[1 Corintios 12:8-, RVR1960] Porque a éste es dada, por el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe, por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades, por el mismo Espíritu; a otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
[Efesios 4:10-11, RVR1960] El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.
Hoy, mi mensaje y mi testimonio va dirigido a aquellas personas que el Señor constituyó profetas o profetisas. Puedo testificar que en mi caminar con el Señor Jesucristo he visto y he conocido muchas personas, y he ministrado también a muchas personas que tienen el don de profecía en diferentes niveles y que se manifiestan de diferentes maneras, pero muy, muy, muy pocas personas -que las puedo contar con los dedos de mi mano- a las cuales el Señor Jesucristo constituyó profetas o profetisas. Así que hoy, mi mensaje va para estas personas que han sido llamadas por el mismo Señor Jesús a ejercer el ministerio de profeta.
En el día de ayer vino a mi casa una pareja para que les ministráramos. Dejando de lado otros detalles, me voy a enfocar en el caso de ella. Cuando yo empecé a entregarle una palabra profética de parte del Señor, Él me mostraba que le había dado un manto profético a esta mujer. Yo veía este manto y, a la vez, el Señor me mostraba que Él da diferentes tipos de mantos proféticos. En su caso, el Señor me mostraba que su manto profético era de color violeta con los bordes dorados, y que también le había dado una corona de color plateada y colocado un cetro en su mano, porque su llamado en particular era del tipo de la unción de Débora. No sólo estaba llamada para ser profetisa; sino que el Señor tambien le había dado juicio y sabiduría para juzgar.
Esta pareja vino a nuestra casa a buscar ayuda porque todo en su vida funcionaba mal: mal matrimonialmente, mal con sus hijos, rebeldía en su casa, mal económicamente. Prácticamente todo en su vida estaba mal. Y mientras yo profetizaba, en vez de hablar sobre su matrimonio y los problemas matrimoniales, en vez de hablar sobre lo que pasaba con sus hijos, en vez de hablar sobre los problemas económicos, el Señor se enfocó y fue directamente a cuál había sido el problema, el asunto principal por lo cual estaba aconteciendo todas esas cosas en su vida y por lo cual absolutamente en todas las áreas de su vida prácticamente le estaba yendo mal.
El Señor le dijo: «Yo te llamé como profetisa a las naciones y vos me desechaste.» Y yo podía ver en el espiritu que muchos años atrás, esta mujer se había quitado el manto profético y lo había tirado en el piso, permitiendo que el enemigo lo tome y lo destroce. Yo veía su manto roto y sucio. Y también el Señor me mostraba que ella misma había quitado su corona de la cabeza y la había tirado en el piso, que ella misma había tomado el cetro que Dios le había dado —que en este caso el Señor me reveló que tenía que ver con el juicio, con el tema de juzgar, como parte de su llamado— y lo arrojò. No quiso saber nada.
En algún momento de su vida, esta mujer se enojó con Dios y lo desechó de su vida por su propia decisión. Y el Señor le decía: «Me desechaste hace muchos años atrás. Me desechaste.» El Señor me reveló que cuando ella tomó esa decisión de no querer saber nada de Dios, de no querer servirlo, de no querer profetizar, de no querer responder a su llamado, inmediatamente una maldición cayó sobre ella y todas las puertas se cerraron. Y yo la veía en el espíritu literalmente en el infierno.
Fue bastante chocante, porque yo la miraba a ella en el espíritu y podía verla desnuda, con la piel amarillenta, como quemada, con la cabeza rapada. Veía sus manos, que estaban absolutamente prendidas en fuego, pero en fuego del infierno, no del Espíritu Santo. La veía en una desolación total, sin paz, sin descanso. El Señor me la mostraba caminando en un camino de soledad, de desolación, de desierto. Su espíritu estaba literalmente en el infierno.
[Jonás 2:1-2, RVR1960] Y oró Jonás desde el vientre del pez al Señor, su Dios, y dijo: Clamé de mi aflicción al Señor, y me oyó; del vientre del infierno clamé, y mi voz oíste.
Traigo este versículo porque el Señor me mostraba que a partir del momento que ella desechó al Señor y decidió caminar soltada de la mano de Jesucristo, inmediatamente una maldición tremenda cayó sobre su vida y sobre su casa, y su espíritu estaba en el infierno. Su cuerpo estaba en la tierra, pero su espíritu estaba en el infierno.
