mi igualdad o incluso mi superioridad.
En el fondo, estaba a la defensiva todo el tiempo. No aceptaba ni siquiera un consejo, aunque viniera con la mejor intención. Ya una recomendación de parte de un hombre me caía mal. Me sentía atacada porque pensaba que podía hacer todo sola. Era como: «No me digas tú, porque eres hombre, lo que yo tengo que hacer. ¿Te crees mejor que yo? ¿Piensas que no puedo sola y que voy a depender de ti?»
Era muy orgullosa y necesitaba demostrar todo el tiempo que era mejor que los hombres. Por eso era tan independiente. No está mal que una haga sus cosas en la vida como mujer, pero en mi caso era un exceso. Muchas veces sentía que quería vivir sola aun estando en pareja, porque sentía que el hombre me robaba mi espacio personal o que me quería atacar de alguna manera. No era una actitud normal.
Ahora me doy cuenta de que, para encontrar ese valor que en el fondo sentía que no tenía, descuidé durante muchos años a mi pareja y a mi familia. Trabajaba muchísimas horas fuera de casa, porque cuando uno tiene un vacío emocional, trata inconscientemente de llenarlo con cualquier actividad. Normalmente es el trabajo, un trabajo donde uno encuentra reconocimiento y se siente valorado. Todas las falencias que uno tiene, trata de llenarlas con esa actividad.
Entonces, cuando mis hijos eran chiquitos, los dejaba con alguna niñera conocida o con mi mamá para que los cuiden, y no me daba cuenta de que estaba perdiendo ese tiempo tan valioso. Ya me arrepentí de eso, y lo bueno de seguir a Jesús es que Él te perdona cuando reconoces tus errores, pero hay cosas que no vuelven atrás.
Por eso quiero compartir este testimonio. Si estás pasando por lo mismo o te sientes como yo me sentía, creo que puede ser de ayuda para ti.
Yo también pensaba que las mujeres que estaban en la casa, que limpiaban, cocinaban, planchaban y se ocupaban de todo en su hogar, eran unas tontas. En realidad, era yo la que no les daba valor a las mujeres. No es que los demás no me valoraban a mí, sino que era mi propia percepción de la mujer. Me ocupaba de mi casa, pero siempre trataba de buscar a alguien que lo haga por mí.
Solo quería salir de mi casa, ganar dinero, tener éxito profesional y obtener el reconocimiento que sentía que no tenía. Era algo totalmente desequilibrado. No está mal que una mujer trabaje, pero no puede descuidar su casa y su familia, que es lo más importante.
Pero yo no me daba cuenta de lo que estaba haciendo. Pensaba que el tiempo que estaba en mi casa era suficiente y que estaba haciendo todo bien. Me creía una especie de heroína, una tontería en realidad. Estaba siempre a la defensiva, temiendo que me digan que era menos de lo que yo era.
Pero cuando conocí a Dios, y sobre todo después de recibir el bautismo del Espíritu Santo, el Espíritu fue mostrándome paso a paso todo lo que estaba mal o fuera de lugar y que tenía que cambiar en mi vida. Lo primero que hizo fue mostrarme cuán altiva y orgullosa era. Fue como que Dios me puso un espejo enfrente y me dijo: «Mira, Noelia, esta eres tú. Así estás actuando ahora, y esto no es lo que Yo creé para ti. Yo no te creé así».
Me vi en ese espejo virtual como todo lo contrario a una mujer de Dios, y eso fue un shock para mí. Fue lo primero que cambió en mi vida desde que me convertí. Sentí muchísima vergüenza, no solo por lo que estaba alrededor mío, porque era como verme por primera vez tal como realmente actuaba, sino vergüenza de que Jesús me vea actuar así, de que Dios vea cómo estaba desprestigiando su obra: completamente rebelde y mandona en mi casa.
