El Señor los bendiga y los guarde en este 7 de febrero del año 2025. Estoy aquí nuevamente para entregar un mensaje profético a la Iglesia del Señor Jesucristo, un mensaje específicamente para aquellos que sirven a Dios, para aquellos que participan del altar. El Espíritu de Dios dice así:
Amados míos, Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último, el que nació, estuvo muerto y volvió a vivir, el resucitado de los muertos, el invencible, el que no se puede corromper, el que no se puede doblar. Yo soy como un acero tan resistente que ningún fuego lo puede torcer, que ninguna mano de hombre puede doblar.
Ustedes, hijitos, dice Jesús, tienen que entender a quién están sirviendo, que no son servidores de hombre ni de mujer, sino del Hijo de Dios. Hoy les hablo a mi pueblo porque quiero rescatarlos de las consecuencias que van a tener que enfrentar si no toman en serio las cosas del ministerio, dice el Señor.
Hoy les hablo porque los amo tanto, dice el Señor, tanto como para haber entregado mi propio cuerpo en sacrificio vivo para rescatarlos. Y por eso hoy estoy aquí, para hablarles de la importancia de que tomen en serio las cosas ministeriales.
Ciertamente, dice el Señor, muchos de ustedes me están sirviendo y tienen sus manos activas en el Templo de Dios. Pero también es cierto que, en muchos casos, sus corazones están lejos de mí. Me sirven, pero no porque me aman. Muchos de ustedes están cansados de servirme y no se han dado cuenta de hasta qué punto este cansancio ha llegado.
Yo (Noelia) estoy sabiendo que el punto al cual ese cansancio los ha llevado es a pecar, en muchos casos sin darse cuenta de que están pecando.
Porque cuando ustedes rechazan el servicio, dice el Señor, me están rechazando a mí. Cuando ustedes desprecian hacer aquello a lo cual los he llamado, dice el Señor, me están despreciando a mí. Cuando ustedes dicen que no quieren seguir porque están tan cansados, lo que se traduce de esas palabras es que están cansados de mí.
Hijitos, dice el Señor, no se están dando cuenta de que estas raíces de amargura están creciendo en sus corazones y lo están llenando todo. Antes ustedes no eran así, dice el Señor a muchos que empezaron entusiasmados.
Pero cuando vieron que el ministerio no era fácil, que el servicio era tan difícil, tan sacrificado, que les costaba literalmente todo, comenzaron a rechazar la obra, sin darse cuenta de que lentamente empezaron a odiar las cosas que una vez amaron y a desear en sus corazones que nunca los hubiera llamado.
Se pusieron en el lugar del juez, dice el Señor, diciéndome: «¿Por qué me elegiste a mí y no a otro?», tal como hizo mi siervo Moisés cuando lo llamé.
[Éxodo 4:13 RVR1960] Y él dijo: ¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.
Pero el hombre no es el que elige, sino Yo, que elijo al hombre. El hombre no es el que escoge a quién llamar o si tiene que dejarse llamar o no, sino su Creador. Y cuando ustedes dicen que ya no quieren más hacer lo que están haciendo para mí, están rechazando a ese Creador que los hizo para cumplir ese propósito para el cual fueron hechos.
Hay algunos de ustedes que han llegado a un punto tan grave que están actuando de manera similar a los sacerdotes del Antiguo Pacto, quienes entregaban sacrificios a Dios y cumplían con la ley, pero ofrecían animales imperfectos. Y no solo eso, sino que decían: «Qué fastidio hacer esto continuamente. Cumplir con la ley nos es pesado».
No cumplían con la ley ofreciendo esos sacrificios con un corazón genuino, sincero, entregado, con gozo, con alegría, con dedicación. Lo hacían, pero lo hacían de mala gana, sin querer hacerlo.
Mientras esos sacerdotes que servían en el templo me estaban obedeciendo, dice el Señor, mientras por fuera se los veía tan limpios, ordenados, correctamente vestidos, lavados, por dentro sus corazones lo único que querían era terminar de hacer lo que estaban haciendo para irse a descansar o hacer algo que les diera algún tipo de deleite y que no tuviera que ver con las cosas del ministerio.
[Isaías 29:13 RVR1960] Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado.
Muchos de los sacerdotes detestaban cumplir con esas reglas y, mientras estaban sirviendo a Dios, pensaban en sus corazones: «¿Hasta cuándo vamos a tener que hacer estas cosas?». Ellos hacían lo que tenían que hacer, cumplían con lo que tenían que cumplir, pero por dentro rechazaban ese servicio al Señor. No veían la hora de terminarlo.
El Espíritu Santo me revela ahora que muchos de ellos detestaban ser sacerdotes y pensaban en sus corazones: «Me hubiera gustado que me toque otra cosa».
El Señor me está diciendo que muchos de ustedes son iguales que esos sacerdotes, que hacían lo que tenían que hacer y cumplían con su llamado, pero en sus corazones detestaban lo que estaban haciendo, y no se están dando cuenta de lo que están dejando crecer en sus corazones.
Sin embargo, dice el Señor, para aquel que no cuidó lo que se le había dado, que no lo honró, no lo amó y no lo respetó, y a quien ya se le concedió un tiempo de gracia para corregirse y arrepentirse de haber detestado ese llamado, trabajo o servicio, llega un tiempo en que lo que se le ha dado le es quitado y entregado a otros, así como le fue quitado el reino a Saúl y entregado a David.
Este es un ejemplo para muchos de nosotros: si no dejamos de deshonrar el ministerio que Dios nos ha dado, si no dejamos de detestar lo que el Señor nos llama a hacer y no comenzamos a tomarlo en serio, dándole el valor que realmente tiene; si no reconsideramos hacerlo con un 100% de entrega y de todo corazón, porque es para el Señor y no para los hombres, entonces lo que un día se nos dio nos va a ser quitado y entregado a otros, que sí lo van a valorar, que sí lo van a respetar, que sí lo van a honrar y que lo anhelan de todo corazón.
