En el día de hoy, el Señor me hablaba sobre la consagración, porque de eso se va a tratar esta palabra que voy a compartir.
[Éxodo 40:12-13, RVR1960] Y llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua. Y harás vestir a Aarón las vestiduras sagradas, y lo ungirás, y lo consagrarás, para que sea mi sacerdote.
Yo escuchaba claramente cómo el Espíritu de Dios me decía: «Quiero que hoy hables a mis hijos acerca de la consagración», refiriéndose a ellos en estos últimos días, no bajo la ley de Moisés, sino bajo el nuevo pacto, bajo la ley de Cristo en la cual estamos nosotros en estos últimos días.
Así que, Padre Celestial, te damos gracias por este momento, te damos gracias por poder congregarnos otra vez para oír tu voz, para inquirir en tus cosas, para entender qué quieres de nosotros, cómo consagrarnos, cómo entregarnos a ti, Señor. Ya comienzo a entender el mensaje que querés hablarnos hoy por tu santo Espíritu, y lo veo a Yeshúa como un cordero inmolado, como un sacrificio que se entregó vivo, sacrificio de olor grato y agradable a ti, pero antes, Él se consagró a ti. Oh Señor, ayúdanos a entender de qué se trata la consagración a ti, por qué tenemos que consagrarnos a ti y qué importancia tiene para nuestras vidas espirituales y para nuestro crecimiento en ti. La gloria por todo lo que vas a hablar y por todo lo que se está cumpliendo que has dicho a través de esta boca te pertenece a ti y únicamente a ti, Señor, porque de ti salen palabras de vida y no de mí.
Oh, Dios mío, gracias, porque me viene un pasaje de las Escrituras que dice que Dios anuncia lo porvenir, y el Espíritu me lo trae ahora para que muchos de ustedes, los que no creen en la profecía, comiencen a creer que Dios está hablando en estos últimos días. Que haya mucha falsedad —falsos profetas, falsas palabras proféticas, falsas revelaciones y malas interpretaciones— no quiere decir que Dios no esté hablando hoy, no quiere decir que Dios no anuncia lo porvenir, no quiere decir que no haya personas consagradas justamente a Él y separadas y guardadas para hablar de parte de Dios.
[Isaías 46:9-10, RVR1960] Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero.
Yo comienzo a escuchar ya al Espíritu de Dios que les habla a ustedes, a sus hijos, los que están atentos para oír, los que tienen los oídos abiertos y quieren escuchar y recibir estas palabras, y dice:
Amado mío, entregame tu corazón, consagralo para mí, dedícamelo, porque espero de un pueblo que se limpie, que se aparte, que se cuide, que se guarde, dice el Señor, para ser como un utensilio separado para que Yo pueda usarlo, porque mis manos son santas y no tocan nada inmundo. Ustedes son para mí utensilios que ciertamente quiero usar, pero deben ser lavados, limpiados y santificados para que recién entonces mis manos —que son santas y no tocan nada inmundo, nada sucio y nada contaminado— puedan tomarlos y utilizarlos como quiero.
Mientras Dios me habla, yo (Noelia) estoy viendo los utensilios del templo, los utensilios que eran separados y consagrados exclusivamente para ser utilizados por los sacerdotes y las personas que tenían el permiso de entrar en ese lugar santo y de rendir ese culto a Dios. Yo estoy viendo esos utensilios que eran especiales, santos, dedicados, consagrados, apartados, separados únicamente para ser utilizados bajo ese contexto, en ese lugar, y para lo cual fueron hechos por la dirección del Señor. Esos vasos no podían ser utilizados para cualquier cosa, sino únicamente para lo que fueron hechos. No podían sacarse fuera del templo y usarse para otra cosa que no fuera para la función que tenían otorgada.
