[Apocalipsis 12:11] Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
Quiero compartirles mi testimonio de cómo el Señor empezó a hablarme, cómo comencé a escuchar su voz y cómo Él me reveló mi llamado de hablar a las naciones.
Estuve orando muchísimo y preguntándole al Señor: «Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Quieres que solamente profetice o que también comparta mis testimonios de tantas cosas que hiciste y que haces en mi vida?»
No quería hacer nada que no le agradara al Señor ni compartir nada que saliera de mis propias decisiones; solo quería hacer lo que Él me pidiera. Sentía una inquietud en mi corazón de empezar a compartir las experiencias que Él me había dado y las cosas que hizo y que hace en mi vida, y el Señor me contestó a través de un sueño.
En ese sueño vi un texto que decía: «Todas las obras que Jesús hace en tu vida, deberías compartirlas con tus hermanos», y me desperté. En ese momento sentí una convicción en mi espíritu de que el sueño venía del Señor. Cuando un sueño viene de parte del Señor, normalmente Él se asegura de que lo sepamos.
Otra razón por la que voy a compartir mi testimonio es porque siento que es una muestra de respeto para la persona que escucha las profecías que Dios me da. Cuando escucho un sermón o soy edificada por alguien, me gusta saber quién es esa persona y cómo vive. Me gusta escuchar su testimonio para saber cómo Dios lo tocó y lo llamó, y por qué hace lo que hace.
Primero que nada, siempre fui una persona perceptiva y sensitiva. Desde antes de convertirme, tuve algunas experiencias sobrenaturales, como sueños que se cumplieron, y siempre me atrajo lo sobrenatural. Siempre supe que había algo más allá de lo que podíamos ver, pero no era tan intenso como ahora.
Desde el momento en que me convertí, empecé a tener sueños y visiones de estrellas cayendo y de fuego descendiendo del cielo, y a recibir revelaciones y palabras de conocimiento sobre las personas. También tenía cierto grado de discernimiento de espíritus, pero no era tan intenso como después.
Cuando conocí a Jesús, lo primero que hice fue desarrollar una relación personal con Él, con Dios Padre y con el Espíritu Santo. Me esforcé por conocerlos. Tenía muchísima hambre del Señor y de saber sus cosas.
Pasaba todo mi tiempo libre leyendo y escuchando la Biblia, escuchando sermones, investigando, estudiando. Era como que nada me conformaba. Tenía que investigarlo yo misma, además de las enseñanzas que miraba y de la edificación que recibía a través de otros hermanos.
Siempre fui apasionada y perfeccionista en todo lo que hacía, y ahora tenía más razón para hacerlo así para el Señor. Eso era lo que sentía.
Un tiempo después de conocer a Jesús, comencé a buscar y a preguntar cuál era mi llamado y mi lugar en el cuerpo de Cristo. La urgencia era cada vez más fuerte. Sentía que tenía que hacer algo.
Toda la vida sentí que tenía que hacer algo, pero no sabía qué era, y aunque tuve momentos de felicidad, nunca me sentí plena. Siempre sentía que faltaba algo, que había algo que tenía que hacer, pero no tenía idea de qué se trataba. Siempre estuve en la búsqueda, pero no lo encontré hasta que conocí a Jesús.
Ese sentimiento era cada vez más fuerte, especialmente después de que me convertí y establecí esa relación con el Señor, después de conocerlo a Él y a sus caminos, de tener una vida de oración, de ayuno, de alabanza y de comunión, de establecer las bases de la fe.
A partir de ahí, empezó a crecer más y más esta urgencia de saber cuál era mi puesto, qué parte del cuerpo de Cristo era yo. Pero Dios me llevó por un proceso. Primero me dijo: «Edifícate a ti misma.»
Esta necesidad de saber qué era lo que tenía que hacer se volvió tan intensa, que todos los días oraba, clamaba y hasta lloraba. Era como un fuego que me quemaba, y tenía que saber qué era eso que tenía que hacer.
