Muchas bendiciones al pueblo del Señor en este 19 de agosto del año 2024.
[Jeremías 18:7-8, RVR1960] En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos para arrancar y derribar y destruir. Pero si esos pueblos se convierten de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles.
En esta oportunidad, el Señor quiere hablar a las naciones de esta manera: Hijitos, las naciones tienen que arrepentirse y reconocerme como su Dios, volver a mí y entender que fuera de mí no hay nada; que fuera de este camino de luz por el cual deberían andar, solo resta oscuridad, juicio, temblor, sufrimiento, aflicción y soledad. Dice el Señor: No solo las naciones tienen que arrepentirse y reconocer que se han manchado las vestiduras alejándose de mí, quebrantando mis leyes espirituales, ensuciándose y arruinándose porque, una a una, van cayendo de donde están y se van perdiendo.
Oh, hijitos, mi alma sufre por esta situación, pero ustedes también tienen que entender que no solo las naciones se arrepientan, sino que ustedes tienen que clamar también. Dejen la tibieza, amados; dejen la glotonería, la distracción, el entretenimiento. ¿Hasta cuándo voy a tener que llamarlos a que clamen a viva voz, para que tal vez el juicio a las naciones mengue, aunque sea un poquito del nivel dónde está?
Dice el Señor: Si ustedes entendieran el valor del clamor de mi pueblo y cuánto Yo espero que suban esas oraciones a mi nariz como olor fragante, para poder responderlas sin tardar. Pero los míos no entienden, son ignorantes y no responden al llamado.
Levanto mis trompetas, las cuales suenan una y otra vez en cada nación de la tierra. Nadie tiene excusas, dice el Señor, porque no he parado de hablar y no los he dejado solos, ni los he dejado sin luz, sin guía, sin dirección, sin exhortación, sin corrección. Pero, como siempre, no han querido escuchar a mis profetas. Duros de cerviz, incircuncisos de corazón, igual que como era ayer es hoy. Pero ustedes son peor ahora que mi pueblo Israel en la antigüedad, porque ustedes tienen al Espíritu Santo viviendo dentro suyo, y sabiendo hacer lo bueno sin tener necesidad de que nadie se los explique, hacen lo malo.
No solo eso, dice el Señor, sino que se tapan los oídos para no escuchar mi voz, para no escuchar mi corrección y, aún más, para no responder al llamado que les hago de clamar por lo que viene. Porque viene granizo que cae sobre la tierra, destruyendo las cosechas. Viene viento destructor que arrebata el trabajo de las viñas. Oh, hijitos, arrepiéntanse ustedes, y no solo por ustedes, sino en el nombre de sus naciones.
[Zacarías 7:11, RVR1960] pero no quisieron escuchar; antes volvieron la espalda y taparon sus oídos para no oír.
Oh, hijitos, estoy avisando y avisando con años de anticipación, para que tal vez mi pueblo, aunque sea, se prepare y los entendidos respondan. Ese remanente que responde a mi llamado de clamor es muy pequeño; son muy pocos, y tengo contados a los que piden por sus países.
El Señor pregunta: ¿Cuándo van a entender que llamo a los profetas a interceder? No solamente a profetizar, sino también a clamar, para que tal vez me arrepienta, y lo que dije que iba a hacer, vuelva atrás.
[Amós 7:6, RVR1960] Se arrepintió Jehová de esto: No será esto tampoco, dijo Jehová el Señor.
Los estoy llamando a interceder, pero no solamente por ustedes, por sus hogares, por sus congregaciones, por los suyos, sino también por sus naciones. El Señor le había dicho a Amós lo que iba a traer sobre la tierra, y el profeta clamó y le pidió misericordia, diciéndole «ten misericordia, no lo hagas, ¿cómo va a quedar tu nombre, tu imagen entre las naciones?» y Él le respondió en esta oportunidad concediéndole su petición.