El Señor compara esta imagen de los vasos del templo con nosotros, con sus hijos, que somos sus vasos en estos últimos días en los cuales Él quiere verter de su Espíritu y de su aceite de unción para que, una vez separados para Él, cumplamos la función que tiene cada uno de nosotros. De la misma manera que cada uno de esos instrumentos que estaban en el templo tenían una función distinta y no eran utilizados para otra cosa que no fuera para lo que fueron hechos, nosotros también fuimos creados con una función distinta y deberíamos estar operando únicamente para lo que el Señor nos hizo. Nosotros somos utensilios para el Señor que Él quiere utilizar, pero muchas veces no estamos apartados para Él, no estamos separados para Él, no nos limpiamos tanto como necesitamos para que Él pueda usarnos, para que Él pueda, metafóricamente hablando, tocarnos con sus manos santas, limpias y que no tocan ni siquiera se acercan a algo que está contaminado, a algo que está sucio, a algo que fue ultrajado, que fue profanado.
[Josué 6:19, RVR1960] Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro de Jehová.
Hijitos, sepárense, dice el Señor, y sean mis instrumentos consagrados. Sepárense para mí. No se contaminen con el mundo. No naden en aguas sucias. Ustedes han sido ungidos por el Espíritu Santo cuando recibieron el bautismo del Espíritu Santo, y a partir de ese momento me pertenecen, dice el Señor.
Yo (Noelia) estoy viendo a alguien que recibe el bautismo del Espíritu Santo y al mismo momento recibe una unción del Espíritu Santo, es ungido con aceite por el Espíritu Santo. A partir de ese momento somos de Dios, le pertenecemos a Él, escogidos y llamados por gracia. A partir de ese momento, el Señor tiene un trato particular con nosotros. Al pasar a formar parte de su familia espiritual, Él tiene una mirada distinta sobre nosotros. Al pasar a formar parte de la ciudadanía celestial, Él nos contempla de una manera separada a los que no forman parte de esa ciudadanía. Hay una distinción, me dice el Espíritu Santo de Dios, entre las personas que son apartadas para Él, separadas para Él, consagradas para Él, y las que no. Y yo estoy entendiendo ahora que a partir de que pasamos a ser ciudadanos del reino de los cielos, habiendo nacido de nuevo por agua y por Espíritu, a partir de que somos ungidos por el Espíritu Santo de Dios por el bautismo del Espíritu Santo, reconciliándonos con Dios a través de creer en su Hijo como nuestro Salvador, a partir de ese momento, el Señor nos mira como esos utensilios del templo, consagrados para Él y para su servicio.
[Malaquías 3:18, RVR1960] Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.
Pero muchos de ustedes, hijos míos, dice el Señor, no han entendido que no le pertenecen al mundo y que no le pertenecen al diablo, sino a mí, al Creador de los espíritus de los profetas. Ustedes son míos y no del mundo a partir de que decidieron creer en el Hijo de Dios y nacieron de nuevo en agua y en Espíritu. Hijitos, comprendan que ustedes son un tesoro especial, así como dice:
[Josué 6:19, RVR1960] Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro de Jehová.
Ustedes son esos utensilios que pertenecen a mi tesoro, dice el Señor. Ustedes son mis tesoros, mas sin embargo, no todos ustedes se comportan como mi tesoro, no todos ustedes se comportan teniendo conciencia de que deben vivir apartados para mí. Sin embargo, repite el Señor, varios de ustedes regularmente dicen que quieren servirme, que quieren ser herramientas útiles para mi reino, y me preguntan qué deben hacer para servirme para que Yo los pueda usar, pero no se consagran a mí.
Esto es una respuesta para muchos de ustedes que vienen preguntándole a Dios qué tienen que hacer para ser útiles para el reino, cómo lo pueden servir. Varios de ustedes vienen preguntándole al Señor: «Señor, ¿qué tengo que hacer? ¿Cómo te sirvo? ¿Cuál es mi rol dentro de la iglesia? ¿Cuál es mi puesto? ¿Cuál es mi llamado? ¿Cómo puedo serte útil?», pero hasta que no se consagren a Dios, hasta que no se separen de las cosas inmundas y se limpien para estar dedicados a Dios, el Señor no va a responderles esa pregunta, porque tienen que entender que Dios no va a usar algo que pueda ensuciar sus manos, que son limpias y santas, y en donde no hay ni el mínimo rastro de contaminación, de mugre o de putrefacción.