Entonces, todo le iba mal. No tenía paz, no tenía felicidad. Tenía la espalda totalmente cargada de pesos. Veía un peso espiritual, representado con cemento en su espalda. Veía yugos en su cuello, en sus hombros, cargas que la estaban haciendo sentir con mucha pesadez, muy pesada, muy cargada con cosas que ella no podía llevar. Estaba exhausta, literalmente. Y el Señor me mostraba que, por causa de haber tirado su manto profético, había permitido que Satanás le coloque estas cargas espirituales en reemplazo. Y el Señor, de esta manera, me mostraba y le hablaba a ella que, en su caso; por pertenecer a un linaje espiritual muy especial, – porque el Señor me reveló que hay como diferentes tipos de linajes, hay diferentes tipos de profetas, así como hay diferentes tipos de maestros, pastores, evangelistas y demás- el Señor me mostraba que ella pertenecía a un linaje real y especial dentro del Reino de Dios. Y por haber desechado su llamado, por no haber querido responder, por haberse enojado con Dios, por estar en ira con el Señor, por estar en rebeldía y en desobediencia, las consecuencias eran más graves que las de una persona que no tiene este tipo de llamado.
Mientras el Señor hablaba a través mío, yo podía ver mucha gente. Veía diferentes tipos de personas, mujeres y hombres, niños y jóvenes, a las cuales ella debería haber entregado una palabra profética y no lo hizo por haber estado apartada del Señor todos estos años. Entonces, el Señor le decía: «Yo te había dado un pan para que vos le des de comer a mi gente, a través de la palabra profética. Pero como me desechaste y no quisiste dar este pan a los míos, este pan se pudrió», le decía el Señor, «se echó a perder, y todas estas personas, que deberían haber recibido tu palabra profética, se quedaron sin ella», le dijo el Señor, como para que ella tome conciencia de las consecuencias espirituales que había traído esto de alejarse del Señor y de rechazar su llamado.
Y ella, me mostraba el Señor que le había reclamado a Dios, por qué en su casa las cosas iban mal, por qué su esposo no respondía a su rol como correspondía, por qué le pasaban todas estas cosas que le pasaban, era como que ella le había reclamado a Dios: «Pero, ¿Por qué en mi familia todo me va mal? ¿Cómo quieres que te sirva? ¿Cómo quieres que responda a tu llamado?, si en mi casa todo está mal». Ese era el reclamo que el Señor me revelaba a mí que ella, en su corazón, le hacía a Dios. Y Dios le contestaba y le decía: «No entendiste, no entendiste que primero estaba Yo. No entendiste que primero viene mi Reino», dice el Señor. «No entendiste que primero tenía que responder a mi llamado y entregarte cien por ciento a mí y que yo me iba a ocupar del resto, porque dice la palabra que primeramente busquemos el Reino de Dios y que todas las demás cosas nos van a ser añadidas».
El Señor le recordaba este versículo a esta mujer y le decía: «No entendiste, no entendiste que primero tenías que hacerme caso a mí, obedecerme y, por sobre todas las cosas, confiar en mí, y que Yo después me iba a encargar de todo lo demás, que Yo iba a ordenar tu casa, que Yo iba a poner las cosas en su lugar, que Yo iba a obrar en tu esposo, que Yo iba a obrar en tus hijos, que Yo iba a obrar en el tema económico de tu casa».
Por el contrario, me cerraste la puerta, le decía el Señor, y quisiste arreglar todo sola. Y yo veía como en realidad el agua del Espíritu Santo quería entrar en la casa de ella, pero ella misma le había cerrado la puerta por haber utilizado su libre albedrío y decidir que no quería responder al llamado de Dios y desecharlo.
A la vez, el Señor me mostraba que Él la había estado llamando de nuevo una y otra vez, que Él le había mandado ángeles a hablarle una y otra vez para que ella vuelva a los pies del Señor, que le había mandado personas, mensajes, que Él la llamaba por sueños una y otra vez durante todo este tiempo que ella estuvo alejada del Señor.
El Señor le decía: «Yo te di muchas oportunidades». Y el Señor también me revelaba a mí que ella sabía que Dios aún la estaba llamando, y que Dios quería perdonarla, restaurarla y levantarla, pero ella en su rebeldía no quería salir de allí. Ella quería resolver las cosas por ella sola, me mostraba el Señor.
