Hola, ¿cómo están? Soy Noelia. Hoy voy a compartir con ustedes mi experiencia personal de cómo, desde que encontré a Dios y empecé a creer en Jesús, Él fue sanando todo en mí. En este video en particular, les voy a contar cómo cambió mi relación con la función de ser mujer.
Antes, cuando yo no tenía a Dios, sinceramente odiaba ser mujer. Para mí era injusto, era un castigo haber nacido en este mundo siendo mujer. Aunque suene feo, así era para mí. Yo pensaba: «¿Por qué no nací hombre? ¿Por qué me tocó a mí?» Porque yo pensaba que la vida de ellos era más fácil, que les había tocado una función más fácil que la nuestra.
Me sentía sin valor, me sentía que era menos que los hombres. Y como prácticamente los odiaba, claramente tenía muchos problemas, porque en realidad sufría, nada más, por dentro. Aunque por fuera quería aparentar otra cosa, por dentro esto solamente te hace sufrir, porque te sentís como separada de todo. Yo quería hacerme cargo de todo. No permitía que nadie me diga lo que yo tenía que hacer; ni mi papá, ni mis parejas. Siempre tenía que mandar yo. Yo quería demostrar mi igualdad o mi superioridad.
En realidad, en lo profundo, estaba a la defensiva todo el tiempo. No aceptaba ni siquiera un consejo, ni aunque viniera de buena voluntad, con buena intención. Una recomendación de parte de ellos ya me caía mal. Me sentía atacada, porque yo pensaba que podía hacerlo todo sola. Era como: «No me digas tu porque eres hombre lo que yo tengo que hacer. ¿Te crees mejor que yo, que yo no puedo sola, que voy a depender de ti?»
Era en realidad muy orgullosa. Yo tenía que demostrar todo el tiempo que era mejor que ellos. Por eso era muy independiente. No está mal que uno haga sus cosas en la vida como mujer, pero lo mío era un exceso. Muchas veces sentía que quería vivir sola aun estando en pareja, porque era como que sentía que el hombre me robaba mi espacio personal o que me quería atacar de alguna manera; totalmente insano. No es normal una actitud así.
Ahora me doy cuenta de que para encontrar ese valor que en el fondo yo sentía que no tenía, descuidé por muchos años a mi pareja, descuidé a mi familia, trabajaba muchas horas afuera, porque cuando uno tiene un vacío emocional, uno trata inconscientemente de llenarlo con cualquier otra actividad. Normalmente es el trabajo, un trabajo donde uno encuentra reconocimiento, donde uno se siente valorado. Todas las falencias que uno tiene trata de llenarlas con esa actividad.
Entonces, cuando mis hijos eran chiquitos, los dejaba a otras personas para que los cuiden, a alguna niñera conocida o a mi mamá. No me di cuenta de haber perdido ese tiempo tan valioso. Ya me arrepentí, y lo bueno de seguir a Jesús es que Él te perdona cuando te das cuenta de tus errores, pero hay cosas que no vuelven atrás. Por eso quiero compartir este video, porque si estás pasando por la misma situación o te sientes como yo me sentía, me parece valioso compartirlo.
Yo también pensaba que las mujeres que estaban en la casa y que limpiaban, cocinaban, planchaban y se ocupaban de todo en su casa, eran como unas tontas. En realidad, era yo la que no les daba el valor a las mujeres. No es que los demás no me daban valor a mí, sino que era mi propia percepción de la mujer. Hacía lo necesario en la casa, no era que tenía la casa un desastre, pero en realidad siempre trataba de buscar a alguien que lo haga por mí.
Yo solamente quería salir de mi casa y ganar dinero y tener ese éxito profesional para tener el reconocimiento que sentía que no tenía. Era algo desequilibrado, porque no está mal que una mujer trabaje, pero sin descuidar el hogar, su casa, sus hijos, su familia, que es lo más importante. Pero esto era inconsciente, no lo hacía a propósito. Solamente no me daba cuenta de lo que pasaba en realidad, de lo que estaba haciendo. Yo pensaba que el tiempo que estaba en mi casa era suficiente y pensaba que lo que estaba haciendo estaba bien, que era como una heroína; una tontería en realidad. Estaba a la defensiva todo el tiempo, de que me digan que era menos de lo que yo era.