Hijitos, tienen que tomar una decisión, dice Dios, todos aquellos que realmente tengan un corazón servidor, porque ciertamente conozco sus corazones, que quieren servirme, que me preguntan día a día qué pueden hacer para mí, en qué tienen que poner sus manos en la mies, cuál es su función en este rompecabezas profético de los últimos días. Pero primero deben dejar todo atrás, aquellos que no han renunciado a cosas que les he llamado a renunciar, porque el que quiera servirme tiene que estar libre de toda carga, tiene que estar libre de toda responsabilidad que atrae su atención, que lo distrae del camino del servicio. Muchos de ustedes no quieren renunciar a nada para servirme, no quieren vivir apartados para servirme, sino que quieren servirme, pero al mismo tiempo seguir sirviendo al mundo, al mismo tiempo permanecer sucios como están, en algunos casos.
Hijitos, así como Aarón y los sacerdotes tuvieron que cambiar sus vestiduras para después consagrarse a mí para servirme, ustedes primero tienen que limpiar las suyas para poder servirme a mí. Tienen que santificarse, tienen que limpiarse, tienen que arrepentirse de todo pecado que todavía hoy pueda estar activo en sus vidas, quitarse esas manchas de las vestiduras que tienen colocadas, para realmente, una vez que se hayan limpiado, puedan acercarse a mí sin culpa y Yo pueda darles una tarea específica, dice el Señor. Hay distintas cosas, vuelve a repetirme el Señor, por las cuales muchos de ustedes no se consagran como sacrificio vivo al Señor y por lo cual, entre otras cosas, el Señor no puede usarlos como a Él le gustaría, porque en realidad no es que Él no tenga una tarea para darles, sino que ustedes no han hecho lo que tienen que hacer para ser dignos de ser llamados a hacer esa tarea.
Hijitos, dice el Señor, ustedes no tienen nada que ver con el mundo. Están en el mundo, pero ustedes no son del mundo, y tienen que entender que además de eso no deben participar de las obras infructuosas de las tinieblas, porque cuando hacen esto, ustedes se ensucian, se contaminan, se cargan, se distraen, y hasta pecan, alejándose de mi presencia, porque en mi templo santo, en el templo celestial donde Yo habito, solo ingresan los que primeramente se han lavado, los que primeramente se han purificado, los que han cambiado sus vestiduras, quitándose las vestiduras viles y habiéndoseles entregado vestiduras blancas, inmaculadas, y los que fueron ungidos para poder entrar en este mismo templo donde habito Yo, y ninguna cosa inmunda, ninguna cosa con defecto puede ingresar a donde habita mi santidad.
Yo (Noelia) estoy entendiendo ahora que el Señor está diciendo que a partir de nuestra conversión por agua y por Espíritu, después de que ese Santo Espíritu ha ingresado en nosotros a través del bautismo del Espíritu Santo y después de haber sido ungidos por ese Espíritu Santo para pasar a pertenecerle literalmente a nuestro Dios, nuestros cuerpos habitan en esta tierra, pero nuestros espíritus están en la presencia de Dios o pueden estar en la presencia de Dios. Yo nos estoy viendo, a los que servimos a Dios en el cielo, donde Él habita, ministrando las cosas santas en su templo, donde Él está. Este es un misterio que no todos van a entender, pero la Biblia dice que nosotros estamos sentados en lugares celestiales y que somos sacerdotes y reyes.
[Efesios 2:6, RVR1960] Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.
[Apocalipsis 1:5-6, RVR1960] Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos.