[1 Samuel 15:27-28 RVR1960] Y volviéndose Samuel para irse, él se asió de la punta de su manto, y este se rasgó. Entonces Samuel le dijo: Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú.
Lo que Samuel le habló a Saúl en ese momento por causa de su desobediencia puede equipararse a lo que el Señor les está diciendo hoy en día a muchos que están obedeciendo la voz de Dios, pero que no lo están haciendo de todo corazón y no lo están amando.
El Espíritu me muestra que hay algunos de ustedes que sienten asco por esa obra, que ya están asqueados: asqueados de ministrar, asqueados de pastorear, asqueados de responder mails de las personas que piden ayuda, consejo o ministración; asqueados de que algunos de ellos responden al consejo y obedecen y cambian por un tiempo, pero después se vuelven atrás.
Hay muchas razones por las cuales muchos de ustedes están asqueados del ministerio y están pensando que este es un estado normal por el que uno puede pasar cuando está en un ministerio.
Cuidado, dice Dios, porque no es normal lo que te está pasando. No es normal dejar crecer esa raíz de amargura en tu corazón como lo estás haciendo, y si no reaccionas y haces lo que tengas que hacer para salir de ese estado de asco por el ministerio, van a venir consecuencias.
A muchos el Señor directamente los va a cortar.
Yo estaba viendo a muchos de ustedes cansados de profetizar por causa de lo que acarrea entregar mensajes proféticos cuando estos no son fáciles de entregar, cuando no son normalmente bien recibidos, cuando lo que provocan es rechazo, soledad, heridas, traiciones.
Estoy viendo a muchos de ustedes que están asqueados de hablar de parte de Dios. Estoy viendo pastores que quieren renunciar a sus ministerios, que están pensando seriamente en cerrar sus congregaciones que Dios mismo los mandó a abrir.
Estoy viendo hombres y mujeres que ya no quieren abrir sus computadoras para revisar los mails que les han llegado de la gente que pide ministración de parte de ellos. Estoy viendo a muchos de ustedes que ya no quieren sostener ese ministerio a través del ayuno y de la oración, y dicen: «Estoy cansada de ir a orar. Estoy cansado de ayunar. Estoy cansado de la guerra espiritual. ¿Para qué seguir?», y se están olvidando del para qué, del para quién, y se están corrompiendo.
Reaccionen, dice el Señor.
Estoy hablando de distintos tipos de servicios. Estoy hablando de los que ayudan, de los que administran para el Reino de los Cielos, de los que sanan, de los que hacen milagros. Estoy hablando de los apóstoles, maestros, pastores, evangelistas y profetas.
Estoy hablando de los que ayudan a los pobres, de los que ministran liberación o sanidad del alma, dice el Señor. Estoy hablando de los que respaldan a ciertos ministerios, de los que ayudan con las redes sociales de ciertos ministerios.
Estoy hablando de personas que han puesto sus manos al servicio de la obra, ya sea como cabezas o líderes, pero también como alguien que ayuda a ministerios grandes o que forma parte de equipos ministeriales.
Yo estoy viendo a muchos que ya están hastiados de realizar ese trabajo. Y el Señor me dice que sus siervos se tienen que arrepentir, porque si no se arrepienten, este es un tiempo donde ya se termina un espacio de gracia para esperar a que estas personas recapaciten, cambien, entiendan e inclusive reciban sanidad y liberación de lo que les faltaba, para poder continuar con esos ministerios que Dios les había dado y no han hecho lo que tenían que hacer.
A muchos de ustedes el Señor les había dicho que necesitaban sanidad, que necesitaban oración para liberación, que necesitaban edificarse más en la Palabra, que necesitaban guardar sus muros, vigilando por las noches y por las madrugadas, que tenían que desarrollar el don que Dios les había dado, que tenían que ser buenos administradores de todo lo que Dios les había dado para servirlo, y no lo hicieron, o no lo hicieron en el nivel en que lo necesitaban.
Y hace años que Dios les viene hablando a muchos de ustedes. Hijito, hijita, te entiendo, te decía el Señor. Yo te puedo sanar. Yo te puedo enseñar. Yo te puedo mostrar. Yo te puedo preparar. No te hace falta nada. Solamente tenés que creer en mí y obedecerme, te decía el Señor, y Yo voy a hacer el resto en el camino.
Solo quiero que me sirvas y que no seas una boca cerrada. Solo quiero que te muevas y que no te quedes quieto, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Te estoy llamando a que me sirvas. No vuelvas atrás. No te quedes quieto en la silla de tu congregación. Te quiero activo, te decía el Señor.
El Señor tuvo paciencia contigo por años y años, esperando ese momento en el que finalmente lo que hacías para Él lo hagas con alegría y con una dedicación genuina, por más que lo que hacías ciertamente conllevaba dolor, aflicción, sacrificio, entrega, por más que ciertamente quizás tenías que transpirar para correr esa carrera.
El Señor te esperó, el Señor te instruyó, el Señor te explicó, el Señor te perdonó tantas veces, pero hay un tiempo para todo.
[Hebreos 12:15 RVR1960] Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.
Este mensaje quiere decir, en parte, que para los que ya tuvieron un tiempo de gracia muy extendido y con muchas oportunidades, en este tiempo se termina esa gracia, porque dejaron que esas raíces de amargura sigan creciendo, estorbando y llenándolo todo, y se contaminaron. Y muchos comenzaron a pecar.