No dejaba a mi marido tomar decisiones tranquilo. Siempre criticaba todo y ponía todo a mi cargo, tomando decisiones que no me correspondía tomar, buscando tener más control en todos lados. Pero Dios me abrió los ojos y me mostró que estaba actuando completamente al revés de la naturaleza de la mujer que Él ideó.
Él me pedía que sea más humilde y que me ubique en mi lugar, que ocupe la función que tenía y que no estaba cumpliendo, y que lo haga con humildad, con modestia y con contentamiento. Ahí me di cuenta de que era una tontería querer ser algo que no era. Fue un golpe muy fuerte para mí. Era como empezar de nuevo, y me sentía ridícula y fuera de lugar.
Me di cuenta de que no fui creada para lo que estaba haciendo. No solo estaba generando dolores y ausencias en mi familia, sino que tampoco lo estaba glorificando a Dios. En cuanto a la función, no estaba actuando como una mujer verdadera, sino como un hombre en el cuerpo de una mujer.
Me di cuenta de que era una marioneta del diablo al no querer cumplir la función que Dios me dio. De hecho, este es el trabajo del espíritu de Jezabel y de otros espíritus inmundos, que siempre tratan de tergiversar la obra de Dios, de destruir su creación, de trastornarla, de lograr que hagamos todo lo contrario a lo que Dios quiere que hagamos, y de que las criaturas no queramos ser lo que somos.
El diablo busca que nos rebelemos igual que lo hizo él, y recién cuando encuentras a Dios te das cuenta de que estos espíritus inmundos influyen en tu vida, también en la parte de la seducción.
Era muy seductora. Todo el tiempo andaba vestida de forma bastante estrafalaria, con animal print, excesivamente pintada como una puerta y buscando ropa provocativa. Hacía todo lo que fuera necesario para manipular al otro. No lo hacía a propósito y no me daba cuenta de que estaba dejándome manipular por el mal.
En ese punto tuve que aprender cómo ser mujer. Empezaron a surgir preguntas nuevas, por ejemplo: «¿Para qué vine a este mundo siendo mujer? ¿Cómo creó Dios a la mujer? ¿Qué funciónes tenemos? ¿Cómo cumplo esas funciones?»
Lo bueno es que Dios nunca te deja sola. La guía del Espíritu Santo te va marcando el camino. La oración y leer la Biblia todos los días te van dando respuestas. Te sientes respaldada, apoyada y cuentas con su compañía. Él no te suelta la mano en ningún momento.
Cuando dispones tu corazón a Dios, Él se encarga del resto. No es que debes estar pensando: «Bueno, ¿y ahora qué sigue?», sino que Él te va mostrando todo en su inmensa misericordia.
Aprendí y entendí que las mujeres no somos menos importantes que los hombres, sino que somos diferentes. Tenemos otras emociones, otro cuerpo, y una función distinta en la tierra, pero ante los ojos de Dios somos iguales en dignidad e importancia. Sin embargo, muchas de nosotras no sabemos valorar lo que significa ser mujer.
Yo tampoco sabía valorar la modestia, la humildad, la simpleza. No encontraba belleza en lo simple o en las mujeres tranquilas, caseras, que no buscaban llamar la atención. Era como que no entendía, no aceptaba y no disfrutaba de esa parte femenina.
Dios claramente me estaba mostrando que algo no estaba bien y que tenía que hacer algo al respecto, porque la última decisión, el libre albedrío, es nuestro. Entonces me dije a mí misma que quería convertirme en el tipo de mujer que le agradaba a mi Señor, que Él me estaba pidiendo que sea, y le pedí que me enseñe, porque no sabía cómo hacerlo.
Era como empezar de nuevo, con una persona nueva que estaba naciendo dentro de mí. Fue un proceso doloroso que lleva su tiempo, porque es una verdadera batalla interna. Pero de la mano de Él, todo se puede lograr, sanar y mejorar.