Cuando conocí a Dios y más que nada después de recibir el bautismo del Espíritu Santo, el Espíritu me fue mostrando paso a paso todo lo que tenía que cambiar en mi vida, todo lo que estaba mal o fuera de lugar, y lo primero que hizo fue mostrarme cuán altiva y orgullosa era. Era como si Dios me puso un espejo enfrente y me dijo: «Mira, Noelia, esta eres tú. Así estás actuando ahora, y esto no es lo que Yo creé para ti. Yo no te creé así».
Me vi en ese espejo virtual como una anti-mujer de Dios. Y eso fue un shock para mí, fue lo primero que cambió en mi vida desde que me convertí, y sentí muchísima vergüenza, no solamente de lo que estaba alrededor mío, porque era como verme por primera vez como yo realmente actuaba, sino vergüenza de que Jesús me vea actuar así, de que Dios, que es mi Creador, vea cómo yo estaba desprestigiando su obra: completamente rebelde y mandona; mandona en mi casa. No dejaba a mi marido que tome decisiones tranquilo, siempre criticándole todo, siempre poniendo todo a mi cargo, tomando las decisiones que no me correspondían tomar, buscando tener más posesión en todos lados. Dios me abrió los ojos y me mostró que yo estaba actuando como todo lo contrario a la naturaleza de la mujer que Él creó, que Él ideó.
Me pedía que fuese más humilde—sentí como que literalmente me bajó del caballo, como se dice en Argentina—y me pedía que me ubique en mi lugar, que ocupe la función que yo tenía y que no estaba cumpliendo, y que lo haga con humildad, con modestia, con contentamiento. Era una tontería querer ser algo que no era. Fue un golpe muy fuerte. Era como empezar de nuevo. Me sentí ridícula, literalmente ridícula, fuera de lugar.
Me di cuenta de que no fui creada para eso que yo estaba haciendo, que no solamente estaba generando dolores y ausencias en mi familia, sino que, con respecto a Dios, no lo estaba glorificando a Él. No estaba actuando como una mujer verdadera, sino que estaba actuando como un hombre en el cuerpo de una mujer, no en el sentido de apariencia—no es que me vestía como un hombre— sino con respecto a la función.
Me di cuenta de que en realidad estaba siendo una marioneta del diablo en no querer cumplir la función que Dios me dio. De hecho, este es el trabajo del espíritu de Jezabel. Este es el trabajo de los espíritus inmundos que siempre tratan de tergiversar la obra de Dios, de destruir su creación, de trastornarla, de lograr que hagamos todo lo contrario a lo que Dios creó, a lo que Dios quiere que hagamos, y que las criaturas no queramos ser lo que somos. Él busca que nos rebelemos al igual que lo hizo él. Y recién cuando encuentras a Dios te das cuenta de que este tipo de espíritus influencian tu vida, también en la parte de la seducción.
Era muy seductora. Todo el tiempo estaba vestida de forma bastante estrafalaria, con animal print, excesivamente pintada como una puerta, y buscando tener ropa provocativa. Todo lo que fuera necesario, lo hacía para poder manipular al otro, de la forma que fuese. No lo hacía a propósito, pero no me daba cuenta de que en realidad estaba dejándome manipular por el mal.
En este punto tuve que aprender literalmente cómo ser mujer. Empezaron a surgir preguntas nuevas, por ejemplo: ¿Para qué vine a este mundo siendo mujer? ¿Cómo creó Dios a la mujer? ¿Qué función tenemos? ¿Cómo cumplo esas funciones? Etcétera, etcétera. Y lo bueno es que Dios nunca te deja sola, y la guía del Espíritu Santo te va marcando el camino, y la oración constante, día a día, te va dando respuestas, y leer la Biblia constantemente, todos los días, también te da todas las respuestas, y te hace sentir respaldada, apoyada, y tu cuentas con su compañía. Él no te suelta la mano en ningún momento. Cuando dispones tu corazón a Él, Él se encarga del resto. No es que debes estar pensando «Bueno, ¿y ahora qué sigue?» sino que Él te va mostrando todo en su inmensa misericordia.
Aprendí y entendí que las mujeres no somos menos importantes que los hombres, sino que somos diferentes; tenemos diferentes emociones, tenemos diferentes cuerpos, y somos diferentes en función en la tierra, pero somos idénticos en dignidad y en importancia ante los ojos de Dios. Solamente que algunas de nosotras no sabemos valorar lo que es ser mujer. Yo tampoco sabía valorar la modestia, la humildad, la simpleza. No encontraba la belleza en lo simple o en las mujeres tranquilas, caseras, que no buscaban llamar la atención. Era como que no lo entendía, no lo aceptaba, y no disfrutaba de esa parte femenina.