Un día estaba orando, pidiéndole al Señor que me muestre mi camino: «Señor, ¿qué hago? ¿Cómo te sirvo? Quiero ser útil y hacer cosas para ti. Quiero que veas cuánto deseo servirte y trabajar para ti.» Cerré los ojos, tratando de escuchar, y entonces escuché: «Edifícate a ti misma.» No fue una voz externa, audible, sino una voz interna, distinta de mis propios pensamientos.
En ese momento supe con certeza que era el Señor quien me respondía, y entendí que me decía: «Primero pon las cosas en su lugar; primero aprende cómo ser mujer, cómo ser esposa, cómo ser mamá, cómo ser mi hija, y después te voy a mostrar cuál es tu puesto en el cuerpo de Cristo.» Así lo entendí, y así fue.
Después de eso, la urgencia de saber qué tenía que hacer se volvió cada vez más fuerte, y el Señor empezó a pedirme que renuncie, una a una, a las cosas de mi vida vieja.
Yo era profesora de danzas. Bailaba desde los 11 años y toda mi vida fui bailarina. La danza era mi pasión y llegó a convertirse en mi ídolo. Prácticamente lo era todo para mí. Amaba mi profesión; pasaba muchísimas horas bailando, enseñando y ensayando. Sentía que, si no bailaba, no era nadie.
Además, tenía un instituto de danzas, y cuando apenas me convertí, mi conversión fue tan intensa y honesta que empecé a hacer coreografías para el Señor. Empecé a bailar para el Señor y a predicar a mis alumnos y a sus padres. Empecé a hablar de Jesús, incluso en mi trabajo. No sentía que el Señor me condenaba por lo que hacía, porque mi motivación era hacer todo para Él.
Esto duró un año, y después el Señor empezó a llamarme a soltar todo lo que representaba mi vida pasada. Aunque había transformado mi danza y lo estaba sirviendo a través de ella, sentía que esa etapa de mi vida tenía que cerrarse.
Amaba a mis alumnas y alumnos, pero el Señor me estaba pidiendo que sea libre para otra cosa. El Señor no me presionó y no me hizo sentir condenación, sino que puso en mi corazón la sensación de que ya era hora de cerrar esa etapa para estar completamente libre para que Él me muestre mi propósito y mi llamado.
Así llegó un momento donde tomé la decisión de cerrar el instituto y dejar de bailar. Eso fue alrededor de mayo de 2016, y fue un gran paso en mi proceso de salir del mundo. Y recién ahí, cuando realmente me sentí libre del mundo, el Señor empezó a responder mis oraciones y me dio un sueño.
En el sueño estaba en mi casa y desde la ventana veía acercarse un tsunami. Aunque intentaba frenarlo, no podía. Esa ola gigante no destruyó mi casa, pero la inundó por completo, y no había nada que pudiéramos hacer para sacar el agua.
Unos días después, el Señor me dio la interpretación, mostrándome que el tsunami representaba al Espíritu Santo, que llegaría a mi vida de manera avasalladora, que no podría frenarlo y que lo que sucedería sería impactante, algo muy grande que se manifestaría de repente y que nadie podría detener.
Pocos días después, estaba en mi cama con los ojos cerrados, intentando dormir. No estaba orando ni leyendo la Biblia ni pensando en nada que tenga que ver con las cosas del Señor. De repente, empecé a escuchar una voz que decía: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey.» No era una voz audible, sino interna. Esto me perturbó y no entendía lo que me pasaba. Pensé: «Debe ser un pensamiento mío, algo que vino de mi cabeza.»
Cerré los ojos de nuevo, intentando dormirme, y al rato volví a escuchar la misma voz: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey, el primero y el último, el Alfa y la Omega.» Abrí los ojos y me pregunté: «¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? ¿Puede ser que el Señor me esté hablando a mí?» Pero no lo creí y no lo acepté. No me creía digna de que el Señor pueda hablarme a mí, y tampoco sabía que Él podía hacerlo de esa manera.
No había pedido el don de profecía, porque llevaba apenas un año y medio, más o menos, desde que me había convertido, y si bien había leído en la Biblia sobre la profecía, no tenía mucho conocimiento sobre el tema. Pensaba que profecía era solamente predecir el futuro, y no sabía que también es transmitir la mente y el corazón de Dios.