El Señor me mostraba una imagen a donde yo la veía a ella intentando diferentes maneras de resolver los problemas que tenía en su vida, y que se daba contra una pared espiritualmente una y otra vez. No podía avanzar, y el Señor le decía: «No entendiste que sin mí no puedes hacer nada, que sin el poder de mi espíritu no vas a ningún lado», le decía el Señor.
«Confiaste en la sabiduría y en la fuerza que Yo te di para atender a los míos y la utilizaste para vos misma, pensaste que con tu propia fuerza podrías arreglar tu vida», le decía el Señor, «pero no entendiste que sin mí no se puede, que es mi Espíritu y que no es con tu propia fuerza», le decía el Señor, «que solamente yo te puedo volver a dar la mano y levantarte».
Así que, de alguna manera el Señor me mostraba que ella se había envanecido y había confiado en todos estos dones que el Señor le había entregado, en la fuerza que Dios le había dado, en la sabiduría que Dios le había dado, la inteligencia, y que ella había pensado que podía salir adelante por ella misma. Pero bueno, a pesar de esto; el Señor le dio a través de esta ministración, le hablaba otra vez y le daba una nueva oportunidad, y la llamaba al arrepentimiento, la llamaba a volver cerca de su trono.
Lo que el Señor me revelaba, -y ya me lo ha mostrado antes- es que los profetas y las profetisas caminan espiritualmente muy cerca del trono de Dios; están hechos más bien, en vez de estar cerca de las personas en la tierra, están hechos para estar en soledad en este mundo con los humanos, pero en el espíritu ellos están mucho más cercanos a Dios que otras personas, por causa de las revelaciones, por causa de la profecía, por causa de su llamado.
Así que el Señor la llamaba otra vez para que ella se arrepienta de todo este error que había cometido, se arrepienta de su pecado; desobediencia, de rebeldía, de la ira que tenía contra Dios, se aparte de todas estas cosas y vuelva a los pies de Jesucristo y vuelva hasta caminar cerca del trono de Dios.
El Señor le preguntó: «¿Quieres volver a pertenecer al ejército de mis profetas?», porque ciertamente el que se alista en el ejército, sabe que tiene que renunciar absolutamente a todo; sabe que tiene que entregarse cien por ciento a su Rey o a la nación que tiene que defender». El Señor le preguntaba: «¿Estás dispuesta realmente a renunciar a todo por mí?», le decía el Señor, «¿inclusive hasta la muerte si es necesario?».
Así que, gloria a Dios, esta mujer se arrepintió, tomó conciencia de lo que pasaba, porque antes no estaba del todo consciente de lo que había hecho, de la gravedad de su pecado, y cuando tomó conciencia realmente se arrepintió de todas estas cosas, le pidió perdón al Señor y aceptó el nuevo llamado del Señor.
Yo veía como en ese momento, cuando ella estaba totalmente quebrantada, el Señor volvía a colocarle su corona, el Señor volvía a restablecer su manto, a renovarlo y a colocárselo en la espalda. Y veía como los ángeles le quitaban estos pesos de la espalda, de los hombros y del cuello, veía como el Señor le restablecía su cetro de juicio, y cómo también el Señor le devolvía una pluma en el Espíritu -porque el Señor también me mostraba que le había dado una pluma en el Espíritu para que escriba-, que ella también había guardado en el cajón porque no quería escribir para el Señor.
Así que, bueno el Señor le daba otra oportunidad, la perdonó, la restableció, pero le dijo que se humille y que a partir de ahora entienda quién es Él, y que a pesar del llamado y de los dones que Él le dio, de la unción que Él le dio, que entienda que ella tiene que presentarse ante el trono con absoluta humillación, con la cabeza baja y cubierta a su cabeza.
Yo la veía en el espíritu con el cabello largo, y el Señor me la mostraba con un velo en su cabeza en el espíritu, y el Señor le decía: «Yo quiero que te cubras la cabeza en señal de humildad hacia mí, porque cuando vos estás en frente de mi trono, tu gloria tiene que disminuir para que mi gloria se manifieste», le dijo Dios, «Aleluya, gloria al Señor».
Amados hermanos, pienso que los profetas y profetisas deben tener muchísimo cuidado con el tema de envanecerse por causa de la unción que el Señor les dio, por causa del llamado y las revelaciones, y que deben estar permanentemente en humillación; humillados creo yo, aún más que una persona que no tiene este tipo de llamado, porque la serpiente está a la puerta intentando levantarse y tratando de hacer que la persona se envanezca y que se olvide que Dios es el Rey sobre su vida.
