Yo soy el judío de los judíos. Yo fui el judío perfecto, que cumplió con toda la Ley que se le entregó a Moisés por mano de ángeles. Israel, mi pueblo amado, que nació de mis entrañas. Israel, mi pueblo escogido, perdido, despreciado por todas las naciones, pequeñito, y a la vez sustentado por mi mano.
Una luz en el mundo, desde donde vino el Mesías. El lugar escogido en el planeta para que el Salvador viniera al mundo, lo menos de lo menos, el humilde del humilde, en la forma que ellos no esperaban, dice el Señor. Ahí se estableció la semilla santa del Dios eterno, Jesucristo venido en carne, el Hijo de Dios, el Santísimo.
Israel, tierra santa. Ámenla, dice el Señor. Bendíganla. Levántenla en sus oraciones. Dirijan sus ojos hacia allá, porque todos los ojos del mundo van a dirigirse hacia allá, cada vez más a medida que los últimos tiempos transcurren. Ustedes no entienden de qué se trata. Es el centro de los centros, desde donde salió la semilla santa. De ahí viene la salvación que hoy ustedes pueden disfrutar, dice el Señor.
Y veo las distintas ciudades, los caminos que Jesús recorrió, las rutas de Israel. Y veo mis pies en esa tierra, y que cuando pisé esa tierra comenzó una misión allá. Una nueva luz fue establecida en ese lugar para iluminar a las naciones acerca de lo que significa Israel y los judíos. Una nueva impartición nació allá para llevarla a los otros hermanos.
Lo que mis ojos vieron, tengo que transmitirlo, me dice el Señor. Lo que mis oídos escucharon, tengo que hablarlo. Lo que mi corazón se llevó, tengo que impartirlo de cualquier manera y en cualquier lugar, porque Israel es el faro del mundo, dice el Señor, desde donde nació todo y a donde todo culminará. Se trata de Israel.
Entiendan, hijitos, dice el Señor, y el que no entienda, pida entender. Y el que no tenga un corazón por mi pueblo, pídalo tener, porque voy a bendecir a los que lo hagan. Porque Yo, el León de la Tribu de Judá, la Raíz de David, estoy llamando a mi pueblo; estoy encendiendo fuego en los corazones por esa tierra prometida. Y estoy llamando a intercesores en este tiempo, dice el Señor, para que establezcan los decretos que salen del reino del Padre y se concreten en la tierra.
Abran sus oídos, dice el Señor, en especial a las intercesoras que están aquí hoy, porque les voy a dar que orar por esa tierra y por ese pueblo. Y hoy pongo una semilla en sus corazones, y van a surgir preguntas a partir de ahora sobre esto en sus corazones, inquietudes incógnitas. Van a querer entender lo que no entendían, y les voy a dar versículos, pasajes y palabras. Les voy a abrir los ojos y les voy a quitar las vendas, porque ustedes dicen que ellos tienen vendas, pero ustedes también están vendados, los que no entienden de qué se trata cuando hablamos de esa tierra y de mi pueblo.
Estoy llamando a un pueblo a mirar al este, hacia donde está Israel, y a crecer. Concéntrense allí y aprendan, dice el Señor, pero no de los hombres, sino de mí. Y pídanme aguas del Espíritu para que les dé de beber y así cortar con esa sequedad de entendimiento que tienen sobre eso.
Y el Señor me repite que Él es el judío de los judíos, el Rey de los judíos, como estaba escrito en el madero. Yeshúa – el Señor, el Salvador, el Santo de Israel que peleará por su pueblo y establecerá sus pies ese día sobre ese monte, y todas las naciones van a entender quién es Él y confesarán su nombre, y las rodillas se van a doblar ante su presencia y su majestad.
¿Lo creen? dice el Señor. Porque aquí hay incredulidad. Yo vengo por un pueblo santo y escogido, dice el Señor, pero antes voy a sacudir todas las cosas y voy a quitar lo que no tiene que estar. Resistan, hijitos, hasta mi venida, porque la gloria les espera después de esos dolores de parto hasta que nazca este nuevo bebé espiritual. Ámenme hasta el final, como Yo los he amado. Estoy con ustedes hasta el final. Amén.