Palabra profética entregada durante una reunion de intercesión por Israel y por la guerra que está aconteciendo
Amado Padre celestial, Dios de Israel, Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob. Tú, Señor, que le diste esa tierra a Abraham y a su descendencia, dice la Palabra. Tú, Señor, que no quitas tus ojos de la niña de tu ojo, justamente. Tú, Señor, que no Te olvidas de tu hijo. Señor, a Ti venimos en clamor, con dolor, con aflicción, con angustia, Señor, porque sentimos esa espada clavada en nuestros propios espíritus, porque lo que le sucede a tu hijo es como si nos sucediera a nosotros, que también somos tus hijos. Es una misma cosa, Señor.
Por eso venimos juntos en el nombre que es sobre todo nombre, en el nombre de Jesús, en el nombre de Yeshua, a pedirte por esta tierra, Padre, que en este momento sangra y se duele y está vestida de luto. Padre eterno, todas las cosas están en tu mano, Señor.
Yo escucho al Señor inmediatamente que me dice: Hijitos, tengan esperanza, tengan esperanza, porque estas bombas tienen que explotar, estos nudos tienen que desatarse. Estoy poniendo mi dedo, dice el Señor, sobre estos nudos para que se desaten. Esto es como una olla que se ha destapado, dice el Señor. Esto es como un agujero en la tierra que estaba tapado y que debajo de esa tapa estaba plagado de cosas que tienen que salir a la superficie, como un hormiguero que cuando uno lo abre, que cuando uno provoca a esas hormigas, salen todas juntas hacia afuera, y uno se da cuenta de lo que antes no podía ver, que estaba debajo de la tierra.
Así es el enemigo. Ha estado tejiendo, ha estado creciendo, ha estado encubiertamente solapado, reforzándose, ganando fuerza, ganando poder, ganando inteligencia de guerra, ganando fuerza violenta, teniendo cada vez más sed de venganza, sed de aniquilar a todo judío que pisa sobre la tierra, sed de muerte.
Y veo los espíritus de muerte como se mueven tremendamente ahora sobre esta región, sobre esta tierra. Así era, dice el Señor, mientras Israel estaba distraído, peleándose entre ellos mismos para ver quién tenía la razón, para ver quién ganaba el cetro de poder, pasándose el cetro entre unos y otros para ver quién se quedaba con el poder, para ver quién dominaba a las masas de Israel para llevar al pueblo en esa nación hacia donde cada uno quería llevarlo, acorde a sus conveniencias y no a las Mías, dice el Señor.
Mientras ellos se peleaban, mientras ellos levantaban el mentón arrogantemente, olvidándose de mí permanentemente, dice el Señor, el enemigo crecía. El enemigo esperaba solapadamente con las armas que ya estaban cargadas. Israel se descuidó y bajó el vallado, dice el Señor, se concentró en cosas que no tenía que concentrarse, se dejó llevar. Ya estaba dividido antes de que esto suceda.
Yo estoy viendo a Israel dividido en el medio, partido en el medio en dos, y un pueblo dividido no puede permanecer. Una nación quebrantada con una grieta tan grande en el medio de su tierra, dice el Señor, ¿cómo puede defenderse de un ataque premeditado de semejante manera?
El enemigo entró como río, como dice Isaías 59, entró como río por todos lados, por las fronteras debilitadas, por los flancos que pudo encontrar fáciles de derribar. Entró y se comenzó a esparcir. Y aún hay sectores que están contaminados por estos enemigos, que yo los veo ahora como hormigas que de repente salen de este hormiguero armadas a atacar como un solo ejército.
Ellos sí, están unidos, dice el Señor. Ellos tienen una misma mente, una misma meta, que es eliminar a mi pueblo, a todo lo que venga de mí, a todo lo que haya nacido de mis entrañas. Ellos tienen claro lo que tienen que hacer, y no dudan, y no cavilan en sus pensamientos. Ellos quieren dar en el blanco y cumplir sus propósitos, dice el Señor. Están absolutamente determinados y no les importa entregar su vida para cumplir esa meta que su amo, el diablo, les ha colocado.
Hijitos, entiendan, dice el Señor, que si no hay unidad, no hay victoria. ¿Como Israel piensa ganar esta guerra cuando no se pone de acuerdo con si mismo? Porque ahora Israel es como un cuerpo que está enfermo, dice el Señor, que tiene como cáncer esparcido por distintos órganos. ¿Cómo puede un enfermo tener fuerza para defenderse de un ataque de alguien que está completamente sano y unificado en su cuerpo? en el sentido de que está unido y determinado, en el sentido de que su mente está fortalecida. Ellos hasta han ayunado, dice el Señor, para concretar este ataque. Ellos han ayunado para que aumente el número de los muertos en Israel, y mi pueblo apenas si puede ayunar un día por la tierra que Yo le di.