Tenía como dos voces. Por un lado, el orgullo me decía: «¿Pero cómo vas a cambiar si estás bien así? ¿Cómo te vas a dejar aconsejar si lo sabes todo? Si dejas de manejar la casa o de tomar todas las decisiones, ¿qué va a pasar? Se va a venir todo abajo.» Eran pensamientos propios de una mujer manipuladora que quiere controlar todo, que necesita estar por encima de todos y que no tiene nada de humildad. Ese era mi caso.
Pero por otro lado, escuchaba la voz de Dios, que me decía: «Tranquila, no tengas miedo. Yo te voy a sanar. Dame tu mano y vamos juntos.» Me aferré a la mano de Jesús y empecé a pensar en Él y a leer todo lo que hacía en el Nuevo Testamento.
Esa era mi arma principal, porque veía la humildad impactante que Jesús tenía cuando vino a la tierra para humillarse de semejante manera. Yo lo miraba a Él, que es nuestro ejemplo, y pensaba: «Si Él, siendo Dios, lo hizo y no se quejó de lo que el Padre le dio para hacer en la tierra, ¿cómo no voy a poder lograrlo yo, que soy una mujer? Ridículo.»
Así empecé a cambiar. Muchas cosas comenzaron a transformarse en mí. No fue forzado, pero sí fue una elección, porque mejorar siempre es una elección.
Dios te puede tocar, te puede llamar y mostrarte algo, pero la decisión final siempre la tienes tú. A partir de ahí, uno mismo tiene que poner su parte. No es cuestión de esperar que Dios nos cambie y listo. Nosotros tenemos que poner nuestro esfuerzo.
Así que todo empezó a cambiar, gracias a Dios, y empecé a ocuparme más de mi casa. Empecé a disfrutar más de estar en el hogar, y ahora prácticamente quiero estar más en mi casa que afuera. Estoy contenta porque disfruto hacer las cosas del hogar. No está mal salir y trabajar para una mujer, pero lo que yo hacía era un desequilibrio.
Aprendí a cocinar mejor y trato de hacer las cosas yo misma, como limpiar y planchar. Ahora soy más celosa de mi casa. No tengo muchas ganas de que venga otra persona y me ayude con las tareas, al menos no en este momento, porque siento que tengo que pasar por esto yo, que tengo que hacerlo yo, que me corresponde a mí.
No digo que está mal tener a alguien que nos ayude, porque depende de la situación que está atravesando cada mujer, pero en mi caso, ahora disfruto de todas las cosas que antes no pude disfrutar.
También entendí lo importante que es para los niños llegar a casa y sentir ese olor tan especial que solo está cuando la mamá está presente: el del almuerzo que los espera o el de la merienda que les preparaste por la tarde y sentarte con ellos. Ellos sienten que pusiste tus manos y tu tiempo para esperarlos con la casa ordenada y limpia, y con su ropa preparada. La presencia de la madre en el hogar no se reemplaza con nada.
Antes pensaba que alguien tenía que encargarse de hacer las cosas y listo. Era como un trámite para mí. Pero entendí que las prioridades son otras: primero están ellos, la familia. Y después, con el tiempo que queda, sí puedo trabajar o hacer algo, pero no en exceso ni dejando a la familia de lado.
También cambiaron las cosas con mi marido. Ahora lo miro con otros ojos y lo respeto más. Es como descubrir un tipo de amor que antes no conocía. Lo amaba, pero ahora es un amor más sano. Es como poder relacionarte con tu pareja de una manera menos conflictiva. Ya no estás buscando todo el tiempo defender algo, y todo se vive con más calma.
Problemas siempre habrá, quizás algunas diferencias, pero cuando Dios está en medio de una pareja, cuando Dios habita en la casa de una familia, las cosas se trabajan de forma más saludable y todo se vuelve más liviano, y se disfruta más.
Lo más lindo de todo es que en Dios encontré el valor que antes no sentía que tenía. Desde que conozco a Dios me siento valorada, como si fuera algo muy preciado. Entendí que la creación de la mujer aporta todo lo que le faltaba a la naturaleza humana y que no lo tiene el hombre. Así empecé a valorarlo y me sentí mucho mejor que antes.