Y también el Señor me mostraba una balanza; que Él estaba pesando los actos de ella en una balanza, y el Señor le decía: «La balanza está siendo pesada en tu vida, y ciertamente no está a tu favor», le decía a ella, «porque lo que pesa está inclinada hacia un lado, y lo que más pesa», decía el Señor, «es la deuda que tienes conmigo, todas las profecías que no entregaste, todas las palabras proféticas que Yo tengo preparadas para que le des a las personas y que no les diste; todas las cosas que tenías que escribir y no las escribiste», le decía el Señor, «todo eso hoy está en tu contra».
El Señor le decía: «A partir de ahora vas a tener que apurarte de alguna manera, para cumplir con las tareas que Yo te he preparado desde antes de la fundación del mundo, antes de que se termine tu tiempo, porque por causa de haber perdido tantos años; de no hacer lo que Yo tenía pensado que hagas, ahora vas a tener que mover tus manos más rápido para escribir», le decía el Señor, «ahora vas a tener que retomar y cumplir con las tareas que te doy con el tiempo que te queda».
Porque el Señor me mostraba -y ya me lo había mostrado antes- que Él nos da un cierto tiempo determinado a cada uno de nosotros para cumplir con el propósito que Él nos da, y cuando ese tiempo se termina, ya no hay más tiempo; se terminó, no hay más oportunidades.
El Señor le decía: «Cuando llegue el momento del juicio, Yo te voy a preguntar por qué no cumpliste con esto; con toda la lista de cosas que Yo tenía preparado para que hagas», le decía el Señor, «y no vas a tener excusa, ni con toda la sabiduría que te di, dice el Señor, te vas a poder justificar delante mío por no haber cumplido con lo que yo te pedí; por no haber respondido a mi llamado».
Gloria a Dios que esta mujer tomó conciencia, se arrepintió, se quebrantó muchísimo delante de Dios, se humilló y respondió el llamado del señor, Él le decía: «Ahora vas a tener que empezar de cero otra vez, porque, ciertamente los dones y el llamado son irrevocables», le dijo el Señor, «pero por causa de haber perdido tanto tiempo, es como si perdieras todo el entrenamiento en mí.»
Lo estoy resumiendo ahora en pocas palabras, pero la profecía fue bastante larga, y el Señor le dijo: «Ahora vas a tener que empezar a entrenar de nuevo, como alguien que había quedado deshabilitado físicamente y tiene que volver a rehabilitarse, hasta que puede caminar bien otra vez, hasta que puede trotar, y hasta que puede correr». De la misma manera, le dijo el Señor: «A partir de ahora vas a tener que esforzarte mucho en mí». Y no te olvides, le dijo también el Señor, «que mis ángeles están tomando nota de todas tus decisiones y de todo lo que haces». Así que, el Señor le daba una nueva oportunidad, pero Él también iba a estar observando su comportamiento, Él iba a estar viendo cómo ella reaccionaba, cómo respondía, y con qué seriedad y con qué responsabilidad ella retomaba el camino en Jesucristo.
Además de esto hermanos, también quería contarles mi propio testimonio acerca de esto. Les cuento que cuando yo estaba en mi proceso, cuando Dios me estaba preparando para compartir las revelaciones que Él me da, este proceso no digo que haya terminado, porque creo que en el caso de los profetas y profetisas —en mi opinión— que el proceso es como si nunca terminará. Se vive en una constante aflicción, si bien uno tiene la paz de Cristo, es como vivir crucificado y como esclavo del Señor, como dijo Pablo. Pero bueno, hay como diferentes etapas, al menos en mi vida hubo diferentes etapas desde que me convertí al Señor y algunas fueron más intensas que otras. Y en una de esas etapas muy, muy intensas de proceso de preparación, de quebrantamiento, de morir a mi antiguo yo para renacer en Jesucristo, en algún momento llegué a decirle al Señor: «No puedo, no quiero; no quiero responder este llamado, no es para mí, no lo puedo hacer, es demasiada carga, demasiada responsabilidad». Y realmente me quise escapar, como hizo Jonás del llamado del Señor.
