Hola, soy Noelia. Sean benditos en el nombre de Jesús. Hoy habla el Señor a las naciones sobre la humildad y dice:
Sean humildes, como mi Hijo es humilde; no como a ustedes les parece que es la humildad, sino como mi Hijo la enseñó. Observen sus actitudes, estudien su carácter, porque el modelo perfecto de la humildad está en Cristo. Él fue tan humilde que entró en Jerusalén en un burrito, no como un rey de este mundo, sino como un rey celestial. Porque los reyes están puestos para servir, y en el servir se muestra la humildad, no en las apariencias sino en el corazón.
Conózcanme a mí, dice Jesús, y Yo les voy a enseñar cómo ser verdaderamente humildes a través de mi carácter, a través de mi persona. La persona que verdaderamente es humilde tiene sus manos trabajadas. Su corazón ha sido quebrado muchas veces. Si quieren conocer la verdadera humildad, síganme a mí. Yo lavaba los pies de mis discípulos. Yo les servía. Si quieres ser humilde, acompaña a tu hermano que te pide no solamente una milla, sino dos. Sirve a tu hermano, a tu prójimo, porque servir es la verdadera humildad.
Yo estoy al lado de los que tienen el mentón bajo, la cabeza baja y el corazón dispuesto a ayudar. El corazón humilde no busca enaltecerse, el corazón humilde no pretende ser visto de todos los hombres; más bien ama la intimidad con Dios. El corazón humilde no busca el reconocimiento de los hombres, solo busca el reconocimiento de Dios. El corazón humilde solamente comparte sus obras con Dios. El corazón humilde no busca fama, no compite, sino que siempre busca dar. En recorrer mi camino está la verdadera humildad.
Mañana voy a venir, dice Jesús, a buscar los corazones que se humillaron ante mí, los corazones que decidieron pisar a la serpiente del orgullo, los que vencieron el orgullo. Haz tu corazón humilde y búscame a mí, dice Jesús, porque los hombres de este mundo solamente buscan las cosas de este mundo, el reconocimiento de este mundo, el orgullo del conocimiento, el orgullo del materialismo, el orgullo de la riqueza. Están cegados y no pueden entender que todas esas cosas son pasajeras, pero la verdadera humildad del corazón es la que dura para siempre, es la que te hace ganar el reino.
Él hizo su entrada triunfal a Jerusalén en un burrito, vestido de pobre, y aun así brillaba como ninguno. La verdadera humildad está en el corazón de los que claman a mí, de los que lloran, de los que se arrodillan y me hablan, me buscan y me oran. Porque todo el que es orgulloso no puede arrodillarse, no es capaz de arrodillarse por nadie, porque solamente busca su vanagloria y las cosas de esta vida y el reconocimiento de los hombres.
Todo lo que tienes no es tuyo. Todo lo que tienes te fue dado del reino. Entonces, ¿cómo puedes clamar que lo tienes todo, cuando nada te pertenece? Porque todos los talentos te los di Yo, dice Dios, y todos tus dones son un regalo mío, dice Jesús. Al que mucho tiene, mucho le será solicitado, pero en humildad, en humildad de corazón puro que no busca la ventaja, sino solo complacer a mi Padre. Hermanos míos, dice Jesús, bajen sus mentones, inclinen su mirada hacia el suelo, aprendan a escuchar. Cierren sus bocas.
Al hablar del ego, hay personas a quienes se les ha entregado dones, y luego de eso se enaltecen, pero al que mucho se le ha entregado, más humilde tiene que ser. Entiendan que mi reino le será entregado al que no busca los primeros puestos, al que espera a ser llamado, al que le deja lugar al otro que está más necesitado. Mi reino le será entregado a las personas que tienen un corazón conforme a mi Hijo, quien se humilló hasta lo último, hasta lo más abajo del piso, para poder conquistar el mundo entero y a todos sus hermanos, para poder salvar a las almas que se lo merecían.
Aprendan de mi Hijo, de mi Hijo amado. Yo amo a los humildes, dice Dios. Los pobres van a comer de mi mesa, y los necesitados, los hambrientos y los afligidos. Ellos van a estar invitados a mi fiesta. Pero los altivos, los altaneros, los egocéntricos; ellos van a quedar fuera y se les va a cerrar la puerta y no van a conocer mi reino, porque en la tierra no lo conocieron, porque se dedicaron a enaltecerse día y noche, a proclamar su nombre y no el mío.
Pero ustedes no sean así. Ustedes son más valiosos que el oro. Engrandezcan sus corazones, no sus nombres, no sus bolsillos. Encuéntrenme en todas las cosas. Busquen la belleza de todas las cosas. Esa es la grandeza, la verdadera grandeza. Yo no soporto a los engreídos, dice Dios. Mi corazón está con los que se han humillado, mi corazón permanece al lado de los caídos, de los que no quieren levantarse más arriba que sus hermanos. Para estos, muchas cosas tengo para darles, porque ellos lo único que quieren es multiplicarlas. Pero para todo aquel que se enaltece, mi alma no tendrá reconocimiento.