Realmente descubrí que Dios ama a las mujeres. Lo que Él no ama es aquello que los espíritus nos llevan a hacer en contra de su reino, pero Él ama a las mujeres y también a los hombres.
Aprendí a ser más modesta, a comprar menos, a gastar menos y a valorar más las cosas, sin pasar necesidad, pero también sin caer en excesos innecesarios. Este punto en particular es un tema para nosotras, las mujeres, porque a veces el deseo de comprar se convierte en un vicio. Y, al igual que el trabajo lo fue para mí, también puede ser una forma de llenar un vacío emocional.
Pero ninguna cosa material va a llenarte emocionalmente si Dios no está en tu vida. Cuando encuentras a Jesús, Él empieza a llenar todos tus vacíos, y la figura de Dios Padre te abarca. Él sana y remienda todos tus puntos débiles, y eso ni toda la plata del mundo, ni toda la ropa, ni todos los accesorios para las mujeres lo pueden reemplazar. Nada de eso vale ni cinco centavos comparado con lo que uno siente al tener a Dios.
Algo muy importante es que aprendí a amar a los hombres. Me di cuenta de que antes simplemente los rechazaba, no los entendía realmente ni compartía su manera de ser. Empecé a comprender su naturaleza, sus reacciones y sus razones, y a darles más espacio para ser quienes son, sin presionar ni exigir todo el tiempo.
Antes le decía a mi esposo: «¿Por qué no haces esto? ¿Por qué no haces aquello? ¿Ves cómo eres?», y le hacía todo tipo de reproches, la mayoría sin fundamento.
Aprendí que los hombres llevan su propia carga y grandes responsabilidades. Están en una posición de mando y deben tomar decisiones importantes. Son la cabeza del hogar, dirigen la familia y, muchas veces, también el trabajo. Son el sostén económico principal del hogar y, en muchos casos, también el emocional. Solo por el hecho de ser hombres, cargan con todo eso.
También entendí que no es que el hombre no quiera hacer las tareas del hogar que realizamos nosotras, sino que, en general, no está en su naturaleza enfocarse en eso, salvo que haya algún desorden en su masculinidad. Simplemente, Dios no lo creó para eso. No es lo que suele estar en su mente ni en lo que pone su atención.
En su inmensa sabiduría, Dios nos hizo diferentes. A ellos no les sale naturalmente hacer las cosas de la casa. No es que no lo hacen porque sean malos o quieran hacernos la vida imposible, sino que a veces simplemente no son tan detallistas con las tareas del hogar como nosotras quisiéramos.
Por ejemplo, antes le decía a mi pareja: «¿Por qué no me ayudas con las cosas de la casa? ¿Por qué no hiciste esto? ¿Por qué dejaste aquello allá?» Ustedes me van a entender lo que quiero decir. Pero es que a ellos simplemente no les sale. Nosotras pensamos en nuestro nido, en nuestro hogar, en cómo debe estar bien arreglado, mientras que ellos piensan principalmente en cómo traer el alimento al hogar.
Ellos son así por naturaleza y no están todo el tiempo pensando: «Voy a doblar la ropa y guardarla en su lugar.» No digo que no puedan hacerlo, pero su mente no está enfocada en eso, porque Dios no les dio esas herramientas ni los inspira en esa dirección. Están concentrados en otras cosas, y eso antes no lo entendía. Sin darme cuenta, quería que los hombres sean como las mujeres y que las mujeres sean como los hombres.
Ahora me siento más equilibrada, más plena, más relajada y, al mismo tiempo más fuerte, porque ya no tengo que luchar constantemente contra la corriente para ser alguien que no soy, como antes. Ya no necesito esforzarme por encontrar mi valor. Ya no siento que tengo que encargarme de todo, como antes creía.