Dejaron de guardarse en su santidad. Dejaron de ser un vaso realmente consagrado, guardado y separado para el Señor, únicamente para Él. Se prostituyeron por causa de dejar crecer esa raíz de amargura. Dejaron de amar a su esposo como el único esposo y empezaron a hacer cosas que antes ya habían dejado de hacer.
Esto ocurrió por causa de este cansancio, por causa de ese asco y hastío del servicio, por causa del dolor no sanado y de las heridas no vendadas, por no ir al cuarto de oración y dedicarle a Dios el tiempo que el Espíritu Santo les estaba diciendo que le dediquen para recibir sanidad de esos golpes que ciertamente se reciben en el ministerio.
Muchos empezaron a detestar la cruz que llevaban, me dice el Espíritu Santo. Comenzaron gozosos de llevar esa cruz y después empezaron a odiarla y a querer sacársela de encima por causa de lo que conlleva llevar esa cruz. Empezaron a amar sus vidas en vez de odiarlas y volvieron atrás.
[Mateo 10:38-39 RVR1960] El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.
Y lo peor de todo es que muchos no se dieron cuenta de lo que empezó a suceder, de lo que siguió desarrollándose y del punto en que están hoy.
Cuando el Señor les entrega una palabra profética para alguien y ustedes reniegan, no se están dando cuenta de que estas quejas contristan al Espíritu Santo de Dios.
Una vez, dos veces, tres veces, un tiempo, algunos años inclusive, el Señor te va a perdonar. El Señor te va a esperar, te va a preparar, te va a explicar mientras recibes sanidad y liberación, mientras eres edificado.
Pero hay un punto en donde ya tienes el conocimiento que necesitas, donde ya recibiste sanidad, donde ya maduraste espiritualmente, y eres como una manzana que está lista para sacar del árbol y comerla, y el Señor espera que en ese punto dejes de quejarte y seas alguien que trabaja para el Reino de los Cielos, honrando ese trabajo, agradecido por ese trabajo que Dios te dio.
Muchos de nosotros somos empleados del Reino de los Cielos. El Señor es nuestro jefe. Él nos llamó y Él nos eligió para este trabajo, como cuando un jefe mira los currículums y dice: «Voy a elegir a esta persona porque me gusta su currículum». Es el jefe el que elige al empleado.
El empleado comienza alegre porque encontró un trabajo y dice: «Qué bueno. Al fin me dieron trabajo. Estoy contento de trabajar. Estoy entusiasmado». Pero, cuando pasa el tiempo y se da cuenta de que ese empleo era tan difícil, empieza a desgastarse y a cansarse. Y cuando no sabe administrar sus emociones, sus heridas, su cansancio y otras cosas más, empieza a odiar ese trabajo que una vez amó.
Este es el caso de muchos de ustedes, me dice el Señor. Cuando comenzaron la obra, la amaron. Estaban agradecidos, como alguien que dice: «Wow, me elegiste a mí para hacer esto. No lo puedo creer. De tanta gente, yo soy seleccionado, yo soy el elegido para hacer esto. ¿En serio?». Estaban agradecidos y contentos, como un niño al que se le entrega un tesoro preciado.
Pero, con el tiempo, ese entusiasmo se borró y empezaron a renegar de ese servicio, de ese trabajo. Empezaron a dejar de agradecer por ese llamado. Empezaron a detestarlo. Se amargaron y se volvieron serios. Ya no alabaron más a Dios por lo que Él les había dado. Cumplieron, quizás, pero detestando a su jefe y deseando que su jefe nunca los hubiera empleado.
Yo veo en una visión que llega un tiempo donde el jefe dice: «Este empleado mío, que una vez vino tan contento y tan dispuesto, tan dedicado a servir en esta empresa, ya no tiene la misma actitud que antes. Este empleado pasó de agradecerme por ese trabajo que le concedí a odiarme, porque cada vez que llega a la empresa me mira con un desprecio, y me doy cuenta de que ya ni me quiere ver a la cara».
Entonces, el jefe comienza a pesar estas cosas en su balanza de justicia y dice: «No es justo que este puesto lo siga teniendo este empleado cuando hay cientos de personas que lo desean, que podrían hacerlo mejor y con una actitud agradable, que me traiga el gozo que este empleado me traía antes».
Esta es la situación en la que muchos de ustedes están en este tiempo, y lo peor de todo es que quizás no se estaban dando cuenta del nivel al que esto estaba llegando hasta que están escuchando esta palabra.
[Mateo 25:29 RVR1960] Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
El Espíritu Santo me dice que a muchos de ustedes el Señor les advirtió por sueños que no estaban valorando lo que Dios les dio.
Hay personas que recibieron el don de discernimiento de espíritus y, al recibirlo, recibieron la facultad de discernir distintos movimientos espirituales en personas y en lugares. Así, comenzaron a discernir los demonios en las personas, en los ambientes, en las ciudades, en los países.
Pero odiaron este don. No querían ver lo que el don de discernimiento de espíritus les permitía ver, y entonces le dijeron a Dios: «Yo no quiero ver estas cosas. ¿Por qué me haces sufrir de esta manera? ¿Por qué tengo que ver estas cosas? Sacame esto, por favor».
No quisieron o no supieron entender que el Señor les había dado este don para usarlo en su Reino, para que, viendo lo que los ojos carnales no pueden ver y teniendo esa información, pudieran hacer algo para destruir el reino de las tinieblas y establecer el Reino de Dios en la tierra. Desecharon los dones espirituales que Dios les dio.
Otros recibieron el don de lenguas, pero como no era el don que habían pedido, se quejaron cuando lo recibieron. No lo usaron, no lo desarrollaron y lo trataron con menosprecio, diciendo: «Ay, pero yo no quería el don de lenguas. ¿Para qué sirve eso si no lo entiendo? Yo quería el don de profecía. Yo quería el don de ciencias y el don de sabiduría. Yo quería hacer milagros o sanidades», y despreciaron una piedra preciosa que el Rey les había dado como un regalo inmerecido.