[Amós 7:1-4, RVR1960] Así me ha mostrado Jehová el Señor: He aquí, él criaba langostas, cuando comenzaba a crecer el heno tardío, y he aquí era el heno tardío después de las siegas del rey. Y aconteció que cuando acabó de comer la hierba de la tierra, yo dije Señor, Jehová, perdona ahora, quién levantará a Jacob, porque es pequeño. Se arrepintió Jehová de esto, no será, dijo Jehová. Jehová el Señor me mostró así: He aquí, Jehová el Señor llamaba para juzgar con fuego; y consumió un gran abismo, y consumió una parte de la tierra.
El Señor le mostró al profeta Amós dos visiones de juicios que tenía pensado enviar sobre la tierra, y dos veces, por causa del clamor del mismo profeta, el Señor se arrepintió y no lo hizo.
Hijitos, ustedes no entienden el poder del clamor, el poder del arrepentimiento, de los ayunos y del quebrantamiento; solamente tienen sus oídos afilados para escuchar las palabras proféticas que envío a través de mis profetas, dice el Señor, pero no tienen un corazón misericordioso que clama para que tal vez Yo me arrepienta de hacer algunas de esas cosas que pueden ser anuladas por causa de la intercesión, de ese dolor, quebranto y arrepentimiento.
Hijitos, lo que está escrito se va a cumplir, dice el Señor, pero ustedes no entienden que son una parte activa del plan profético; al menos deberían serlo, porque Yo los estoy llamando a activarse, y no a sentarse a escuchar y ver el cumplimiento. Estoy esperando a un pueblo que se levante a clamar por lo que he mostrado, porque si ustedes tuvieran un corazón como el mío, no podrían quedarse tranquilos escuchando lo que viene, sin pedirme misericordia. ¿Dónde están los corazones blanditos? ¿Dónde está el amor de mi pueblo? ¿Dónde están los corazones amorosos y piadosos? ¿Dónde están los intercesores que alguna vez lloraban cuando escuchaban de estas cosas que vienen a la tierra y dejaban su sueño para quedarse despiertos a la madrugada y pedirme misericordia, para que tal vez me arrepienta?
Pero no, dice el Señor; en vez de eso, hoy son más los hijos que se ponen contentos cuando ven el cumplimiento de las palabras proféticas de juicio que cuando no se cumplen porque hubo cierto nivel de clamor, de angustia, de intercesión, de intervención de mi iglesia para que tal vez ese juicio fuera menguado o hasta inclusive no sucediera.
Ustedes no entienden lo profético y piensan que, cuando Yo utilizo una boca para hablar a mi pueblo a través de ella, todo lo que digo tiene que quedar tal cual lo estoy diciendo. Entonces, dice el Señor, si no hubiera posibilidad de cambio alguno en algunos casos, ¿cuál sería el sentido de la oración, del ayuno y del clamor? Daniel sí lo entendía; él sí conocía el poder del clamor, del ayuno, de la oración, de la aflicción, del cilicio, del llanto, de la angustia y, como amaba a su pueblo, sacrificaba su bienestar para que tal vez, a través de su sacrificio, mi corazón pueda ser tocado.
[Daniel 9:3-5, RVR1960] Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza, y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos. Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente y hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
Si la oración no tuviera poder, si la intercesión no tuviera sentido, si el ayuno no tuviera ningún tipo de peso, ¿entonces para que realizarlo, si nada de eso podría tocar mi corazón?, dice el Señor, piensen, amados míos, y reaccionen; abran sus bocas y clamen por sus naciones, porque lo que viene es grande, y todas las naciones de la tierra han sido pesadas en la balanza y han sido encontradas faltas. La balanza de la justicia de Dios se mueve de un lado a otro y puede ser afectada por causa de nuestro clamor, de nuestra intervención y pedido de perdón hacia Dios; de nuestro arrepentimiento, no sólo de una manera personal, sino pidiendo por nuestro pueblo, como hizo Daniel.