No estaba asustada ni sentía miedo, pero sí me encontraba consternada. Me preguntaba: «¿Qué es esto?», y ahí empecé a acordarme de algunas escrituras donde Dios llamaba a los profetas. Pero era como que el diablo jugaba con mi incredulidad, mis dudas y mi falta de autoestima, y yo pensaba: «No puede ser. No es el Señor. Tiene que ser otra cosa. Debe ser otro espíritu. Debo ser yo la que me habla. Deben ser pensamientos que vienen porque estoy tratando de dormirme.»
Pero después pensé que no perdía nada con escuchar, a ver qué pasa, y le dije al Señor: «Señor, si eres Tú el que me está hablando, te pido por favor que me lo reveles. Voy a escuchar sin juzgar, simplemente tratando de dejar mi mente en blanco, abrir mis oídos y ver qué pasa.»
Cerré los ojos por tercera vez y traté de no pensar en nada porque no quería participar yo misma de lo que estaba pasando. No quería influenciarlo, solo ver qué era lo que pasaba. Esa voz empezó a hablar de nuevo, agregando más frases: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey, el primero y el último, el Alfa y la Omega, y voy a venir con mi caballo blanco, y todas las naciones se arrodillarán ante mí, porque los voy a destruir simplemente con el espíritu de mi boca, con el aliento que sale de mi boca.»
Mientras escuchaba con los ojos cerrados, estaba asombrada y consternada. Sentía una batalla espiritual adentro mío. Por un lado pensaba: «No, no puede ser», pero por otro lado quería seguir escuchando. Decidí que no quería creerlo ni aceptarlo y me acosté a dormir. Pero al otro día sentía un fuego adentro mío. No era un fuego que te hace mal, pero era algo que me quemaba y no podía dejar de pensar en lo que me había pasado.
Además de eso, me cuestionaba muchas cosas, porque al mismo tiempo que escuchaba esa voz, podía sentir que era otra persona. Sentía una autoridad y un respeto que nunca había experimentado antes. No podía ser que haya sido yo la que hablaba.
Seguía dudando y me costaba mucho creerlo, pero cada vez que intentaba dormir, volvía a pasarme lo mismo, y cada vez que probaba cerrar los ojos durante el día para ver qué pasa, volvía a escuchar esa voz, que rondaba siempre sobre el mismo tema: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey…»
Necesitaba escuchar y entender qué era lo que me estaba pasando; necesitaba respuestas. Empecé a hablar de eso con mi esposo, y juntos empezamos a testearlo para ver si todo estaba acorde a la Biblia. Lo que escuchaba tenía relación con las profecías bíblicas y agregaba a ellas, pero siempre en armonía con las Escrituras, sin ser antibíblico ni conducir al pecado.
Empecé a preguntarle al Señor: «Si eres Tú, Señor, ¿para qué me hablas a mí? ¿Qué quieres que haga con esto?» Sentía como que el Señor me empujaba a hacer algo, pero todavía no entendía qué era, hasta que intenté escuchar y el Señor me dijo: «Compártelo. Es un mensaje para la iglesia. Compártelo. Haz un video. Graba este mensaje que te doy.»
Así que lo grabé y lo publiqué el 9 de julio de 2016, con el título «Toda rodilla se doblará», y recién cuando compartí ese mensaje pude tener paz. Cuando el Señor te pide que hagas algo y finalmente eres obediente y lo haces, sin importar si es agradable o no, si quieres hacerlo o no, ahí viene la paz, y eso normalmente es una confirmación.
A partir de ese momento, todo empezó a cambiar, porque la profecía te transforma profundamente, no solo porque puedes escuchar al Señor, sino también porque puedes sentir el corazón del Señor y saber qué es lo que Él quiere, qué le agrada y qué no le agrada.
Empecé a investigar más sobre profecía, sobre cómo habla el Señor, y empecé a escuchar muchas respuestas, especialmente porque no íbamos a ninguna iglesia. Todo lo que pasó en nosotros fue directamente de Jesús. Él fue nuestro pastor y mentor.