Y así con los distintos dones espirituales, llamados y operaciones que el Espíritu Santo también les había dado, y no se dieron cuenta de que, haciendo esto, no solo despreciaron lo que se les había dado, sino también a la fuente de estas cosas, que es el Rey.
[Lucas 19:14 RVR1960] Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que este reine sobre nosotros.
A muchos de ustedes el Señor los llamó como atalayas. El Señor les mostró en sueños, visiones y profecías lo que viene, para anunciar a los hermanos, tal vez a un grupo de cristianos, tal vez a una congregación, tal vez a masas de gente más grande, o inclusive a naciones. Pero ustedes despreciaron este llamado.
El Señor les concedió muchos sueños proféticos de lo que va a suceder en estos últimos días para avisar a la gente, para que quizás se preparen, se salven, se vuelvan sus corazones al Señor, y ustedes no hicieron nada con esos sueños. No los escribieron, no los grabaron, mucho menos los compartieron. Se los guardaron, los desecharon, y algunos inclusive trataron de olvidarlos.
¡Desagradecidos!, dice el Señor.
El Señor me vuelve a repetir que para algunos el tiempo de gracia en este área se les ha terminado, y lo que ellos no quisieron hacer, el Señor va a llamar a otras personas para que completen ese trabajo. Porque la obra del Reino se va a completar 100%, de la A a la Z. La obra se va a cumplir, ya sea a través tuyo o a través de otro.
El problema es que más vale que el Señor no te encuentre a vos rechazando y siendo un siervo negligente. La Biblia dice que los que no multiplicaron sus talentos, por miedo, por ejemplo, serán llamados siervos malos y negligentes y echados en las tinieblas de afuera. Que no te pase esto.
[Mateo 25:28-30 RVR1960] Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
[Mateo 21:43 RVR1960] Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.
[Mateo 21:19 RVR1960] Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera.
Así como el Señor Jesús vio que la higuera no produjo higos y la maldijo para siempre, lo mismo puede hacer con algunos que, sabiendo dar fruto, no lo dan; que, teniendo que dar fruto, no lo quieran hacer. El Señor Jesús no solamente maldice higueras, Él también puede maldecir a la gente.
Por más que sé que va a generar controversia, lo que estoy diciendo ahora es lo que me está diciendo el Espíritu Santo que diga.
Yo puedo bendecir y Yo puedo maldecir, dice el Señor. Yo puedo maldecir lo que algún día bendije. Aquellas manos que alguna vez bendije de semejante manera para que, a su vez, bendigan a otros y sean fructíferas, también las puedo maldecir si no producen el fruto que deberían producir, dice el Señor.
Por lo tanto, no se confundan y no dejen de alcanzar la gracia de Dios. Si ustedes siguen jugando con las cosas espirituales, jugando con los llamados y los puestos de liderazgo donde los he puesto a muchos de ustedes, ciertamente la bendición los puede dejar de alcanzar y se puede transformar en una maldición.
Hijitos, dice el Señor, quiero rescatarlos de esas graves consecuencias a las que pueden llegar, porque todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Entiendan que esos árboles son ustedes y que, si no son fructíferos, van a ser cortados, dice el Señor, porque es una deshonra poder dar frutos y no darlos.
[Mateo 7:19 RVR1960] Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.
[Juan 15:2 RVR1960] Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.
Quiero bendecirlos y no maldecirlos, dice el Señor. Quiero que multipliquen lo que les he dado y no quitárselos.
Reaccionen ahora, dice el Señor, porque hay muchos que han llegado a un punto donde van a tener que pasar por un tiempo de restauración, de ayuno y de cilicio hasta volver a sentir la presencia del Espíritu Santo como lo sentían antes.
Yo (Noelia) estoy sabiendo que muchos de ustedes ya no sienten la presencia del Espíritu Santo como la sentían antes, cuando adoraban a Dios, cuando alababan a Dios, cuando lo servían, cuando profetizaban, cuando hablaban de sus cosas. No se sienten tan llenos del Espíritu Santo como antes, y es porque están pecando de esta manera, rechazando las cosas santas del servicio del templo del Señor, y han llegado a un punto donde ya no va a alcanzar decir: «Señor, me arrepiento».
Van a tener que volver a ponerse a cuentas con el Señor a través de pasar un cierto tiempo de cilicio, de ayuno y de oración, para que tal vez Dios vuelva a mostrar su cara sobre ustedes.
Estoy hablando a un pueblo que es duro, que cierra sus oídos para no escuchar lo que tengo que decir cuando es corrección. Solo quieren escuchar palabras buenas, palabras de bendición, pero después, cuando les llega la consecuencia de la maldición, se empiezan a preguntar por qué les pasa lo que les pasa.
Muchos de ustedes me están dando vuelta la cara, dice el Señor, y Yo les he tocado la espalda más de una vez para llamarlos. «Hijito, quiero que estés a mi lado. Hijito, no te vayas lejos de mí. Hijito, Yo te puedo sanar, Yo te quiero ayudar. Ten fe. Resiste la prueba. Pasa por el proceso. Estoy contigo», te decía el Señor, y no quisiste darte la vuelta y mirarlo a los ojos y decirle que sí.
Sin embargo, ahora, cuando te empezás a sentir seco porque el Espíritu Santo ya no se mueve como ríos de agua viva dentro tuyo, te empezás a preguntar qué pasa, si Dios se fue de tu vida, de tu hogar, de tu ministerio.