Un día estaba tratando de dormir la siesta, y me despierto, pero en el espíritu; no en la carne, sino como que me despierto en mi cuerpo, en la cama. Me despierto en el espíritu y siento que estaba en el fuego del infierno. Yo podía sentir como quemaba ese fuego del infierno en todo mi cuerpo. Yo sabía al mismo tiempo que mi cuerpo estaba en la cama y estaba durmiendo, pero yo; mi espíritu, estaba en el infierno. Y escuché la voz de Dios audiblemente que me dijo: «No pierdas lo que te di». Y me desperté. Entonces entendí -porque el Señor me lo hizo saber- que, si yo no respondía mi llamado, ese era mi estado espiritual ahora mismo. Mientras caminaba en la tierra, por más que mi cuerpo estaba en la tierra, mi espíritu estaba en el infierno, y que ese era mi destino si moría en ese estado.
Como que tomé conciencia, fue algo que el Señor hizo en mí y que realmente hoy por hoy lo agradezco; que me hizo pasar por esa experiencia totalmente desagradable pero necesaria. Porque me despertó, me concientizó. Y de ahí, cada vez que simplemente un mínimo pensamiento de renunciar y no servir al Señor, me acuerdo de ese día y digo: «Me ayuda… me ayuda». Y digo: «No, no, no…», yo voy a seguir hasta el final, cueste lo que cueste, porque lo que sentí estando en el infierno, en esa condenación, y yo creo personalmente, que esa fue la experiencia que le sucedió a Jonás, cuando dice en el capítulo 2 versículo 2 en la versión Reina Valera 1602 Purificada:
«Clamé de mi aflicción al Señor, y él me oyó; del vientre del infierno clamé, y mi voz oíste». En esta versión utiliza la palabra «infierno», y pienso que esa fue la experiencia de Jonás.
Así que, hermanos, hoy les hablo a todos ustedes, los que están llamados a ser profetas y profetisas, a los que el Señor Jesucristo mismo constituyó como profetas. Los exhorto y los motivo a que se levanten y que vuelvan al ejército de Dios, porque el Señor ya me ha mostrado antes que, más ahora en los últimos tiempos; Él está levantando un ejército de profetas que están hablando más que nunca la palabra del Señor, que están revelando misterios escondidos desde antes de la fundación del mundo, que estaban preparados para este momento, para esta era; para ser recibidos y revelados al hombre. Los exhorto, los exhorto a que se arrepientan, ustedes aún hoy, si están vivos; tienen la oportunidad de volver a los pies de Jesucristo, porque el don es el don, y el llamado, los dones y el llamado, son irrevocables, dice Romanos.
Hermanos, levántense y vuelvan a alistarse al ejército de Dios, porque no hay tiempo, es el Señor el que los está llamando hoy a través de mi boca, a que se arrepientan de este pecado, a que salgan de adentro del pez clamando al Señor, que los rescate de ese infierno por donde están caminando, porque nadie que rechace este tipo de llamado puede caminar en paz. Hermanos, tomen conciencia de todas esas almas que el Señor tenía y tiene preparadas para ustedes, para ser ministradas a través de ustedes, cuántas vidas están esperando su ministración, su palabra profética, su impartición. Gloria al Señor por este llamado. Aleluya, gloria a Dios por su misericordia, porque aún los estoy llamando, dice el Señor.
El Señor me muestra, y ayer también me mostraba, a Dios Padre; sentado en el trono, con un saco, lleno de coronas. Y el Señor me decía ayer, y me lo repite hoy: «Lamentablemente se entristece mi corazón de tener este saco lleno de las coronas que han tirado mis hijos, que las han rechazado, y las han tirado en el piso, y las han desechado». Y estoy esperando, dice Dios Padre, que hoy vuelvan a mí, para que Yo se las vuelva a colocar, dice el Señor.
Mi corazón se entristece y se duele por estos hijos míos que son parte de la realeza de mi Reino, dice Dios, y me han rechazado, y se han vuelto al enemigo, y vueltos al enemigo, dice el Señor; Yo he permitido que los golpee. Ellos mismos, dice el Señor, se han expuesto al fuego del infierno por haber rechazado el Reino Celestial. Veo y escucho al Señor llamando a los profetas y profetisas del Señor: «Vuelvan a mí», dice Dios Padre: «Necesito bocas que hablen la verdad, necesito bocas que corten las mentiras del enemigo, las mentiras de estos falsos profetas que hoy están hablando en mi nombre», dice el Señor, «cuando no soy Yo el que habla, sino el demonio».