Búsquenme a mí, dice Jesucristo, el Salvador, el que posee el reino sempiterno. Toda la gloria le corresponde a Él por haberse humillado hasta lo último. Él nunca fue rico en la tierra, nunca buscó proclamar su nombre como un falso profeta. Él no vivía en casas llenas de oro, adornadas de púrpura y piedras preciosas. Él vivió como un pobre, solo teniendo lo necesario, para derrotar por completo al diablo, para no ser enaltecido.
Sin embargo, muchos proclaman su nombre por las calles con los autos más caros del mundo, con jets privados, con casas millonarias, y Yo nunca llamé a estas personas, porque mi corazón no está con ellos. No me conocen y solo buscan los tesoros de este mundo. Esos que Yo nunca llamé no van a entrar al reino, porque lo último que quieren es humillarse. Solamente quieren que su nombre recorra todo el mundo, que todo el mundo los idolatre, y así se convierten en un falso ídolo, llevando la perdición a masas de gentes.
Pero mi Hijo nunca hizo esto. Siempre anduvo despojado de los placeres de este mundo. Nunca tuvo que vender nada que no era, porque Yo y Él siempre fuimos uno. Él decidió por sí mismo humillarse hasta lo último, porque sabía que esta era la única manera de salvarte. Por lo tanto, vos, humillate ante mí y bajá tu cabeza y arrodillate ahora ante mí, para que Yo escuche tu oración y me agrade tu súplica.
Mañana voy a venir en mi caballo blanco y mis ojos van a buscar detalladamente a todos los corazones de oro que se humillaron ante mi Dios, y los voy a llevar conmigo, y voy a evaluar bien quién supo ser el último para poder ser el primero en mi reino. Y voy a mirar a las mujeres, a sus corazones, en su alma, y voy a detectar quiénes fueron las que supieron ser humildes y servirme.
Hijos míos, no se dejen engañar por los poderes de este mundo. Andan por ahí sueltos muchos ladrones que proclaman vanagloria de sí mismos, engañando con artificios, artimañas y brujerías a todos los corazones que buscan fama, y los cazan como un pescador caza con el anzuelo a un pez que anda por el río.
No se dejen engañar, porque Jesús no está en los templos llenos de oro y de imágenes preciosas y de pinturas artísticas. Nada de esto proviene de mi reino. A mí me complacen las cosas simples, humildes, pulcras y limpias. Yo no necesito todo este desparpajo, dice Dios, porque todas estas cosas son pasajeras y solamente sirven para la codicia de los ojos y del corazón.
Pero ustedes buscan lo que es bueno, lo que es puro, lo que es simple, lo que es modesto. Todo el que se humille será enaltecido, y todo el que se enaltece será humillado. Esta es una ley de mi universo, y todo el que la cumpla tendrá parte en mi reino. No se dejen engañar por esta vida, porque es pasajera, dice Dios. Es una ilusión que se toca por un momento, que se vive por un instante, pero la verdadera vida y riqueza no se encuentra en esta tierra, sino en mi reino.
Hagan obras de justicia, proclamen mi nombre, sanen al herido, trabajen para los demás, para mis ovejas perdidas, para mis ovejas heridas. Humíllense ante sus hermanos, aprendan a entregar el corazón completo, aprendan a sufrir por mí. Esta es la verdadera humillación; negarse a sí mismo, tomar tu cruz y seguirme, negar los deseos de la carne, la vanagloria de esta vida.
La humildad es una actitud del corazón, es una forma de vivir, buscando siempre no figurar, no ser el primero, no vencer a nadie, no tener la razón, sino la justicia y las cosas de Dios. Conformarse con poco o con mucho, saber acomodarse a diferentes situaciones, esta es la verdadera humildad. Dejarlo todo por mí, renunciar a todo por mí, dice Jesús.
Ahora, hijos míos, los estoy llamando a que sean humildes, para que mis ojos los reconozcan y los felicite. Anden por la vida como entró mi Hijo a la ciudad dorada: en un burrito, simple y humilde de corazón, sin despliegue de riqueza, ni de cosas vanas ni tecnología. Y todas las cosas que tengan, que sean para mi gloria, dice Dios. Úsenlas para mi reino, pero no para engrandecerse, ni para ser visto de los hombres, porque mis ojos no miran estas cosas; solamente miran las obras que permanecen para siempre en el Espíritu, y los humildes son productores de abundantes obras que permanecen para siempre. Así que sean fructíferos en la humildad, porque en la riqueza nada se obtiene.