No llegues al punto donde Yo no quiera dar vuelta mi cara para mirarte de nuevo, te dice el Señor, porque ciertamente tengo misericordia de los que quiero tener misericordia, pero muchos de ustedes me están tentando, diciéndome «no» al llamado, o diciéndome «sí», pero odiándolo.
Son como un hijo que, cuando sus padres le dicen que limpie su cuarto, que arregle su habitación, que se duche, que cuide el dinero, que estudie y demás, ese hijo capaz lo hace, pero lo hace por miedo, por obligación, pero por dentro detesta cada vez que sus padres le dan una orden, y piensa: «Qué cansado que estoy de estas personas. ¿Cuándo va a ser el momento en que cumpla la mayoría de edad para irme de esta casa y hacer lo que quiera?».
Ustedes son así, dice el Señor, igual que los hijos rebeldes, que hacen las cosas, pero no porque aman a sus padres y porque los quieren honrar, sino porque no les queda otra, porque si no, se quedan sin pan para comer, sin techo para vivir, sin ropa para vestir.
Yo (Noelia) veo ahora una piedra preciosa celeste. No es una piedra preciosa chiquitita, de un anillo o de un collar o algo así, sino una piedra muy grande, como si pesara 5 kilos o algo así. Algunos de nosotros hemos recibido cosas que son tan grandes y no lo sabemos, no lo hemos valorado y hasta lo hemos rechazado. Y al que más se le da, más se le demanda, como dice la Palabra.
Es cierto que lo que el Señor nos da es por gracia y no hacemos nada para merecer eso. Pero también es cierto que al que más se le da, más se le demanda, porque es como alguien que no es un empleado, sino un gerente de la empresa: tiene un puesto más alto, tiene más responsabilidad y carga con más peso en sus espaldas.
Esta piedra que estoy viendo es como un zafiro de un color celeste azulado. Es una piedra preciosa de un valor incalculable, porque un zafiro de este tamaño no es lo mismo que una piedrita chiquitita para hacer algún tipo de joya.
El Señor dice que al que más se le da, más se le exige y menos se le perdona. Es decir, cuanto más responsabilidad uno tiene con las cosas del reino, menos margen de equivocación tiene.
Hay gente y ministerios que no saben lo que han recibido de parte del Señor. Es como cuando alguien encuentra una joya de un valor incalculable, una joya que casi nadie obtiene y todos desearían encontrar, guardar, limpiar, pulir, usar, tener a la vista y mostrar. Pero la persona que la tiene no se da cuenta de lo que tiene, no la valora y, hasta a veces, quisiera no haberla recibido, no haberla encontrado.
[Lucas 12:48 RVR1960] Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.
En Argentina decimos que un maestro o un jefe te puede «tener cortito». Es decir, te deja equivocarte muy poco y tenés muy poco margen de error. Al mínimo error o paso en falso, ya el maestro te reta y te dice: «No, no, no. No es así. Tené cuidado. Arreglá esto que hiciste mal».
Yo estoy recibiendo este ejemplo para que ustedes entiendan que cuanto más hayan recibido, más se les va a exigir y más cortitos los va a tener el Señor.
El Señor no le permite el mismo margen de error a una persona que recibió una piedra preciosa pequeñita que a una persona que tiene una grande que pocos reciben.
Son muchos los que reciben un talento y pocos los que reciben diez. Es un privilegio obtener ese tipo de dones, llamados o ministerios. Son ministerios de gran impacto que están diseñados para llegar a muchísima gente, para transformar vidas, para sanar a muchas personas. Son ministerios que dejan marcas, que dejan huellas en la vida de las personas.
Hay gente que está en estos ministerios y no sabe lo que tiene, lo que ha recibido, y no sabe lo que vale. Por lo tanto, no lo honra, no lo valora, no lo cuida como debería cuidarlo y no lo agradece como debería agradecerlo. No se sienten privilegiadas esas personas que desprecian esto que recibieron de parte de Dios.
Estas personas que son así tienen que arrepentirse, me dice el Señor, antes de que les sea quitado lo que les fue dado y tengan que enfrentar las consecuencias de haber rechazado un honor tan grande de parte de Dios. Y las consecuencias pueden ir de poco a mucho, y hasta la muerte.
Cuanto más se le haya dado a la persona, cuanto más grande sea el don o el llamado, el servicio, el ministerio que Dios le dio a la persona, más graves van a ser las consecuencias de rechazar estos regalos.
Hay muchos de ustedes que están sirviendo a Dios en lo que Él los ha llamado, pero están deseando lo que han recibido otros: el llamado de otros, el ministerio de otros, despreciando el servicio que ustedes tienen que hacer para Dios, comparándose continuamente y diciendo: «Lo mío es poco. Lo mío no sirve, no vale, no es reconocido. Nadie lo ve».
Están envidiando el ministerio de otros y se están comparando con ellos, y lo que no saben es que no podrían cargar con lo que se les ha dado a los otros, porque al que más recibe, más se le demanda.
Dios es más estricto con la gente que recibe más talentos, más llamados, más ministerios, más impacto, más influencia. El Señor es más estricto porque los errores que cometa esa persona van a impactar a muchas más personas que otros ministerios que tienen una influencia menor.
Lo que no saben estas personas que desean estos ministerios o dones que ellos llaman grandes es que no están hechas para cargar con estas piedras preciosas. No podrían. Simplemente sería demasiado. Además, no se imaginan lo que conlleva cargar con eso y responder a esos llamados, y dejan de agradecer por la tarea que Dios les dio, dejan de ser humildes, dejan de gozarse.
Tienen que arrepentirse, dice el Señor.