Dios claramente me estaba mostrando que algo estaba mal, y ahora yo tenía que hacer algo con eso, porque la última decisión, el libre albedrío, es nuestro. Entonces me dije a mí misma que yo quería convertirme en el tipo de mujer que a mi Señor le gustaba, que Él me estaba pidiendo que sea. Y le pedí que me enseñe, porque yo no sabía cómo hacerlo. Era como volver a empezar con una persona nueva que estaba naciendo en mí. Fue un proceso, un proceso que lleva su tiempo, y que fue doloroso, porque es una verdadera batalla interna, pero de la mano de Él todo se puede lograr, sanar y mejorar.
Tenía como dos voces. Por un lado, tenía el orgullo, que me decía: «No, pero ¿cómo vas a cambiar si estás bien así? ¿Cómo te vas a dejar aconsejar si lo sabes todo? Si dejas de manejar la casa o si dejas de tomar todas las decisiones, ¿qué va a pasar? Se va a venir todo abajo si todos dependen de ti.» Y ese tipo de pensamientos de una mujer típicamente manipuladora, que quiere manejar todo, que quiere estar por encima de todos, y que tiene cero humildad. Ese era mi caso.
Tenía todo ese tipo de voces, por un lado, y por otro lado escuchaba la voz de Dios, que me decía: «Tranquila, no tengas miedo. Yo te voy a sanar. Dame tu mano y vamos juntos.» Y me agarré de la mano de Jesús, y empecé a pensar en Él y a leer la Biblia, todo lo que Él hacía en el Nuevo Testamento. Para mí era mi arma principal, porque yo veía la humildad impactante que tenía cuando vino a la tierra para humillarse de semejante manera, siendo Dios. Yo lo miraba a Él, y Él es nuestro ejemplo para los seguidores de Jesús, y decía: «Si Él lo hizo siendo Dios y no se quejó de la posición que le tocó, de lo que le tocó hacer en la tierra, de la función que Dios le dio, ¿cómo no lo voy a poder lograr yo? Porque soy una mujer. Ridículo.»
Así empecé a cambiar. Empezaron a cambiar muchas cosas en mí. No fue forzado, pero sí es una elección. El mejorar es siempre una elección. Dios te puede tocar, te puede llamar, y te puede mostrar algo que está bien o algo que está mal, pero siempre la decisión final la tienes tu. A partir de ahí, es uno mismo el que tiene que poner su parte, porque es una relación con Dios. No es que tenemos que esperar que Dios nos cambie y listo. Nosotros tenemos que poner nuestro esfuerzo, nuestra parte.
Así que todo empezó a cambiar, gracias a Dios, y empecé a ocuparme más de mi casa, empecé a disfrutar más, empecé a sentir lo que es estar en el hogar, y ahora quiero prácticamente estar más en mi casa que afuera. No está mal salir y trabajar para una mujer, pero lo mío era un desequilibrio, y ahora estoy contenta porque lo disfruto. Disfruto hacer las cosas de la casa.
Aprendí a cocinar mejor y trato de hacer las cosas yo misma, como limpiar y planchar. Es como que soy más celosa de mi casa. No tengo muchas ganas de que venga otra persona y me ayude con las tareas, al menos no en este momento, porque siento que tengo que pasarlo yo, que tengo que hacerlo yo, que me corresponde a mí. No digo que está mal tener alguien que nos ayude, porque depende de la situación que cada mujer esté pasando, pero en mi caso es como que estoy disfrutando ahora todas las cosas que no pude disfrutar antes.
Entendí también lo importante que es para los niños llegar a su casa y sentir ese olor en la casa cuando está la mamá, que es incomparable: sentir el olor del almuerzo que los está esperando, o de la merienda que les preparaste en la tarde, y sentarte con ellos. Ellos sienten que pusiste tus manos y tu tiempo para esperarlos, para que ellos tengan esa presencia de la madre: tener la casa arreglada, limpia y ordenada, tener su ropa preparada. La presencia de la madre en la casa no se reemplaza con nada. Antes yo pensaba que alguien tenía que encargarse de hacer las cosas y listo. Era como un trámite para mí. La verdad es que entendí que las prioridades son otras, que primero son ellos, la familia, y después, del tiempo que queda, sí puedo trabajar, hacer algo, pero no en exceso y sin dejar la familia de lado.