[Daniel 9:16-19, RVR1960] Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte, porque a causa de nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro, ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo y sus ruegos, y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído y oye, abre tus ojos y mira nuestras desolaciones y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre, porque no elevamos nuestros ruegos ante ti, confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor, oh Señor, perdona, presta oído, Señor, y hazlo, no tardes. Por amor de ti mismo, Dios mío, porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.
El Señor te dice en esta noche: Invoquen mi nombre, invoquen mi misericordia; oren de tal manera que tal vez mi corazón pueda ser tocado y mis entrañas se muevan por causa de su dolor, de su clamor, de su confesión sobre los pecados de sus naciones. Hijitos, no endurezcan su cerviz contra las naciones donde nacieron y donde habitan, porque lo que viene es grande sobre cada una de ellas. Y hay un pueblo que debe contar con la protección a través de esa intercesión de sí mismos como pueblo, ya que ésta cubre a los justos con una protección divina.
Hijos, cuando la intercesión disminuye o es débil, ese escudo de protección puede volverse más fino por causa de la falta de compromiso, de seriedad, de fuerza, de dedicación y de tiempo, dice el Señor. Enciendan la llama de misericordia dentro de ustedes; pídanme que les imparta misericordia para interceder por sus pueblos como conviene. No con una oración superficial, liviana, pasajera, como para cumplir con una tarea que tienen que hacer, sino para clamar desde sus entrañas, para transpirar mientras interceden por sus pueblos, para sacudir al cielo, a través de esa oración.
El Espíritu Santo dice: Ustedes lo pueden hacer, pero se han olvidado del poder de la intercesión de mi pueblo. Cuando está en justicia, cuando camina en rectitud y cuando un justo abre su boca para clamar, nunca es desechado, sino que siempre es escuchado. Esas oraciones se pesan en la balanza de mi justicia, y se suman a otros factores, y luego de eso se determina la sentencia o el juicio.
[Proverbios 16:11, RVR1960] Peso y balanzas justas, son de Jehová, obra suya son todas las pesas de la bolsa.
Oh, amados, las naciones tienen que arrepentirse, y los míos también. Las naciones tienen que dejar de pecar, y los míos de ser tibios, dice el Señor. Porque las naciones pecan haciendo inmundicias, pero los míos pecan de livianos. Los míos pecan porque saben cómo hacer lo bueno y no lo hacen. Yo (Noelia) estoy sabiendo que muchas mujeres dejaron de clamar por sus hogares, por sus casas, por sus esposos, por sus hijos, por sus congregaciones, porque perdieron la fe.
[Santiago 4:17, RVR1960] Al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado.
A muchos de ustedes el Espíritu Santo los está llamando a clamar con fervor, porque eso es clamar: es una oración dolida, profunda y sincera; pero han dejado de hacerlo. En primer lugar, por ustedes mismos, por su familia, por sus hogares, por sus congregaciones, por sus pastores. ¿Cuánto más por las naciones? A otros ni siquiera se les ha cruzado por la mente interceder por sus pueblos y sus países y simplemente se sientan a escuchar estas profecías cuando el Señor dice lo que va a venir, esperando a que se cumplan.
Algunas profecías son imparables y no se van a detener. Las cosas que están escritas y determinadas, que tienen que suceder sí o sí, dice el Señor, no van a retroceder, pero muchas otras cosas sí se detendrían, como en el caso de las dos visiones que tuvo Amós cuando comienza a relatar lo que el Señor le mostraba, y por causa de su clamor el Señor retrocedió y se arrepintió de lo que iba a hacer. Me dice el Espíritu Santo ahora que el profeta convenció a Dios porque era lo que Él estaba esperando, una reacción misericordiosa de parte de Amós, y eso fue lo que movió el corazón del Señor.