También aprendí a confiar más en mi esposo. No soy perfecta y me falta un montón, y este es un camino que nunca termina, porque cuando entramos en los caminos de Dios, Él nunca deja de enseñarnos. Pero cuando buscas cada día obedecer a Dios, las cosas se vuelven más posibles y te sientes mejor.
Ahora, las decisiones importantes de la casa, si bien las charlamos y mi esposo me pregunta mi opinión como en una pareja armónica, normalmente prefiero que las tome él. Pero esto me llevó un tiempo. Al principio, me costaba mucho confiar en él, porque estaba acostumbrada a decidir todo y pensaba: «Si lo dejo tomar las decisiones, se va a equivocar. Si yo no estoy, todo va a salir mal.»
Pero Dios me mostró que, cuando confío en mi esposo, todo sale mejor, porque él es una persona que tiene a Dios y toma decisiones basándose en su Palabra, así que no se equivoca. Y como ahora tampoco lo estoy presionando todo el tiempo para que haga todo a mi manera, me imagino que él también se siente más libre y relajado para tomar decisiones.
También aprendí a dejarme amar por mi esposo, cuando antes siempre ponía una barrera delante mío y estaba constantemente a la defensiva. Aprendí a dejarme abrazar, a dejarme tratar bien, a disfrutar de esa contención, a ser sostenida por un hombre y a no intentar sostenerlo todo yo, como antes.
Como resultado, eso trajo mucha más armonía: armonía interior en mi casa, y armonía exterior en mis relaciones familiares, laborales y en todos los aspectos. Es como que todo se acomoda. Y la verdad que descubrí es que las mujeres somos tan hermosas cuando simplemente somos lo que somos. Una criatura es tan linda cuando es lo que fue creada para ser y no quiere ser algo que no es.
Quisiera que a todas nos pase lo mismo, que podamos disfrutar de lo que Dios me mostró y de lo que estoy disfrutando ahora. Para mí —y creo que para cualquiera que conoce a Dios y sigue a Jesús— la motivación más grande para querer ser mejor es el amor a Dios.
Amo a mi Padre y amo a su Hijo, y el respeto que siento por ellos es muy grande. Quiero que Él vea en mí que busco, que pienso, que vivo y que pongo en práctica lo que me enseña en sus Escrituras o lo que me va revelando el Espíritu Santo.
Esto no lo hago para que me vean los demás, sino porque nace en mí una necesidad de cambiar, una semilla que Dios mismo puso en mi corazón. Es como una respuesta que le doy a Él.
Me di cuenta de que para el Señor la mujer de Proverbios 31 es una mujer especial y de gran estima, y quiero ir por eso. Quiero ser esa mujer. Estoy convencida de que, a través de la obediencia a Él, se pueden lograr muchas cosas, porque para mí amarlo es obedecerlo, y obedecerlo es amarlo. Eso resume mi motivación.
[Proverbios 31:10-31] Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal todos los días de su vida. Busca lana y lino, y con voluntad trabaja con sus manos. Es como nave de mercader; trae su pan de lejos. Se levanta aún de noche y da comida a su familia, y raciona a sus criadas. Considera la heredad, y la compra, y planta viña del fruto de sus manos. Ciñe de fuerza sus lomos, y esfuerza sus brazos. Ve que van bien sus negocios; no apaga su lámpara de noche. Aplica su mano al huso, y sus manos a la rueca. Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al needy. No teme por su familia cuando nieva, porque toda su familia está vestida de ropas dobles. Ella se hace tapices; de lino fino y púrpura es su vestido. Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra. Hace telas y vende, y da cintas al mercader. Fuerza y honor son su vestidura; y se ríe de lo por venir. Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua. Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde. Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba. Muchas hijas han hecho el bien; mas tú sobrepasas a todas. Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, esa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos.