Dios dice que hay algunos de ustedes que han pecado y han llegado hasta un punto grave en este pecado. En los tiempos anteriores, ustedes le pedían perdón a Dios y Él los perdonaba rápidamente. Pero de a poco, esta gracia se va terminando, y ya no va a ser igual si siguen haciendo las mismas cosas sabiendo que no las tienen que hacer, si siguen quejándose de la misma manera sabiendo que la queja es un pecado. Ya no va a ser tan fácil.
Si se arrepienten de verdad, Dios los va a perdonar, pero van a sufrir consecuencias, como Moisés, que en vez de hablarle a la roca, le pegó para que salga agua. Dios perdonó su pecado, pero le quitó la posibilidad de entrar en la tierra prometida.
Esto es lo que el Señor va a hacer en este tiempo, si los que están en esta situación no cambian de actitud y realmente logran convencer al Señor de que quieren ser de otra manera con respecto al ministerio o servicio que están haciendo para Él. Muchos van a ser perdonados, pero van a enfrentar las consecuencias de su queja y murmuración contra Dios, sus reclamos a Dios.
Tenían que entrar en la tierra prometida en este tiempo, pero no lo van a hacer porque han entrado en ira y han pecado, como cuando Moisés le pegó a la roca. Si se arrepienten de verdad y buscan a Dios de todo corazón, Él los va a perdonar y no van a ser cortados. Pero hay cosas que deberían haber recibido y que no las van a tener porque han generado deudas espirituales que de alguna manera se tienen que pagar.
Moisés pecó cuando golpeó la roca, según lo que dice la Biblia. Él no pecaba regularmente, pero un solo pecado lo llevó a perder el derecho de entrar en la tierra prometida, a la cual tanto había deseado.
Un solo error que cometas con respecto a tu ministerio, una sola locura te puede costar lo que tanto habías esperado, inclusive lo que Dios te había prometido que te iba a dar.
Sí, Dios va a perdonar a muchos que no están tomando el servicio para el Señor de manera seria o que lo están haciendo con desprecio, con odio, con asco, sin ganas. Si se arrepienten y cambian, Dios los va a perdonar, pero van a venir consecuencias para muchos que ya han llenado el vaso, que han tenido muchas oportunidades de cambiar y no las han tomado.
A David se le entregó el reino que Saúl perdió. Saúl era el rey ungido, el primero para Israel, pero por causa de su pecado, de su desobediencia, se le fue quitado el reino y se le fue entregado a David. Sin embargo, habiéndosele dado este tremendo regalo, este honor de ser el rey de Israel, sabiendo lo que Saúl hizo, igualmente adulteró con Betsabé y, tratando de encubrir el embarazo, mandó a matar a Urías.
Después, porque David se arrepintió de todo corazón cuando se dio cuenta de lo que había hecho, Dios le dijo a través del profeta Natán que va a perdonar su pecado, pero su hijo va a morir. Y en siete días el bebé murió.
[2 Samuel 12:14 RVR1960] Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá.
David era un elegido de Dios. Y dice la Biblia que él era conforme al corazón de Dios. Sin embargo, una vez que se dejó desviar, una vez que subestimó el pecado, una vez que se deslizó, la vida de su hijo fue cobrada por causa de lo que él hizo.
David no murió, pero de alguna manera esa deuda tenía que ser cancelada porque él era un elegido de Dios y, por causa de lo que él había recibido, no se le podía permitir que cometa un error tan grande. Y no solo eso, sino que la espada nunca faltó en su casa, como dice la Biblia.
No jueguen con las cosas espirituales, dice el Señor. No posterguen lo que los he llamado a hacer. Pónganme primero a mí y no al hombre. Dejen de pensar en lo que dirán. Divórcense del miedo, que los puede llevar al infierno si son negligentes con lo que les he dado.
Administren bien los dones espirituales y impartan lo que les he dado. Porque muchos se están quedando con eso para ellos mismos y no lo están repartiendo, cuando la Biblia dice que los dones son para la edificación de la Iglesia.
Vístanse de seriedad, dice Dios. Y yo (Noelia) veo a un hombre que se viste con una camisa blanca, un traje negro y una corbata. Esta visión representa que nos vistamos espiritualmente de seriedad para las cosas del Señor, para lo que Él quiere que hagamos.
Tomen las cosas en serio, dice el Señor. No hagan ese servicio superficialmente. Oren y ayunen sobre el servicio que tienen que hacer, dice el Señor. Límpiense de toda contaminación. Dejen de hacer malabares con las cosas espirituales del Reino de los Cielos.
Estamos en los días finales y los eventos se agudizan, y va a haber menos tiempo para cumplir con tareas para el Reino que en las temporadas anteriores quizás podían cumplirse en más tiempo. Pero ahora los tiempos se acortan y se aceleran. Todo es más rápido y disminuye el tiempo de aprendizaje y de preparación para que ciertas cosas se lleven a cabo.
Por eso, el Señor no concede el mismo tiempo que antes a una persona para que cumpla con lo que tiene que hacer. Antes, el jefe le daba una hora a su empleado para completar un trabajo, pero ahora le va a dar media hora para que haga el mismo trabajo, porque ese empleado puede estar capacitado en menos tiempo que antes por causa de los recursos disponibles de esta era.
Yo veo a una persona sentada en una mesa, y sobre la mesa hay distintas fichas. Hay una ficha redonda; al lado, hay dos fichas redondas; y más allá, cinco fichas redondas. La persona sentada en la mesa mira esta escena y dice: «¿Cuál de estas será para mí?».
Sin embargo, dice el Señor, lo que esa persona tiene que pensar es: «¿Cuál es el costo que estoy dispuesto a pagar?». Calculen el costo de servirme. Calculen el costo no sólo de seguirme, sino de servirme, y comprométanse a pagarlo, dice el Señor.