También cambiaron las cosas con mi marido: lo miro con otros ojos, lo respeto más. Es como sentir otro tipo de amor, que antes no sentía. Lo amaba, pero ahora es un amor más sano. Es como que puedes relacionarte con tu pareja de una manera menos conflictiva. No estás buscando todo el tiempo defender nada. Está todo más relajado. Problemas siempre habrán, quizás algunas diferencias, pero cuando está Dios entre medio de dos personas, en una pareja, cuando Dios está en la casa de una familia, se vuelve a trabajar bien, más sano, más correcto, y todo se vuelve más liviano, y todo se disfruta más.
Lo más lindo de todo es que en Dios encontré el valor que antes no sentía que tenía. Desde que conozco a Dios me siento valorada, como si fuera algo muy preciado. Entendí que la creación de la mujer aporta todo lo que le faltaba a la naturaleza humana, y que no lo tiene el hombre. Entonces empecé a valorarlo y me sentí mucho mejor que antes. Realmente encontré que Él nos ama, que Él ama a las mujeres. Lo que Él no ama es lo que los espíritus nos influencian a hacer mal en contra de su reino, pero Él nos ama a nosotras, ama a las mujeres y también a los hombres.
Aprendí a ser más modesta, a comprar menos, a gastar menos y a valorar más las cosas, sin pasar necesidad, pero sin excesos innecesarios. Este punto en general es un tema para nosotras, las mujeres, porque a veces, no siempre y no en todas las mujeres, el querer comprar se transforma en un vicio, y también es como que quieres suplantar un vacío, un espacio emocional que no tienes. Pero eso no funciona. Ninguna cosa material te va a llenar emocionalmente cuando Dios no está en tu vida. Cuando encuentras a Jesús, Él empieza a completar todos tus vacíos y la figura de Dios Padre es como que te abarca. Todos tus puntos débiles, los sana, los remienda, y eso ni toda la plata del mundo, ni toda la ropa del mundo, ni todos los accesorios para las mujeres lo pueden reemplazar. No vale ni cinco centavos comparados con lo que uno siente al tener a Dios.
Algo muy importante es que aprendí a amar a los hombres. Me di cuenta de que antes simplemente no los amaba. Era como un rechazo. No los entendía realmente y no compartía tampoco cómo eran, como si yo tuviera que dar una opinión a la creación de Dios. Absurdo. Empecé a entender su naturaleza, por qué son como son, a entender sus reacciones y sus razones y a darles más espacio para ser lo que son, sin presionar y sin exigir todo el tiempo. Antes decía a mi esposo: «¿Por qué no haces esto? ¿Por qué no haces aquello? ¿Ves cómo eres?» Y todo tipo de reproches, y la mayoría sin fundamento.
Aprendí que los hombres tienen su propia carga, que no es menor a la nuestra. Hoy entiendo que los hombres tienen responsabilidades grandes, porque ellos tienen que ser la cabeza del hogar, tienen que dirigir la familia y, muchas veces, el trabajo. Tienen que estar todo el tiempo en una posición de mando. Tienen que tomar las decisiones importantes. Tienen que ser el sostén económico principal de la familia, y muchas veces también el emocional. Por el solo hecho de ser hombres, ellos tienen que cargar con todo.
Entendí que el hombre no es que no quiera hacer las cosas de la casa que hacemos nosotras, sino que, salvo que haya algún desorden en la masculinidad del hombre, no está en su naturaleza. Simplemente Dios no lo creó para eso. No es lo que está en su mente. No están concentrados en eso. Dios en su inmensa sabiduría nos hizo diferentes. A ellos no les sale, no es que no lo hacen porque son malos o para hacernos la vida imposible, que a veces son un poquito no tan cuidadosos con las cosas de la casa como nosotras quisiéramos.
Por ejemplo, antes yo le decía a mi pareja: «¿Por qué no me ayudas con las cosas de la casa y no hiciste lo otro y dejaste esto allá?» Ustedes me van a entender lo que quiero decir, pero es que a ellos simplemente no les sale. Nosotras pensamos en nuestro nido, en nuestro hogar, en cómo tiene que estar bien preparadito el nido, bien arreglado, y ellos piensan en cómo traer el alimento al hogar. Es lo principal. Por naturaleza son así, y no les nace estar pensando todo el tiempo: «Voy a doblar la ropa, la voy a guardar allá donde estaba.» No digo que no lo pueden hacer y que no lo hagan, sino que su mente no está concentrada en eso porque Dios no les dio las herramientas ni los inspira para hacer eso. Están preocupados por otras cosas, por otras funciones, y eso no lo entendía antes. Yo quería que los hombres sean como las mujeres y que las mujeres sean como los hombres. Eso era lo que yo quería, sin darme cuenta.