Dios quiere que cuando un profeta anuncie devastación, ustedes se arrodillen inmediatamente a clamar, para que quizás lo que ha sido mostrado vuelva atrás. En algunos casos es posible detener algo que Yo ya había decidido enviar, pero muchas veces la fe no alcanza, el clamor no es suficiente, los corazones están demasiado duros y puedo ver que no les importa que lo haga o lo deje de hacer. Dice el Señor que no muchos de ustedes son como Amós, que cuando Él le mostraba una visión devastadora, su corazón temblaba, sus piernas caían al piso y lloraba para pedir misericordia y considerara que Jacob era pequeño.
Ustedes ya no lo hacen porque a la mayoría ya no les importa, las profecías ya no tocan sus corazones como antes, porque están acostumbrados a escuchar a los profetas de hoy anunciar lo que he determinado que suceda. Pero, mientras esto pasaba, sus corazones se fueron enfriando y ya no me piden nada.
Quiero llamarlos nuevamente a arrepentirse de esta actitud, porque aún muchos de ustedes se ponen contentos cuando las profecías se cumplen, en vez de alegrarse cuando no sucede a causa del clamor, porque son mal entendidos, mal pensados, ignorantes de las cosas espirituales. Yo soy un Dios vivo, y ustedes pueden conversar conmigo sobre las cosas que tengo planeadas.
Amados míos, respondan a este llamado, porque estoy pesando a los míos en balanza, estoy midiendo la estatura de su misericordia, la anchura de su quebrantamiento, y no me han agradado aquellos que se alegran cuando anuncio catástrofe sobre tal región y así sucede.
No entienden —repite el Señor— cómo funciona lo profético y que lo que estoy haciendo es levantar atalayas en todos los muros y límites de la tierra. Los he puesto estratégicamente, y no hay ningún muro sin cubrir, para avisar lo que les estoy mostrando a ellos. La función del atalaya es avisar al pueblo que viene tal cosa, para que éste se arrodille y pida perdón por los pecados suyos, por los pecados de su casa, por los de su congregación, de su nación y de sus gobernantes, para que tal vez, si lo que estaba determinado no era fijo, entonces pueda retroceder a través del clamor de ese pueblo. El deber del atalaya es alertar sobre lo que se le es mostrado, para que un pueblo que habita adentro de esas murallas se prepare.
Dice el Señor que, en caso de suceder lo anunciado, el pueblo que habita adentro de esas paredes sepa cómo reaccionar ante esa calamidad: cómo prepararse, defenderse, resistir y cómo quedar en pie cuando eso que ha sido enviado ciertamente se cumpla. Sin embargo, ustedes dicen que, si el anuncio del atalaya no se cumplió, entonces no es atalaya, no es profeta de Dios o no está entendiendo. Yo les estoy avisando a través de ellos justamente para que, quizás, ustedes se den cuenta de que tienen que clamar, arrepentirse y ayunar, y esas oraciones provoquen que el peso de la balanza de la justicia se incline a su favor.
Ustedes no entienden, dice el Señor, cuál es el deber de un atalaya y, como en el caso de Jonás, cuando fue enviado a Nínive de parte del Señor con un mensaje que, si no se arrepentían, la ciudad completa iba a ser destruida. El Señor ciertamente envió a Jonás para llamar a esa ciudad completa al arrepentimiento. Y el profeta anunció la destrucción de esa ciudad en todos lados a donde fue enviado.
[Jonás 3:4, RVR1960] Al entrar por la ciudad, camino de un día, y clamaba y decía, de aquí a 40 días Nínive será destruida.