Yo (Noelia) estoy sabiendo ahora que cuando Él nos llama al servicio, nosotros nos debemos a Él. Lo que nosotros tenemos que hacer para Él es algo que le debemos. Nosotros estamos endeudados con Él de alguna manera y tenemos que pagarle algo.
[Lucas 17:10 RVR1960] Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.
Cuando Dios nos llama al servicio, lo que Él nos va a dar para hacer no es algo que no tengamos la capacidad de hacer. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de pagar ese precio que hay que pagar. Él no nos va a demandar algo más grande de lo que nosotros podamos pagar. Pero tenemos que entender cuál es el costo de lo que hemos recibido y desear pagarlo, desear hacerlo con amor, con dedicación y con honra.
Por otro lado, los que están pidiendo cosas tienen que tener mucho cuidado con lo que piden, porque muchos de ustedes están deseando y pidiendo dones, ministerios, llamados y demás. Eso no es malo en sí, pero con eso también tienen que calcular los costos y preguntarse si realmente están dispuestos a pagarlos. Porque el llamado puede costarte absolutamente todo.
Muchos de ustedes son ambiciosos en cuanto a los ministerios o los dones espirituales, pero no recapacitan en el costo de levantar ese edificio para Dios.
[Lucas 14:28-33 RVR1960] Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Eso es exactamente de lo que el Señor está hablando en esta palabra. Y yo veo que esta flecha les penetró en el corazón a muchísimos. Tienen que recapacitar y meditar. Tienen que realmente sentarse y escudriñarse para ver dónde están parados y tomar decisiones.
Tienen que realmente dejar de jugar, como dijo el Señor, y empezar a tomarse las cosas en serio y hacer las cosas bien, lo mejor que puedan, porque es para Jesucristo que lo están haciendo. No es para cualquiera, es para el Rey de Reyes y Señor de Señores. Es para el Príncipe de Paz. Es para aquel cuyos enemigos serán colocados debajo de sus pies.
A veces no tienen conciencia de para quién lo están haciendo, para quién están ofrendando ese servicio. Piensen en esto, dice el Señor. Pregúntense cuál es el estado de servicio de cada uno de ustedes, y los que encuentren que están torcidos, enderecen sus pasos; y los que se hayan quejado, empiecen a agradecer; y los que hayan rechazado, acepten, incorporen, reconozcan, oren sobre su identidad y muévanse.
Hay algunos que simplemente están tan cansados porque están quebrantando el cuarto mandamiento y no están reposando nunca. No duermen, y cuando duermen no descansan. Quizás nunca jamás le preguntan al Espíritu Santo para encontrar su guía en el descanso físico y mental.
Nunca se toman un tiempo para recuperarse, y esto los ha quebrado completamente. Simplemente no pueden más. Y entonces, por eso detestan el servicio, porque no pueden, porque no les da, físicamente hablando. No pueden más. Llegaron a sus límites.
El Señor dice que tienen que entender la importancia del descanso.
Otros se han quedado en las heridas del pasado y no han perdonado, no han soltado y no se han levantado de eso para seguir adelante. Están rencorosos y atraídos por lo que les pasa a las otras personas que los lastimaron.
En vez de perdonar, dejar ir y soltar a esas personas, y dejarle la justicia al Señor, se quedaron enganchados en el pasado como la mujer de Lot. Necesitan sanidad y no la buscan. No reciben oración de otros hermanos.
Yo también veo a algunos ministros que han dejado de amar al prójimo. Al principio amaban a las personas a las que servían, ayudaban y por las que oraban, pero después empezaron a detestar a esas personas. Ya no tienen el amor de Dios como antes, porque están cansados de la gente, dicen. Ya no quieren ver a la gente. Ya no quieren saber nada de los hermanos, ni de los pastores, ni de nadie.
Quieren estar solos, quieren aislarse, quieren separarse de las personas, y no se dan cuenta del estado en el que han entrado, que no es un aislamiento que viene de parte de Dios por un tiempo para, quizás, recibir sanidad o recuperarse, sino que están detestando a las personas y están quebrantando el mandamiento que dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Quizás están sirviendo a los hermanos, pero por dentro los están rechazando, los están detestando, y están cansados de la gente.
El Señor dice que tienen que apartarse a orar un tiempo en soledad, a buscar a Dios y a pedirle que los vuelva a llenar de su amor por las personas, de su misericordia, de su piedad, de su paciencia. Muchos de ustedes han perdido la paciencia con la gente.
El Señor dice que cuando esto pasa, tienen que poner una pausa y hacer lo que sea necesario para recuperar ese amor que perdieron y esa paciencia con la gente. Eso es una señal de alarma, me dice el Señor. Eso es una alerta.
Cuando uno empieza a rechazar a la gente, a no querer verla, a no querer saber nada de la gente, a no querer recibir ni un mensaje ni juntarse con nadie, eso es una señal muy grande de alerta. Es un SOS, me dice el Señor. Cuando eso pase, realmente busquen la ayuda del Señor. No pueden dejar pasar el tiempo en ese estado porque es peligrosísimo. De ahí a entrar en pecado es un paso nada más, porque ya no importa nada.
Tengan cuidado con eso, me dice el Señor. Y yo (Noelia) escucho: «asqueados de la gente». Y vuelvo a escuchar: «asqueados de la gente».
Ciertamente, a veces hasta Jesús decía: «¿Cuánto tiempo más tengo que soportarlos?». A ese punto llegamos muchos que ministramos a las personas.
Pero cuando eso pasa, es un signo que no se puede dejar pasar, me dice el Señor. Hay que revisar lo que está pasando, lo que estamos haciendo, cuánto estamos sirviendo, cómo estamos sirviendo, y buscar ayuda, buscar al Señor y no dejarnos llevar por ese río, porque ese río nos puede llevar a apagarnos y a perdernos.