Yo (Noelia) estoy sabiendo ahora que los hijos de Dios, espiritualmente hablando, cuando nacemos de nuevo recibimos vida en el espíritu, que antes estaba muerto por causa del pecado, y a través de ese nuevo nacimiento, nuestros espíritus cohabitan en el lugar donde Dios está. Y no solo eso, yo nos estoy viendo sirviendo en el templo celestial junto con Dios mientras servimos en la tierra, pero, repite el Espíritu de Dios, únicamente los que se han lavado, los que han sido purificados, los que han recibido sus vestiduras blancas y las mantienen sin manchas, únicamente los que han recibido esta unción a través del bautismo del Espíritu Santo en la conversión y se mantienen sin mancha ni contaminación son los que pueden ingresar y servir en el templo celestial, porque nada inmundo habitará con Él.
El Espíritu Santo está hablando sobre estas cosas porque muchos de ustedes, me hace saber Dios en este momento, quieren servir al Señor, pero no se limpian; quieren servir al Señor, pero no se purifican; quieren servir al Señor, pero no reciben el Espíritu Santo. Quizás se han bautizado con el bautismo del agua, pero no han pedido el Espíritu Santo. Y hay también situaciones donde algunos de ustedes sí han sido bautizados en el agua, han recibido el bautismo del Espíritu Santo junto con su unción inicial, pero después volvieron al mundo y se contaminaron, y sus vestiduras blancas que habían recibido comenzaron a contaminarse, comenzaron a ensuciarse, y ya no estuvieron apartados para servir en ese templo celestial, sino que comenzaron a apartarse de Dios en vez de apartarse del mundo, para participar de las cosas del mundo.
La consagración es importante. La consagración es clave para estos últimos días. Vivir apartados para Dios será lo que nos ayude a permanecer de pie mientras los juicios de Dios caen sobre la tierra, mientras los dolores de parto se desarrollan. Dice la Palabra:
[Apocalipsis 22:14, RVR1960] Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad.
Hijitos, dice Dios, los llamo a que se acerquen más a mí, a que dejen toda distracción atrás y me miren de verdad, a que se aparten del mundo para dedicarse a mí. Y a mí (Noelia) me viene el ejemplo de Samuel, donde su madre lo dedica para el servicio a Dios.
[1 Samuel 1:28, RVR1960] Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová.
Consagrarse es dedicarse, dice el Señor, consagrarse es entregarse, consagrarse es entender que uno ya no es pertenencia de sí mismo sino de alguien más, consagrarse es regalarse, consagrarse es estar disponible para Dios, consagrarse es entender a quién uno pasa a pertenecer. Muchos de ustedes creen en mí, dice el Señor, claman a mí, oran a mí, inclusive hasta algunos me sirven, pero no están dedicados a mí, no están consagrados a mí, no están apartados para mí y no están disponibles para mí. Dice la Biblia:
[Números 3:12, RVR1960] He aquí, yo he tomado a los levitas de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos, los primeros nacidos entre los hijos de Israel; serán, pues, míos los levitas.
Ustedes no entienden a quién le pertenecen, dice el Señor. No todos están consagrados para mí. Son como utensilios que se me escapan de las manos, que se me resbalan de las manos, y que cuando quiero usarlos, no los encuentro, porque no están 100% conmigo sino a medias, porque han crecido, pero sus corazones no me pertenecen 100% como deberían. Así como dice Jonás 1:10, algunos de ustedes son rebeldes, dice el Señor. Algunos de ustedes tienen ministerios o están en ciertos servicios en mi nombre, dice el Señor, pero están realizando tareas que salen de sus propios corazones y que nunca les llamé a hacer. Están disponibles para ustedes en mi nombre, pero no están disponibles para mí de todo corazón.
[Jonás 1:10, RVR1960] Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto? Porque ellos sabían que huía de la presencia de Jehová, pues él se lo había declarado.
[Mateo 22:37-40, RVR1960] Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
Amar a Dios realmente con todo lo que uno es, con todo lo que uno quiere, con todo lo que uno espera, con todo lo que uno desea; amar a Dios con lo que uno piensa, con lo que uno siente, con lo que uno hace permanentemente es clave para consagrarse a Él, porque consagrarse a Él no es decidir lo que uno quiere hacer, sino hacerse libre para que Él diga lo que uno tiene que hacer. La consagración es una renuncia a uno mismo, me dice el Señor, a lo que uno quiere, a lo que uno desea, para cumplir sus deseos, que son más importantes que los nuestros. Consagrarse a Él es entender que no se trata de nosotros, sino de Él. Consagrarse a Él es caminar por la vida tratando de glorificar su nombre y no el nuestro. Consagrarse a Él es entregarse como un regalo en una bandeja servida a nuestro Señor.