En esos días hablaba con mi esposo sobre la interpretación de lenguas. Un día, estando sola en casa y orando sentada en la alfombra, me vino un pensamiento: «Pero la Palabra dice que el que tiene el don de lenguas, que pida en oración poder interpretarla.» Yo ya tenía el don de lenguas, así que le dije al Señor: «Señor, si quieres darme la interpretación de lenguas, si me encuentras digna, por favor dame este don, en el nombre de Jesús.»
Me puse a orar en lenguas, cerré los ojos e intenté escuchar para recibir la interpretación, y empecé a recibirla, más que nada en forma de imágenes, porque la interpretación de lenguas no es una traducción.
Volví a hablar en lenguas, cerré los ojos y me dispuse a escuchar. Esta vez era una profecía, y eso me sorprendió, porque no sabía cómo funcionaba la interpretación de lenguas ni lo que uno podía llegar a escuchar. No sabía que uno podía profetizar en lenguas tampoco. Decía una frase en lenguas, la interpretaba, y en la interpretación el Señor hablaba sobre lo que iba a pasar en el mundo.
Lo mismo pasó con la interpretación de sueños. En esos mismos días, en el mes de julio, el Señor me dio un sueño, que compartí en el video llamado «¿Está tu espíritu muerto?». Después del sueño del tsunami, ese fue el primer sueño que el Señor me dio junto con la interpretación. Yo no pedí nada, y el Señor me dio ese sueño. Estaba segura de que venía de Él, pero todavía no lo entendía.
Pedí la interpretación y, a los pocos días, la recibí. Cuando el Señor quiere hablar, te coloca una sensación de urgencia, de que tienes que buscar esa respuesta sí o sí. El Señor me reveló la interpretación y me dijo de nuevo: «Compártelo. Publícalo. Habla sobre este sueño. Es para mi gente, es para la iglesia, para que se despierten y me sigan y me conozcan.»
Así fue desplegándose el don que el Señor me había dado.
La verdad es que yo nunca había pedido profecía. Lo único que pedía en oración era: «Señor, revélame tus cosas. Quiero conocerte más. Quiero saber más sobre tus misterios. Quiero tener discernimiento para saber cuándo algo viene de tu lado y cuándo no. Quiero saber más de ti.» Pero nunca había pedido específicamente el don de profecía, porque no sabía bien qué era la profecía y además sentía que no era digna para recibir algo así. Me sentía como un bebé todavía, muy insignificante para recibir algo tan grande de parte del Señor.
Lo mismo pasó con el discernimiento de espíritus. Empecé a ver qué espíritus tenía cada persona, si tenía el Espíritu Santo o no, con qué tipo de espíritu estaba orando, o qué tipo de demonios tenía. Veía a las personas con las que mi esposo estaba orando y le decía: «Esta persona tiene un espíritu de alcoholismo. Esta persona tiene un espíritu de fornicación. Cuidado, porque esta persona está orando con este tipo de espíritu. Esta persona ya recibió el Espíritu Santo.»
Fue como que simplemente se fue dando, igual que con la palabra de conocimiento. Ya tenía palabra de conocimiento desde que me convertí, pero ahora era mucho más intenso y se combinaba con el don de sabiduría y con el don de profecía.
Cuando ministrábamos a alguien, el Señor empezaba a darme una palabra de conocimiento sobre su pasado y que tenía que ver con su presente, y eso me llevaba a ver qué tenía que hacer con su futuro, qué dirección tomar, qué era lo que tenía que corregir, y así le entregaba una profecía.
Empezaron a llegarme revelaciones de parte de Dios de muchas maneras, pero sobre todo a través de imágenes. Soy muy visual y recibo visiones y sueños, aunque los sueños no son el medio principal por el cual Dios me habla. Veo lo que pasa en el espíritu, pero también escucho la voz del Señor o recibo revelaciones a través de impresiones, conocimiento, sensaciones e incluso olores.
Por ejemplo, una vez estábamos ministrando a una persona y empecé a sentir olor a cigarrillo, aunque nosotros no fumamos ni había tal olor en mi casa. Entonces le decía a mi marido: «Esta persona fuma, porque estoy sintiendo olor a cigarrillo».
El Señor también me permite ver, saber y sentir los corazones de la gente y sus intenciones.