Y, por cierto, para los que dicen que Dios no habla con fechas, eso es completamente falso. Aquí tenemos un ejemplo de que Dios, si Él quiere, habla con fechas y tiempos específicos, con días, con meses y con años. Y si Él quiere dar una fecha exacta en la cual algo tiene que suceder, Él lo hace. Así que Jonás comenzó a entrar por la ciudad, camino de un día, y clamaba: «De aquí a 40 días Nínive será destruida». El atalaya fue y anunció lo que el Señor se había determinado hacer; la trompeta que fue enviada a sonar en Nínive dio a la ciudad el mensaje de Dios. Sin embargo, la palabra no se cumplió porque el pueblo reaccionó, porque Nínive completa se arrepintió y, estando en cilicio y en ayuno, los adultos, los niños y los animales, el Señor cambio de parecer con lo que había dicho y no lo cumplió. El atalaya no era falso. Él profetizó lo que estaba viendo que iba a suceder, habló lo que Dios quería que hablara. Pero no se cumplió porque hubo un pueblo que clamó, que dobló sus rodillas, que entendió el peso del arrepentimiento, del ayuno y de pedir perdón.
[Jonás 3:10, RVR1960] Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino. Y se arrepintió Dios del mal que había dicho que les haría y no lo hizo.
Y muchos profetas, lamentablemente, dice el Señor, son como Jonás, que, en vez de gozarse cuando Dios dice que va a traer destrucción y no lo hace, porque encuentra cierto nivel de clamor, de arrepentimiento, de conversión, de ayuno, de oración, en vez de ponerse contentos porque no se cumple la palabra, pues Dios se arrepintió del mal que dijo que iba a hacer y no lo hizo, se amargan, se enojan y se rebelan al igual que Jonás.
[Jonás 4:1, RVR1960] Pero Jonás se molestó en gran manera y se enojó.
Interpreto, por lo que el Espíritu Santo me está hablando, que Jonás no amaba a Nínive ni a sus habitantes y deseaba que Dios destruyera esa ciudad. Jonás fue probado, no solamente en su obediencia, porque, primero, no quiso ir a Nínive a anunciar lo que Dios le había dicho, sabiendo que Dios era demasiado bueno, misericordioso y que era capaz de arrepentirse de lo que había dicho que haría. Jonás prefería más la honra de los hombres que la de Dios; no quería ser mal visto, tachado de falso profeta, no quería que su imagen se ensuciara.
Me revela ahora el Espíritu Santo, aunque la Biblia no lo dice así, que Jonás quería vanagloria, quería ser reconocido como el profeta que habló y se cumplió. En vez de tener un corazón misericordioso, perdonador, piadoso, en vez de arrodillarse y clamar al Señor: «Ten piedad de Nínive, retrocede, oh Padre, recalcula, oh Señor, perdona a Nínive», en vez de mostrar el carácter de Dios a través de él, mostró el carácter de Satanás, aun siendo un profeta enviado por Dios, su carácter no estaba acorde al carácter del Señor porque se enojó. Jonás pataleó, se quejó porque sabía que, si el pueblo se arrepentía, Dios los iba a perdonar. Jonás no tenía un corazón redentor. Lo más preciado en su corazón debería ser la salvación de las personas, pero este anhelaba el castigo divino que el Señor le había mostrado, lo cual no fue de la complacencia del Señor.
Jonás fue probado, y no aprobó. Y aunque el Señor lo perdonó, sacándolo del pez cuando se arrepintió de la desobediencia, él fue a Nínive, entregó la palabra, y cuando el Señor perdonó a la ciudad completa y no la destruyó, Jonás no pasó la prueba del amor en la que el Señor lo había colocado. Su actitud no era la que Dios esperaba de su hijo; no fue la misma actitud que tuvo Daniel en su corazón cuando se le fue mostrado el juicio para su pueblo.
[Jonás 4:4-5, RVR1960] Y Jehová le dijo, ¿Haces tú bien en enojarte tanto? ¿No tendré yo piedad de Nínive, aquella ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?