Si no conoces a Dios y te sientes incómoda con tu figura o con tu papel como mujer, si tienes problemas en tus relaciones personales con los hombres, te puedo asegurar que, si buscas a Dios con un corazón sincero, Él puede sanar tu corazón y la percepción que tienes de ti misma, y también la que crees que los demás tienen de ti. Él puede sanar tus relaciones y tu autoestima a través de su Hijo Jesús. Dios no piensa como nosotros, y para Él no hay imposibles como sí los hay para nosotros.
Seguir a Jesús es sinónimo de ganancia. Puedes perder aquello que te hace mal, pero ganas cosas eternas, que no se comparan en valor con las superficiales que el mundo ofrece. Puedes encontrar plenitud y paz, porque en Él todo se acomoda, toma la forma que corresponde y ocupa el lugar exacto, como las piezas de un rompecabezas perfecto y maravillosamente hecho, como la creación de Dios.
Sin embargo, solo cuando cada pieza de una familia está en su lugar se puede apreciar la belleza de ese rompecabezas. Es como una máquina que, cuando cada parte está donde debe y funciona bien, puede trabajar al máximo de su potencial. Así es como me siento ahora.
Puedo asegurarte que, si oras a Dios, aunque no lo conozcas, Él te va a responder. Puedes orar y hablar con Él como con un amigo al que le pides ayuda.
La lectura de la Biblia, junto con la guía del Espíritu Santo, puede ir enseñándote y sanándote, como hizo conmigo. Te da fuerzas para tomar decisiones correctas, cambiar tu vida y volver a empezar. Te recomiendo que leas primero el Nuevo Testamento para conocer la vida de Jesús, porque Él es nuestro ejemplo.
Espero que este testimonio les haya ayudado. Sé que hay muchas mujeres que están pasando por momentos muy complicados y que es difícil salir adelante, pero por experiencia te comparto todo lo que Él fue cambiando y sigue cambiando en mí, para que tengas esperanza y sepas que Él obra en nosotros.
Lo único que tenemos que hacer es decirle a Jesús: «Sí, yo creo en ti y quiero seguirte», y abrirle el corazón, la mente y el alma, entregándole lo que somos, tal como estamos, para que Él obre. Y Él se va a encargar de sanar todo lo que no funciona en tu vida.
Ahora voy a decir una oración final:
Padre, vengo a ti para agradecerte por todo lo que hiciste en mí. Gracias por tu guía y por tu inmensa sabiduría, por darme paz y enseñarme a vivir conforme a tu Palabra, donde al fin puedo descansar. Te pido por mis hermanas que aún no disfrutan de esta libertad que me diste a mí. Te pido que las inspires, que las guíes y les muestres el camino que deben seguir para poder sanar como mujeres. Te pido que uses este video para que llegue a quien tenga que llegar y dé esperanza. Gracias, Padre, por permitirme compartir nuestra relación con otras mujeres. En el nombre de Jesús, amén.
Si no conoces a Dios, pero quisieras acercarte a Él, voy a decir una oración y puedes repetirla después de mí. Relájate, hazlo con fe, y Él se va a encargar del resto. Puedes hacerlo como quieras. Para orar no es necesario poner las manos de una forma especial, cerrar los ojos ni nada en particular. Puedes hacerlo como lo sientas, porque en Dios hay libertad, pero siempre con respeto.
Señor, aún no te conozco, pero quisiera hacerlo. Reconozco que hay muchas cosas que andan mal en mi vida y ya estoy cansada del camino y de equivocarme. Me faltan las fuerzas y no encuentro una salida. Ahora entiendo que no puedo seguir sola, y en este momento te entrego mi corazón y mi vida para que, si Tú quieres, las restaures.
Perdóname, Señor, por mis errores. Te invito a mi casa, Señor, y también a tu Hijo, Jesús. Ayúdame a entenderte. Quiero conocerte. Ayúdame a entender tu creación y tus caminos. Sáname, por favor. Enséñame a ser mujer, para poder descansar en ti. Gracias, Señor. En el nombre de Jesús, amén.