Hijitos, entiendan, dice el Señor, que Israel aún hoy sigue distraído. Parte de ellos ha levantado clamor a mi nombre, pero son una minoría, que ora sin fuerza, que muchos de ellos—no todos, pero muchos de ellos—ni siquiera sienten el dolor que Yo estoy sintiendo ahora, dice el Señor, por ver a mis niños decapitados, a mis mujeres embarazadas con los vientres destrozados, a mis viejos que deberían pasar sus últimos días tranquilos, disfrutando de la tierra que les di, desmembrados, ni siquiera viéndolo con sus propios ojos.
Algunos de los que habitan hoy en la tierra de Israel sienten el dolor que Yo siento en mis entrañas por Israel. Recapaciten, arrepiéntanse, clamen de verdad. Ayunen, dice el Señor, como cuando se le anunció a Nínive que iba a ser borrada del mapa y todo el pueblo, todo el pueblo se arrepintió a una, todo el pueblo ayunó.
Israel no entiende que el enemigo sigue entrando, que las fronteras espirituales siguen estando abiertas, que Israel sigue estando en peligro. Ellos confían en sus armas, pero no en el Dios de los ejércitos. Ellos me nombran, dice el Señor, pero no estoy en sus corazones. No creen que realmente Yo soy el comandante de las filas de la armada. Ellos creen en su propia fuerza, dice el Señor, y se vanaglorian, hablando de su escudo de protección, hablando de sus armas, de sus soldados, dice el Señor.
Y ciertamente los soldados tienen en su corazón a esa tierra, y por eso los honro, pero están confiando en ellos mismos, dice el Señor, y no en mí. Sus oraciones de muchos de ellos llegan hasta el techo, y de ahí no pasan, porque se acuerdan de mí cuando les conviene, dice el Señor, pero cuando el peligro pasa, vuelven a los placeres de la vida, vuelven a la superficialidad, vuelven a olvidarse de quién lo salvó. Y otra vez, así como cuando lo saqué de la tierra de Egipto, pero después se olvidaron de mí, dice el Señor, lo mismo sucede hoy.
Israel no tiene fe, dice el Señor. Israel confía en sus armas y en su propia fuerza, pero no son como Gedeón, cuando tenía la fe de conquistar a ese ejército de miles y miles solamente con 300 hombres. Porque Gedeón sabía que la victoria no era de él, sino Mía, que la victoria no era de un número de soldados, sino que Yo soy El que la determino, Yo soy El que la doy.
Hijitos, oren. Oren, dice el Señor, para que Israel crezca en fe, para que Israel abra sus ojos y finalmente miren al cielo y me reconozcan como su Dios, y no le digan al mundo solamente que soy su Dios cuando en realidad me provocan a celos constantemente.
Yo no me he olvidado de ellos, dice el Señor, pero mi justicia es mi justicia, y estas cosas deben suceder para que Israel vea el estado en que él está y reaccione y se arrodille delante de mi majestad a pedirme rescate, a pedirme auxilio, como un hijo que se acuerda de su padre y clama de verdad porque sabe que de otra manera no va a salvarse.
Yo vuelvo a ver a la tierra de Israel completamente dividida con una grieta en el medio. Hay una división. Hay una división. Es una división más grande de lo que se sabe o de lo que se piensa o de lo que se sospecha, y el enemigo lo tiene más claro que los propios habitantes de Israel, y el enemigo utilizó de esta desventaja de Israel en este tiempo para tratar de dividir su tierra aún más.
Y escucho la palabra «límites». El enemigo quiere ampliar sus límites. El enemigo quiere seguir entrando a la tierra, quiere seguir conquistando, quiere ampliar su tienda en Israel. El enemigo quiere dividir a Israel, pero me parece entender que en términos de límites de la tierra. Tengan cuidado, hijitos, dice el Señor, porque esto no se ha terminado.
Yo veo una bandera de la paz en Israel. Oren, hijitos, oren también, porque ahora se maneja por orgullo, me revela el Señor. Los gobernantes, los dirigentes, los que tienen que tomar decisiones que tienen que ver con esta guerra se están manejando por orgullo. No es que Netanyahu levanta la vista y me pregunta a mi que es lo que tiene que hacer, dice el Señor, sino que él va porque él se cree fuerte, porque él mismo cree que es un tanque de guerra, dice el Señor, sin darse cuenta de que él solo nada puede hacer si no va con la fuerza de mi mano.