Muchos de ustedes no saben regalarse a nadie más que a ustedes mismos, dice el Señor. Son egoístas y no quieren compartirse con nadie, no solo con Dios. Ustedes no se han dado cuenta de esto, pero no se comparten con nadie. No se comparten con su esposo o esposa, no se comparten con sus hijos, no se comparten con sus hermanos, con sus amigos, y tampoco con Dios, porque ustedes no quieren renunciar a sí mismos para seguir a Dios, mucho menos entregarse a alguien más. En este estado, algunos han entrado en un pacto matrimonial, habiendo firmado el papel, pero sin entregarse a esa persona. De la misma manera, me dice el Señor, estas personas han entrado en un pacto con Yeshúa, pero no se han entregado a Él.
El Señor espera una entrega mayor. El Señor espera que dejemos de querer lo que nosotros queremos para preguntarle a Él lo que Él quiere, y hacerlo, porque los sacerdotes y levitas no se consagraron para hacer lo que ellos querían. Ellos sabían que a partir de ser consagrados para el servicio a Dios, sus propias vidas quedaban atrás. Era un cambio de 100%, de 180 grados, a partir de que Aarón y sus hijos fueron consagrados para el servicio a Dios a través de que Moisés los lavó, los limpió, les cambió las vestiduras y los ungió para poder servir. Eso es como una sombra o semejanza de lo que Jesús hace cuando nos consagramos a Él: nos limpia, nos lava, nos perdona, nos cambia las vestiduras y nos unge y nos bautiza con el Espíritu Santo para pasar a pertenecerle a Él.
El Espíritu Santo me dice que para estos sacerdotes y levitas que eran consagrados a Él fue un antes y un después de esa consagración, donde ya no se trató más de ellos mismos, sino de ese servicio. Su vida fue un regalo para el servicio de Dios. Ellos entregaron sus vidas para ese servicio. No hubo vuelta atrás. Y eso es lo que espera el Señor de nosotros en estos últimos días: entrega total, sin vacilar, sin dudar, sin volver atrás, sin mirar al pasado, sin mirar a los costados, sin esperar nada, sin desear nada que no venga de Él. El Señor quiere vasos de servicio limpios y apartados para que solo sea vertido en ellos lo que Él quiere verter.
Hijitos, dice el Señor, entiendan que si ustedes se apartan para mí, van a contar con mi protección, pero si ustedes no se dedican a mí, mi protección no está garantizada, porque de esta manera ustedes serían como alguien que entra en mi templo pero después sale. Mientras anda adentro de mi templo, está protegido por mi presencia, pero cuando se aleja del templo, también se aleja de mí. Esto es pertenecerme a medias: un día sí y un día no. Es lo mismo que algunos de ustedes hacen con sus pactos matrimoniales y con otras relaciones inestables en sus vidas. Dice la Palabra:
[Josué 24:15, RVR1960] Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.
[Génesis 19:17, RVR1960] Cuando los hubieron llevado fuera, dijeron: Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas.
Yo (Noelia) tengo una visión ahora donde veo que parte del pueblo de Dios está en el servicio en el templo celestial donde Él habita, pero hay otra parte que no está sirviendo en este templo, sino que está ocupada y afanada con las cosas del mundo y no se detiene ni un momento a pensar en esto, a entender que le pertenecen a Dios y no al mundo. No meditan en qué significa el bautismo del agua. Una de las cosas que deberían pasar cuando uno se deja bautizar en el agua es entregarse al Señor, porque el bautismo del agua otorga una legalidad espiritual. Nosotros somos como algo que pasa a pertenecerle a Dios, cuando antes del bautismo del agua no era así. El paso del bautismo del agua es importante porque esa decisión significa que antes del bautismo no le pertenecías a Dios, pero después sí. El bautismo del agua equivale a firmar un contrato en el cual uno está renunciando a uno mismo para entregarse a Dios.