Hijitos, dice el Señor, los amo, los amo y los amo.
Y el Señor vuelve a repetir que Él nos da este mensaje porque nos quiere rescatar del pozo de la amargura, de esas aguas amargas de Mara.
No entren en esas aguas amargas de Mara, dice el Señor. Vayan a otro lugar. No se pueden estancar ahí. Pidan la dulzura del Espíritu Santo y alimento que los reconforte. Busquen nuevas maneras y pídanme un cambio cuando estén ahí, dice el Señor, pero no se queden en esas aguas amargas, porque la amargura los puede matar, espiritualmente en primer lugar, y también los puede enfermar hasta la muerte, dice el Señor.
No se amarguen, hijitos. Si ven que se empiezan a amargar, peguen un grito de auxilio al cielo para que la dirección les sea cambiada y les muestre cómo arrancar esas raíces de amargura de sus corazones.
Los amo y tengo cuidado de ustedes, dice el Señor. Arrepiéntanse y búsquenme, y los voy a restaurar.
Después de haber entrado en este estado del que estuve hablando, el Señor me muestra que al que verdaderamente reconoce este estado, se arrepiente y rechaza ese odio por la gente y quiere cambiar, el Señor ciertamente lo va a restaurar.
Hay una restauración que es posible, pero tiene que darse un quebrantamiento verdadero, genuino, honesto. Pídanme la llave, dice el Señor, para que les abra la puerta de la restauración.
Tengan mucho cuidado con cómo tratan a las personas a las que están ministrando y con cómo están haciendo el servicio que estén haciendo, porque, si no se ocupan de esta situación, lo que normalmente hace un ministro en este estado de amargura es lastimar a las almas. Entonces, se va embarrando cada vez más y la situación se va complicando más, porque espiritualmente va acumulando deudas.
Hay una solución, dice el Señor, y Yo no aplico el hacha en el primer mal movimiento que mis hijos hacen. No soy de aquellos que cortan a la ligera, que castigan, que hieren, que matan sin pensar, dice el Señor.
Para que un árbol sea cortado, tuvo que haber pasado muchas estaciones de invierno sobre él, dice el Señor. Para llegar al punto de maldecir a una higuera, realmente tiene que haber llegado a un punto de contristar tanto al Espíritu Santo y estar cerca de la blasfemia, me dice el Señor.
Tampoco es que corto a la primera, me repite Dios. Para llegar a ese punto, realmente tuvo que haber pasado mucha agua por debajo del puente, muchas oportunidades, muchas llamadas de atención, muchas respuestas a muchas preguntas.
No es tan fácil para mí cortar una planta que Yo deseo que crezca y se vuelva frondosa, dice Dios. Antes de que llegue ese momento, Yo aplico todos mis métodos posibles para rescatarla, como cuando ustedes tratan de salvar una plantita que se les está secando pero que aman mucho.
Para llegar a ese punto tiene que haber pasado algo extremo, dice el Señor, donde la conciencia de la persona ya se va endureciendo. El Espíritu los tiene que haber redargüido muchas veces para llegar al punto de encontrarse con el juicio de Dios y que lo que se les había dado se les quite.
Pero ciertamente hay un límite donde mi martillo golpea la mesa y ya no se puede volver atrás, dice el Señor, como le pasó a Moisés cuando no pudo entrar en la tierra prometida o a David cuando su hijo murió por causa de su pecado.
Tengan cuidado y no subestimen las cosas espirituales, repite Dios.
Pero a aquel que se humille ciertamente lo voy a restaurar y le voy a enseñar cómo seguir sirviéndome sin esa amargura, sin ese rechazo, sin esa negación; cómo dejar de lado esas quejas, esa murmuración contra mí, dice el Señor.
Yo les voy a enseñar, pero vengan de todo corazón, vengan de verdad y vengan humillados. Y a los que están secos los voy a reconfortar con mis aguas celestiales nuevamente. Y los que sienten que el Espíritu Santo ya no se manifiesta en ellos o a través de ellos van a ser como un fuego que es reavivado.
Aún hay esperanzas, dice el Señor, pero busco corazones honestos que estén dispuestos a ofrendarme como Abel y no como Caín, a ofrendarme ofrendas verdaderas, ofrendas buenas, ofrendas de un corazón bueno, agradecido y manso.
Los amo, hijitos. Escuchen este mensaje tantas veces como sea necesario cuando vean que el diablo los está llevando a ese punto de ya no querer servirme más.
Y recuerden que todo lo que hacen lo tienen que hacer para mí y para nadie más, porque recordando esto se van a sentir motivados si verdaderamente me aman. Porque todo se trata de amor, dice el Señor.
Quiero que me amen a través de ese servicio y que me reconozcan como el dador de la vida y de todas las cosas que tienen. Quiero recibir el amor de mis hijos a través de lo que sus manos hacen para mí. Entiendan que se trata de amor y que servirme es una forma de amarme, dice el Señor.
Los bendigo y los unjo con aceite de restauración, y restauro el fuego en sus manos, sano sus corazones cansados y acaricio sus espaldas cargadas.
Vengan a mí y descansen en mí, en Cristo Jesús, y los voy a bendecir. Y arrepiéntanse, para que las maldiciones acarreadas por rechazar el servicio sean cortadas, dice el Señor.
Yo (Noelia) estoy sabiendo que esta actitud que el Señor describió en toda esta palabra puede acarrear maldiciones sobre una persona. Despreciar el llamado, hacerlo de mala gana, quejándose, murmurando, odiando, despreciando, todo esto puede acarrear maldiciones sobre una persona y sobre su casa.
Pero si ustedes se arrepienten y se apartan de esta maldad, dice el Señor, Yo los puedo bendecir.
Amén. Gracias, Señor.