«Hijos míos, levántense, y únanse entre ustedes», escucho que dice el Señor a los profetas y profetisas de Dios: «Formen una red invisible en el espíritu», dice Dios, «contáctense entre ustedes cuando mi espíritu los guíe, y fortalézcanse», «motívense unos a otros, no me rechacen, no me desechen», dice el Señor, «porque la condenación que está preparada para aquellos que están llamados y constituidos por Jesucristo a ser profetas y profetisas, ciertamente», dice el Señor, «será mayor que una persona que no tiene este tipo de llamado, este tipo de responsabilidad, porque al que mucho se le da, mucho se le pide».
«Yo los amo», dice el Señor, «Ustedes son para mí una piedra preciosa de gran estima en mi Reino, y anhelo que vuelvan a responder su llamado, anhelo que vuelvan a caminar cerca de mi trono, anhelo que vuelvan a escuchar mi voz. Yo tengo muchos misterios para revelarles», dice Dios, «Yo tengo muchas revelaciones preparadas para cada uno de ustedes en particular; diferentes revelaciones que quiero entregarles para que las den a mi pueblo, para que hablen de las cosas celestiales escondidas», dice el Señor.
«Vuelvan a mi ejército, vuelvan a pertenecer a la Compañía de Profetas», escucho que dice el Señor, «y Yo los voy a bendecir». «Estoy esperando que se arrepientan y que vuelvan a mí con corazón contrito y humillado, para colocar mi mano sobre sus cabezas y bendecirlos nuevamente», dice el Señor. «Restaurarlos, sanarlos, y limpiarlos, quitar el fuego del infierno de sus manos, y volver a ungirlas con aceite para que obren sobre los míos, para que con imposición de manos impartan bendiciones espirituales sobre mi gente», mis ovejas están sedientas de mi voz.
Dice el Señor, que Él está hablando con una mayor regularidad y en más cantidad en este tiempo; y estos profetas y profetisas que están rechazando el llamado de Dios se están tapando los oídos, porque no quieren escuchar al Señor.
¿Cómo pretenden que mi juicio no sea derramado sobre ustedes, dice el Señor, cuando hay muchas almas que están clamando en oración para que Yo les hable, y ustedes no transmiten mis mensajes?
Así que hermanos míos, le doy gracias al Señor por esta exhortación, por este mensaje, por ayudarme a transmitirles estos testimonios de lo que el Señor me muestra y de lo que Él está haciendo en otras vidas a través de nuestro ministerio, y me pongo a su disposición. Les amo en de amor de Cristo y espero que este mensaje los despierte y sea de edificación para ustedes, para que entren en conciencia en qué tiempo estamos, hermanos; de que ya no hay tiempo.
Vienen tiempos muy difíciles para la iglesia y los profetas van a ser claves, y están siendo claves hoy en día, para que la iglesia del Señor sepa en qué tiempos estamos caminando y qué tienen que hacer y cómo tienen que prepararse. Ustedes son necesarios, hermanos míos, son únicos, respondan este llamado; no tengan miedo, que el Señor es fiel, y primeramente está el Reino de Dios y todas las otras cosas por las cuales ustedes se preocupan.
Y también se los digo como testimonio, porque lo mismo pasó en mi vida, el Señor se va a ocupar de ellas, pero pase lo que pase a su alrededor, así el mundo se esté desmoronando a su alrededor; ustedes tienen que seguir sirviendo al Señor, entregados cien por ciento, no importa lo que el hombre piense, no importa cuánto los rechacen, cuanto los maldigan, cuanto los acusen, primeramente ustedes tienen que responder al llamado de Dios, obedecer a lo que él les pide, y yo les puedo asegurar por mi testimonio y por lo que el Señor me está mostrando ahora, por revelación; que Él se va a ocupar del resto.
No se preocupen, hermanos, por sus hijos, por sus familias, por cualquier problema que tengan en sus vidas, el Señor es fiel, confíen en Él, pasen por toda prueba con absoluta fe y entrega al Señor, Él va a estar ahí, tómense fuerte de la mano del Señor Jesucristo y ya verán como Él los levanta.
Gracias Señor, te damos esta palabra profética recibida, por este llamado, por esta exhortación. Señor, te pido que trabajes en cada uno de las personas que vos constituiste como profetas y profetisas de tu Reino; que seas tú mismo revelándote a ellos en la manera que sea necesario para que se despierten y se levanten de sus sillas Señor; que despierten de ese letargo espiritual en el nombre de Jesús. En el nombre de Jesús de Nazaret Señor, te pido que los vuelvas a llamar. Padre Santo, ten misericordia y perdona nuevamente. Señor, gracias Padre Santo, gracias Señor, en nombre de Jesús.