Creer es solamente la puerta inicial de la conversión, pero después de haber creído, el siguiente paso es dejar de pertenecerle al mundo y pasar a pertenecerle a Dios, y esto se realiza a través del bautismo del agua, después del cual ya no vivimos nosotros sino Cristo en nosotros, en donde el viejo hombre muere para nacer uno nuevo.
[Romanos 6:3-4, RVR1960] ¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Muchos de ustedes no terminaron de entender lo que sucedió el día que se bautizaron. Dios igualmente obtuvo ese contrato, ese papel de pertenencia, pero ustedes no completaron ese proceso en sus corazones. Entendieron quizás que tenían que ser lavados, que tenían que arrepentirse, y que también ese bautismo representaba un lavamiento de los pecados de los cuales ya se habían arrepentido, pero no entendieron tan claramente el tema de la entrega a través de ese bautismo, la legalidad y el peso que tiene ese bautismo.
El Señor está hablando de estas cosas ahora para que tomen conciencia y terminen en sus corazones el proceso que no terminaron en el momento de haber sido bautizados. Ya fueron bautizados, ya pasaron por el agua, pero tienen que terminar el proceso en sus corazones de entender que ese bautismo representó una entrega y que a partir de ese momento ustedes ya no fueron del mundo sino de Dios. Eso tiene que demostrarse en su vida, en sus corazones, en su comportamiento, y lo tienen que entender no solo en la mente sino como hacer un clic en sus corazones y aceptarlo, digerirlo, internalizarlo. ¡Wow! porque estas palabras solamente me las puede dar el Espíritu de Dios.
Yo estoy sabiendo ahora que muchos se bautizaron en el agua y el Señor recibió ese contrato simbólico, espiritualmente hablando, donde dice: «Fulanito de Tal a partir de este momento pasa a pertenecerme a mí», pero en sus corazones no realizaron este hecho. Por lo tanto, no se comportan como lo que sucedió, sino como si nada hubiera cambiado, y siguieron comportándose como si siguieran perteneciéndose a ustedes mismos o al mundo. Tiene que haber un cambio en eso, dice el Señor. Tienen que meditar sobre lo que estoy hablando por el Espíritu, pedirle perdón a Dios, entender y aceptar que le pertenecen a Él, que entraron en un compromiso a partir de ese día, que firmaron ese contrato por lo cual entraron en el nuevo pacto en Cristo Jesús, el cual debe cumplirse, y a partir de allí comenzar a comportarse sabiendo que tienen un dueño que habita en los cielos en ese templo santo y que no son de ustedes, no son del mundo, y no son del diablo; son de nuestro Dios, del Dios de Israel, del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Ustedes no son ovejas que no están marcadas, me dice el Señor, sino que ese bautismo del agua es similar a cuando un pastor marca a sus ovejas para que todo el mundo sepa cuáles son las que le pertenecen a él. Eso es lo que sucede espiritualmente hablando cuando alguien se bautiza en el agua y se entrega a través de ese bautismo a Dios. Por eso es tan importante ese acto simbólico, no solamente porque representa el lavamiento de nuestros pecados, la muerte a uno mismo para vivir para Dios, sino que uno recibe una marca, espiritualmente hablando, y todo el mundo en el mundo espiritual sabe cuando nos miran, los ángeles y demonios, a quién le pertenecemos, porque a partir de ahí somos como ovejas marcadas por nuestro pastor, que es Jesús. Ahora el Señor los invita a comportarse como ovejas que le pertenecen a ese pastor.
[Gálatas 3:27, RVR1960] Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.