En el pasaje anterior es como el Señor diciéndole: ¿No te importa la gente que fue salvada, los niños, ni siquiera los animales? ¿Viste que anunciaste lo que te mandé y ellos reaccionaron con justicia y los salvé de esa calamidad y me arrepentí de lo que iba a hacer? ¿No estás contento porque he ejecutado mi justicia sobre esa ciudad, porque los he amado, los he perdonado, porque les he dado otra oportunidad, siendo esto más importante en lugar de la destrucción que había planeado hacer? Y el Espíritu me dice que ahora es lo mismo con las trompetas, con los atalayas, con las voces proféticas que he levantado para estos últimos tiempos. Cuando los envío a anunciar algo que he pensado ejecutar sobre la tierra y no se cumple porque hubo un pueblo que cumplió con la justicia demandada para que ese juicio no sea ejecutado, el profeta se enoja al igual que Jonás.
Los profetas de hoy quieren desaparecer y no anunciar nada nunca más, porque tienen la misma vanagloria diabólica que tenía Jonás. Egoísmo, egocentrismo, que solo piensan en ellos y en quedar bien ante los hombres, dice el Señor, en vez de decirme: «Alabado seas, Señor, porque tuviste misericordia del pueblo y no hiciste lo que me dijiste que ibas a hacer. Alabado seas, Señor bendito y bueno, porque escuchaste el clamor, porque respondiste a la intercesión, porque pesaste en tu balanza nuestro arrepentimiento, nuestros ayunos, nuestros ruegos, nuestro cilicio.» Yo no puedo encontrar a esas personas.
Dice el Señor que la mayoría desea ver cumplidas las palabras proféticas de destrucción que les estoy dando, cuando espero que intercedan por eso, como hizo el profeta Amós, y retrocedí del daño que tenía pensado enviarles. Hijitos, entiendan que se trata de misericordia, de perdón, de amor, de restauración, de redención. Ablanden sus corazones y renuncien a ese martillo de juez que está en sus manos, todo el tiempo pensando dentro de ustedes: «Claro, a Israel le pasa lo que le pasa porque están lejos del Señor, porque no reconocen a Jesús como el Mesías, porque son todos unos pecadores» y cuántas cosas más. Y aunque es cierto que la calamidad viene sobre un pueblo rebelde, también es cierto que no encuentro amor en los corazones de los míos, y Yo como quisiera encontrarlo.
Dios dice: No encuentro el clamor que mis oídos están esperando escuchar; ustedes tienen que clamar por los demás como por sus propios hijos y no lo hacen; son duros, malos y odiosos. En vez de odiar, deberían aprender a amar. En vez de juzgar, deberían clamar. En vez de esperar el mal, deberían estar pidiendo por el bien. En lugar de tener desesperanza, deberían confiar en un Dios que todo lo perdona, cuando hay arrepentimiento genuino, entrega total.
[Lucas 9:54, RVR1960] Y sus discípulos, Jacobo y Juan, viendo esto, dijeron, Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma, como hizo Elías? Pero él se volvió y los reprendió, diciendo, Vosotros no sabéis de qué espíritu sois.
Mis intercesores latinoamericanos son superficiales, dice el Señor. Les da vergüenza levantar la voz; les da vergüenza ser escuchados, no quieren verse como exagerados y por eso hacen oraciones no comprometedoras, como para cumplir. Hoy los estoy invitando a que se acerquen a mi altar, un altar con fuego y carbones encendidos delante del trono de Dios en el cielo donde Él habita. El Señor invita a su pueblo, a los que oran, ayunan e interceden, que en realidad deberían ser todos, porque algunos están llamados especialmente a esta tarea. Los invita a acercarse a su altar, a calentarse con ese fuego santo y a dejar de ser fríos, a consagrarse a ese trabajo, no siendo tibios, sino como la profetiza Ana, que había quedado viuda y vivía para interceder y ayunar en el templo.
[Lucas 2:36-37, RVR1960] Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.