Y ahora me siento más equilibrada, más plena, más relajada, pero a la vez más fuerte porque no tengo que luchar todo el tiempo contra la corriente de ser algo que no soy, como antes. No tengo que hacer fuerza para encontrar mi valor. No tengo que ocuparme de todo, como yo creía que tenía que hacerlo. Aprendí a confiar más en mi esposo. No soy perfecta y me falta un montón, y esto es un camino que nunca se termina, porque cuando uno entra en los caminos de Dios, Él nunca deja de enseñarte. Pero cada día buscando obedecer a Dios, esto se va haciendo más fácil de lograr y más posible, y uno se siente mejor.
Ahora las decisiones importantes de la casa, si bien las charlamos y mi esposo me pregunta mi opinión como una pareja armónica, normalmente yo prefiero que las tome él, y esto me llevó un tiempo porque al principio me costaba un montón confiar en él porque yo estaba acostumbrada a decidir todo y pensaba que si lo dejo a él tomar las decisiones se va a equivocar, que si yo no estoy ahí, todo va a salir mal. Pero Dios me mostró que confiando en él todo salía mejor, especialmente porque mi esposo es una persona que tiene a Dios y entonces toma las decisiones basándose en su Palabra y no se equivoca. Y como yo tampoco lo estoy presionando todo el tiempo ahora para que todo lo haga a mi manera, me imagino que él se siente más libre y relajado en su mente para tomar las decisiones.
También aprendí a dejarme amar por mi esposo, porque antes siempre estaba poniendo una barrera delante mío, estando siempre a la defensiva. Aprendí a dejarme abrazar, a dejarme ser tratada bien, a disfrutar de esa contención, a ser sostenida por un hombre y no a intentar sostener todo el tiempo yo como quería ser antes. Como resultado, esto trajo mucha más armonía: armonía interna, armonía externa, en mi casa, en mis relaciones familiares, laborales, en todos los órdenes. Es como que todo se acomoda, y la verdad que descubrí es que las mujeres somos tan hermosas cuando somos lo que somos. Una criatura es tan linda cuando está en su plenitud y cuando no quiere actuar y cuando no quiere ser otra cosa que no es.
Quisiera que a todas nos pase lo mismo, que podamos disfrutar de lo que Dios me mostró a mí y de lo que estoy disfrutando yo. Para mí, como normalmente para alguien que conoce a Dios y que sigue a Jesús, la motivación más grande para querer ser mejor es que yo amo a Dios. Amo a mi Padre y amo a su Hijo, y el respeto que siento por ellos es muy grande, y quiero que Él vea en mí que lo busco, que lo pienso, que lo vivo, que llevo a la práctica lo que Él me enseña en sus Escrituras o lo que me va revelando el Espíritu Santo; no en apariencias, para que me vean los demás, sino a partir de la necesidad de cambiar que surge en mí, que Él mismo puso como semilla en mi corazón. Es como una respuesta que yo le doy a Él.
Me di cuenta de que para el Señor la mujer del Proverbio 31 es una mujer especial, de gran estima. Yo quiero ir por eso, yo quiero ser esa mujer, y yo estoy convencida de que a través de la obediencia a Él se pueden lograr muchas cosas, porque para mí amarlo es obedecerlo, y obedecerlo es amarlo. Eso resume todo, mi motivación.
[Proverbios 31:10-31, RVR1960] Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal todos los días de su vida. Busca lana y lino, y con voluntad trabaja con sus manos. Es como nave de mercader; trae su pan de lejos. Se levanta aún de noche y da comida a su familia, y raciona a sus criadas. Considera la heredad, y la compra, y planta viña del fruto de sus manos. Ciñe de fuerza sus lomos, y esfuerza sus brazos. Ve que van bien sus negocios; no apaga su lámpara de noche. Aplica su mano al huso, y sus manos a la rueca. Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al needy. No teme por su familia cuando nieva, porque toda su familia está vestida de ropas dobles. Ella se hace tapices; de lino fino y púrpura es su vestido. Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra. Hace telas y vende, y da cintas al mercader. Fuerza y honor son su vestidura; y se ríe de lo por venir. Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua. Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde. Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba. Muchas hijas han hecho el bien; mas tú sobrepasas a todas. Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, esa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos.