Yo (Noelia) estoy viendo un rebaño, y dentro de ese rebaño todas las ovejas están marcadas con la misma marca con la cual el pastor de este rebaño las marcó. Pero algunas de esas ovejas no se quedan en ese redil. Se escapan y se van, y quieren formar parte de otro redil, donde la marca no es la misma. Viendo esta situación, el Señor deja las 99 para ir a buscar a la número 100, porque tiene una marca que Él le colocó, porque Él no va a permitir que esa oveja se la lleve otro pastor o se la robe otro pastor, porque esa oveja le pertenece, y Él no va a renunciar tan fácilmente a lo que le pertenece, porque lo que a Él le pertenece, Él lo guarda, Él lo cuida, Él lo sujeta hacia sí mismo, porque lo que a Dios le pertenece, Él lo mira fijamente y lo sigue de cerca y no de lejos. Él se ocupa 100% de cada una de sus ovejas que están marcadas por Él a través de ese bautismo del agua.
Mis ovejas oyen mi voz y me siguen, y Yo las conozco, dice el Señor. Son ovejas que pertenecen a mi ganado y que no están marcadas para destrucción, para muerte, para la perdición, sino para la vida y la resurrección. Ustedes son esas ovejas, dice el Señor. Ustedes son los que me pertenecen. Ustedes están marcados con mi propio nombre, dice Dios. Ustedes me pertenecen en espíritu, alma y cuerpo. Sus espíritus no son de ustedes, son míos. Sus almas no son de ustedes, son mías. Y también sus cuerpos. Pero no han entendido hasta dónde va ese nivel de pertenencia y que Yo soy el dueño de todos ustedes, dice el Señor. Ustedes a veces siguen comportándose como si no le pertenecieran a nadie, como si no tuvieran un dueño, amo y señor de sus vidas, y esto les trae problemas, porque son las consecuencias de la rebeldía y de la desobediencia.
Hijitos, dice el Señor, comprendan que tienen que dedicarse a mí en un nivel mayor, que espero entrega total, así como Jesús se entregó completamente y no parcialmente. Quiero sus corazones al 100% y no al 50%. Quiero que vivan para mí, para glorificar mi nombre en ustedes. Ya no le pertenecen al mundo, ya no son del diablo, ya no están en tinieblas, perdidos como antes, sino que han pasado a ser ciudadanos del reino de los cielos, compañeros míos, que habitan en mi presencia y ya no están solos, porque me pertenecen. Y a lo que me pertenece, Yo lo llamo hacia mí; a lo que me pertenece, Yo lo atraigo con cuerdas de amor; a lo que me pertenece, lo cuido, lo guardo, lo protejo, y hasta le pongo frenos y límites cuando es necesario.
Yo me encargo de lo mío celosamente, como una osa se encarga de sus cachorros, y más vale que nadie toque esos cachorros. Soy celoso de lo mío y no quiero ver que se vayan con otro, dice el Señor. Me duele el corazón cuando dicen que me pertenecen pero no se entregan de verdad a mí, porque quiero estar con ustedes, dice Dios. Los anhelo más cerca de lo que están ahora. No me tengan miedo. Vengan, hijitos, vengan más cerca de mí, lavándose más, purificándose más, entregándose más, dedicándose más, buscándome más en el lugar secreto, en la montaña, pidiéndome que se haga mi voluntad y no la de ustedes.
Eso es entrega total. El ejemplo de la obediencia de Jesús es el ejemplo perfecto de la entrega total: consagrados como corderitos que van al sacrificio, entregados sin pensar nada malo, inocentemente consagrados. Los quiero para mí como sacrificio vivo, ofrenda agradable y grata, con aroma que llega a mis narices y me complace, dice el Señor. Estoy llamando a la iglesia de los últimos días a que se purifique y venga más cerca de mí. Los estoy llamando a una entrega mayor. Aprendan lo que significa darse a su prójimo, lo que significa renunciar a ustedes mismos para seguirme, porque eso es amor, dice el Señor.