Oren, dice el Señor, para que sus ojos sean abiertos en este aspecto, y él deje de confiar en él mismo y en la fuerza de su ejército y en la fuerza de su propio brazo, para que comience a poner verdaderamente sus ojos y su corazón en mí, para que confíe en mi fuerza, porque no es por fuerza, ni por ejército, dice el Dios de Israel, sino por mi Espíritu.
Yo no veo que el Señor aún haya golpeado su martillo sobre la mesa como un juez que dice ¡Listo ya está!, que pare esta guerra, que frene este ataque. El Señor aún no ha golpeado ese martillo. El Señor aún no ha decretado un final, sino que Él está esperando que el pueblo levante su mirada y Lo mire, que Lo reconozca, que Lo busque, que el pueblo se examine a sí mismo y se pregunte, «¿Por qué nos ha pasado esto? ¿Por qué nos abandonaste, Señor? ¿No somos tu pueblo?» Y ahí se den cuenta que sus vestiduras están manchadas, que con sus bocas pronuncian mi nombre, diciendo que son mi nación, pero están lejos de mí. Yo quiero que Israel reaccione, dice el Señor, que Israel reconozca su pecado. Oren, dice el Señor, para arrepentimiento genuino, para quebrantamiento de la dureza de los corazones.
Estoy viendo a los judíos, no mesiánicos, que dicen, «Yo soy simiente de Abraham. A nosotros nadie nos va a tocar. A nosotros nadie nos va a alcanzar, porque el Señor es nuestro protector». Pero, dice el Señor, están ciegos, están duros, están cerrados. Yo toco a su puerta continuamente una y otra vez. Los busco de mil maneras. Mi Espíritu se ronda por sus barrios, buscando un corazón que se abre a mí, pero son como diamantes. Sus corazones son como un diamante, duro de tallar.
Hijitos, oren también por eso, para que los judíos se conviertan, dice el Señor, y entiendan que se quedaron congelados en el tiempo, entiendan y se les revele la sangre derramada también por ellos. Hijitos, oren y no dejen de orar, no dejen de orar, porque estoy esperando gente que se levante, gente que llore, gente que clame, gente que gima, gente que pida justicia por la sangre de esos bebés inocentes derramada.
Y veo al enemigo como un perro rabioso que destroza la carne, que se devora a niños, a jóvenes, ancianos, adultos, a cualquier tipo de personas, no importa, no discrimina. La orden es matar, aniquilar, destruir, devorar. El enemigo es como un perro que no entiende, ni puede ser domado, completamente tomado por la maldad, por la muerte, por la sed de venganza, por la sed de que las tumbas de los judíos aumenten en cantidad. Ellos quieren ver nuevos cementerios judíos. Ellos quieren ver la tierra de Israel llena de tumbas. No se sacian con estas muertes que hubieron ahora, con estas ‘victorias’ que han alcanzado. Quieren más y vienen por más, dice el Señor.
Muchos de ustedes no creen, no creen que esto se trata de esta gravedad que el Señor está revelando, así como no creyeron cuando el Señor anunció que esto se estaba forjando en la oscuridad. Oren también, dice el Señor, para que el cuerpo de Cristo crea que cosas peores vienen a Israel. Pero el Señor también dice: Tengan fe, tengan fe, porque, aunque los he entregado en la mano de sus enemigos, igualmente no los he abandonado. Igualmente, aún están en mi mano, dice el Señor. Nunca los voy a soltar de mi mano. Amén.
Bendecida Hija del Altísimo .!
Gracias por compartir la instrucción. Del Eterno para su pueblo y así Orar como conviene con la ayuda del Maravilloso Ruaj Hakodeshen el Nombre de Yashúa Ha Mashiaj.
Gloria a Dios, gracias Señor JesucCristo,por que aún sigues hablando a tu pueblo por medio de la profecía,como está escrito: para edificación, exhortación y consolación de tu pueblo.
Saludos desde Costa Rica, una sugerencia para el sitio web,para una mayor claridad y facilidad de comprensión al leer las profecías sería importante que lo que tu hablas se diferenciase de lo que el Señor Jesús habla,así el lector puede identificar fácilmente cuanto para de leer lo que es tuyo y continúa leyendo lo que el Señor habla, ya que a veces cuesta distinguirlos,me refiero a un efecto de sombreado muy leve (tal vez en tono gris), pero que puede facilitar mucho la lectura ya que es un diálogo. Espero mi comentario ayude,si ustedes ven que no es necesario tal característica,igual fue un placer colaborar con este sitio web del Señor JesucCristo!