Si tú te sientes como yo me sentía, si no conoces a Dios y te pasa esto, de sentirte incómoda con tu figura, con tu papel femenino, si tienes problemas con los hombres, con tus relaciones personales con ellos, yo te puedo asegurar que, buscándolo a Él de todo corazón, de corazón sincero, Él puede sanar tu corazón y la percepción que tienes de ti y que crees que los demás tienen acerca tuyo. Él puede sanar tus relaciones y tu autoestima a través de su Hijo Jesús. Dios no piensa como nosotros, para Él no hay imposibles como para nosotros, y seguir a Jesús es sinónimo de ganancia.
Puedes perder lo que te hace mal, pero ganas cosas eternas, que no tienen comparación en valor con las cosas superficiales que el mundo ofrece. Puedes ganar plenitud y paz, porque en Él todas las cosas se van acomodando, van tomando la forma que corresponde y van tomando el lugar como las piezas de un rompecabezas que en realidad es perfecto y está hecho de manera maravillosa, como la creación de Dios. Pero solamente cuando cada pieza en una familia está colocada en su lugar se puede apreciar la belleza de ese rompecabezas, como si fuera una máquina donde cada pieza, cuando está colocada en el lugar donde tiene que estar y funciona bien y está sana, realmente esa máquina puede trabajar al máximo de su potencial. Eso es lo que yo siento ahora.
Puedo asegurarte que si oras a Dios, aunque no lo conozcas—Puedes orar y hablar con Él como si fuera un amigo a quien le pides ayuda—Él te va a responder. Y la lectura de la Biblia—comenzando por el Nuevo Testamento, para entender la vida de Jesús primero que nada, porque Él nos dejó su ejemplo—junto con la guía del Espíritu Santo te pueden ir enseñando, te pueden ir sanando, como lo hizo conmigo, y dándote la fuerza para tomar decisiones correctas y para cambiar tu vida y para volver a empezar.
Espero que esto haya ayudado. Sé que hay muchas mujeres que están pasando por momentos muy complicados y que es difícil salir adelante, pero por experiencia te comparto todo lo que Él fue cambiando y está cambiando en mí, para que tengas una esperanza y para que sepas que Él obra en nosotros. Lo único que tenemos que hacer es decirle a Jesús: «Sí, Yo creo en ti y quiero seguirte» y abrir nuestro corazón, nuestra mente, nuestra alma a Dios y entregarle lo que somos, en el estado que estamos cuando lo encontramos, para que Dios obre, y Él se va a encargar de sanar todas las cosas que no funcionan en tu vida.
Ahora voy a decir una oración final: Padre, vengo a ti para agradecerte por todo lo que hiciste en mí. Te agradezco por tu guía y por tu inmensa sabiduría, por darme paz y por enseñarme a vivir conforme a tu Palabra, donde al fin puedo descansar. Te pido, Padre, por mis hermanas que aún no gozan de esta libertad que me diste a mí, te pido que las inspires y que las guíes y les muestres el camino que tienen que seguir para poder sanar como mujer. Te pido, si es tu voluntad, que utilices este video para que llegue a quien tenga que llegar, para que dé esperanza. Gracias, Padre, por permitirme compartir nuestra relación con otras mujeres. En el nombre de Jesús, amén.
Si no conoces a Dios, pero quisieras acercarte a Él, yo voy a decir una oración y puedes repetirla después de mí. Relájate, hazlo en fe, y Él se va a encargar del resto. Lo puedes hacer como quieras. Para orar no es necesario colocar las manos de cierta manera o cerrar los ojos o nada. Podés hacerlo de la forma que vos lo sientas. Eso es lo bueno, que en Dios encontramos libertad siempre con respeto, que somos libres en Él.
Entonces, la oración sería así: Señor, yo aún no te conozco, pero quisiera hacerlo. Reconozco que muchas cosas andan mal en mi vida y ya estoy cansada del camino y de equivocarme. Mis fuerzas me faltan y no encuentro una salida. Ahora sé que no puedo continuar por mí sola. No sé cómo hacerlo. En este momento, te entrego mi corazón y mi vida para que, si tú quieres, las restaures. Perdóname, Señor, por mis errores. Te invito a mi casa, Señor, y a tu Hijo, Jesús. Ayúdame a entenderte. Quiero conocerte. Ayúdame a entender tu creación y tus caminos. Sáname, por favor. Enséñame a ser mujer para poder descansar en ti. Gracias, Señor. En el nombre de Jesús, amén.