Yo (Noelia) veo a una persona ahora que tiene mugre encima como polvo y comienza a sacarse el polvo, a limpiarse la ropa y a quitarse los abrojos que se le habían pegado por andar en terrenos mundanos. Después de esto se saca la ropa, se lava, se cambia de vestiduras y va a su habitación a buscar a Dios, a hablarle, a orar, a alabarlo, a adorarlo. Pero la oración se trata de Dios, y esta persona que ora le dice al Señor:
«Señor, hoy decido verdaderamente entregarme a Vos. Heme aquí. Envíame a mí. A partir de hoy estoy dispuesto a hacer lo que me pidas, porque ya no se trata más de mí sino de Vos, porque hoy renuncio a lo que yo quería o deseaba para inquirir en tu corazón y saber qué es lo que Vos querés de mí. Hoy menguo a mí mismo para que Vos crezcas en mí. Decime, Señor, qué tengo que hacer para hacerme útil en tu templo, para ser un utensilio permanentemente disponible para Vos, Señor. Heme aquí. Aquí estoy, lavado de toda contaminación, arrepentido y entregado, habiendo cumplido con el bautismo del agua y habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo junto con su unción. Estoy listo y vengo en este momento delante de tu presencia para entregarme en una bandeja, como los animales eran entregados para el sacrificio. —La bandeja representa el regalo a Dios, que uno se sirve por completo para el Señor.— Heme aquí. Aquí estoy, Padre. Reina sobre mí y no reine yo sobre mí. Guía mis pasos y que ya no decida yo, sino Vos. Hoy me consagro, Señor, para ya no pertenecerle más a nada ni a nadie —ni a mí, ni a otros, ni al mundo— sino para servirte, completamente entregado de todo corazón. Hoy me dedico, así como Samuel fue dedicado a ti para servirte en el templo y para hacer tu voluntad, separado para ese servicio. Hoy me dedico a ti para servirte en lo que quieres que haga. Te amo, y por eso me entrego. Te anhelo, y por eso me consagro, porque solamente a través de consagrarme a ti puedo habitar más cerca tuyo, y eso es lo que quiero: estar en tu presencia todos los días de mi vida. Renuncio a mi vida para cargar con mi cruz, así como Jesús renunció a la suya para cargar con su cruz y salvarme primero. Elijo este camino de mi propia voluntad, así como Jesús eligió entregar su vida de su propia voluntad. Nadie lo obligó. Heme aquí, Señor, como una oveja que va al matadero para ser un sacrificio agradable en tus narices. Limpia mi corazón de todo lo que obstruya esta entrega. Quita de en medio entre nosotros dos todo lo que esté molestando para que pueda caminar más cerca de tu trono, y doblando las rodillas delante de él, entregarme de una manera más profunda. Renuncio a todo, menos a ti. En el nombre de Jesús, amén.»
Este es un ejemplo de oración que el Señor espera de todos aquellos que hoy hayan tomado conciencia de lo que significa consagrarse para Dios y que deseen dar este paso en sus corazones, acompañando esas palabras con sus actos para que Dios pueda utilizarlos como elementos precisos y siempre disponibles para la obra. Gracias, Dios, gracias, Señor, por esta palabra. Grande es tu nombre, Señor. Eres digno, digno, digno de ser alabado, de ser servido, de renunciar a todo, Señor. Coloca tus deseos en nuestros corazones y reemplaza los nuestros, que todavía pueden habitar allí.
Yo veo que por causa de esta palabra muchas ovejas marcadas por Él, que se habían ido, como relataba el Señor en esa visión anterior, hoy vuelven, entendiendo que sólo ahí van a estar seguras. El Señor se alegra de esto, porque ustedes son importantes para Él, más que toda la plata y el oro del mundo, mucho más. Él disfruta de la compañía de sus hijos, así como un padre o una madre terrenal disfruta de sus hijos terrenales.
Gracias, Señor. La gloria sea para ti, y el imperio, la honra, la majestad. Glorifícate y envía esta palabra a las naciones para que muchos vuelvan a entregarse a ti y para que otros conozcan las profundidades de tu ser a través de un nuevo nivel de entrega y de consagración. Glorificado sea tu nombre, Jesús, el sacerdote de los sacerdotes de ese templo celestial que me mostrabas, sacerdote según la orden de Melquisedec. Amén.