Dice el Señor: Caliéntense en el poder de mi Espíritu; pídanme que encienda más alto la llama de su corazón, pídanme más amor por las almas, que les revele lo que hay en mi corazón para que entiendan que no quiero el mal para los hombres, que no quiero que se pierda ninguno. Anhelo encontrar más dispuestos que se pongan en ese vallado, pero son escasos. Pídanme lo que sienten que les falta, para que Yo pueda encender a algunos de ustedes como velas andantes, que a su vez contagien a otros para orar de una manera que sacuda los cielos, la tierra y lo que está debajo de la tierra. Porque las oraciones tienen el poder de cambiar las cosas.
Las oraciones tienen el poder de cambiar el curso de algunas cosas; no las subestimen ni las menosprecien. Pídanme revelación, dice el Señor, sobre el poder de la oración, del clamor, del ayuno de cilicio. Pídanme un corazón entendido sobre estas cosas, como tenía el profeta Daniel, quien no se alegraba cuando veía visiones de destrucción, sino que clamaba al cielo. Clamen ustedes, no sólo por ustedes mismos, no sean egoístas. Clamen, a su vez, por los suyos, por su territorio, por los límites de sus vidas, de sus casas y también de sus naciones.
[Daniel 7:15, RVR1960] A mí, Daniel, me angustió el espíritu dentro de mí y las visiones de mi cabeza me atemorizaban.
Daniel sufría por las cosas que le fueron mostradas como parte de un rompecabezas profético que ya fue diseñado desde antes que el mundo sea formado, y aunque él no tenía el poder de cambiarlas, por esas cosas que se le fueron reveladas, su corazón temblaba dentro de él cuando las escuchaba. Estas visiones que le fueron dadas, turbaban su cabeza, aunque él sabía, que eran para el tiempo futuro, porque entendió que iban a suceder sí o sí, como parte del plan profético estable que Dios armó desde antes de la fundación del mundo.
Para Daniel esto era muy difícil de ver y escuchar, le costaba cargar con estas revelaciones duras.
Hoy mi pueblo es duro de cerviz, difícil de mover a misericordia y se da por vencido antes de empezar a clamar, dice el Señor. Cambien, hijitos, y entiendan que ustedes esperan arrepentimiento de los inconversos, pero ni siquiera claman por ellos, para que tal vez esa oración mueva mi corazón y Yo les conceda ese arrepentimiento a ellos.
Las naciones tienen que arrepentirse, pero más que todo, mi pueblo debe hacerlo, porque el diablo les ha enseñado bien a condenar en vez de clamar. Han aprendido los caminos malos del enemigo, siendo acusadores de los pecadores, en vez de seguir el ejemplo de Jesús, que cuando lo estaban lastimando, Él clamaba por sus enemigos; Él ya los había perdonado.
Dice Dios: Dejen de aprender lo malo, de imitar al acusador, y en vez de emitir juicio en contra de los inconversos, doblen sus rodillas por ellos. Cambien la motivación de sus corazones y digan, así como Jesús:
[Lucas 23:34, RVR1960] Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.
Hijitos, hoy tengo misericordia de ustedes y los perdono. Yo (Noelia) estoy sabiendo que mientras profetizaba, muchos de ustedes se arrepintieron, porque se dieron cuenta de que esa actitud equivocada estaba teniendo lugar en sus corazones; se arrepintieron y le pidieron perdón al Señor. Y dice el Padre: Yo soy lento para la ira, y mi misericordia no se hace tardar porque la misericordia triunfa sobre el juicio. Los perdono cien por ciento y no a medias, porque los amo entrañablemente, pero quiero un pueblo que sea de ejemplo, quiero mostrar mi misericordia, ejercitar mi piedad y que todo el mundo me glorifique a través de ustedes.
A partir de hoy, entiendan y cambien esta actitud errónea en sus corazones, y en vez de alegrarse porque las palabras proféticas de juicio se cumplan, pónganse contentos cuando perdono, cuando me arrepiento de hacer el mal que había pensado hacer, cuando retrocedo, porque soy un Dios vivo, que interactúa con su pueblo, dice el Señor. Entiendan y mediten en esto.
[Mateo 5:16, RVR1960] Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.