El Señor empezó a mostrarme si las personas estaban en pecado o no, y qué tipo de pecado. Empezó a mostrarme el pasado, el presente y el futuro, en la medida en que Él me lo permitía, y también el tipo de llamamiento que tenían, para qué el Señor los había creado. El Señor empezó a darme no solo exhortación y edificación para otros, sino también dirección y a veces corrección.
Desde julio de 2016, el Señor también empezó a mostrarme cosas en el espíritu: cosas buenas y malas, cosas que vienen de la luz y otras que vienen de la oscuridad.
Por ejemplo, puedo ver cosas alrededor de la gente, arriba de la gente o dentro de la gente. Veo cargas espirituales en la espalda, bloqueos espirituales, serpientes alrededor de sus cuellos, nubes sobre sus cabezas, bloques de cemento en el cuello o yugos espirituales.
También puedo ver si hay ángeles alrededor de las personas. Puedo ver la unción, aceite en la espalda, en la cabeza, en las manos, o fuego en las manos. Todo ese tipo de cosas son las que el Señor empezó a mostrarme desde que Él me dio este don y me mostró mi llamado en julio de 2016.
Ahí me di cuenta de que el sueño del tsunami empezó a cumplirse, porque todo esto pasó junto y de golpe. Cuando el Señor comenzó a hablarme, no paró más. No pude frenarlo. Fue algo abrasador, avasallante, algo que nos impactó profundamente. Fue muy fuerte e inesperado. Yo nunca pedí por esto y nunca pensé que fuera posible. Era algo que veía muy lejano, porque no conocía ningún profeta y no iba a la iglesia.
A partir de ahí comenzó un proceso de entender, de aceptar y de accionar, un proceso de entrenamiento, de sanación y de liberación, para entender qué tenía que hacer con lo que el Señor me había dado y cómo hacerlo para Él.
Me hacía muchas preguntas: «¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Está bien que me pase esto? ¿Qué tipo de don tengo? ¿Cómo uso todo esto? ¿Qué hago con estos mensajes y revelaciones que el Señor me daba cada vez más? ¿Qué hago con lo que escucho y con lo que veo? ¿Cómo lo comparto? ¿Lo hablo? ¿Lo escribo? ¿Dónde? ¿De qué manera? ¿Señor, qué quieres de mí?»
Dios siempre me guió en todo de forma directa. Sí, mi esposo siempre estuvo supervisando todo, y él es quien me dio y me da el OK, quien me dice qué tengo que hacer y qué no. Pero fue Dios quien me mostró mi llamado directamente. Nadie me impuso las manos para recibir este don. Fue un llamamiento directo de parte de Él.
Cada vez que profetizaba o abría los oídos espirituales para escucharlo, Él me decía: «Levantate, Noelia. Habla de parte de mí. No te quedes callada. No tengas miedo. Yo estoy contigo. Abre la boca. No seas rebelde», porque a veces tenía tanta duda e incredulidad que pensaba que esto no podía ser para mí. Quería apartarme y alejarme. No quería saber nada porque no quería hacerlo mal.
El Señor empezó a mostrarme cuál era mi llamado durante esos meses, especialmente en julio y agosto. Me lo reveló de manera directa, diciendo: «Te llamo para hablar a las naciones, a darles mensajes a mi pueblo. Usa todos los dones que te di para edificar a mi gente. Yo quiero que me conozcan, que me busquen, que se despierten. Trabaja con los míos. Trae liberación y sanidad a mi pueblo lastimado. Imparte dones. Escribe. Publica los mensajes.»
El Señor fue mostrándome, uno a uno, los diferentes aspectos de mi llamado, incluyendo la parte artística y musical. Él me decía: «Canta para mí y baila para mí. Alábame», y me animaba a mostrarle a su gente cuánto Él ama la alabanza y la adoración.
Así reveló el Señor su llamado para mi vida y empezó a hablarme y a manifestar sus dones en mí. Todo esto nació de Él, y yo respondí con mi obediencia.
Esto revolucionó completamente nuestra vida. Antes que nada, mi esposo y yo tuvimos que testearlo, porque sabemos que el enemigo también copia y falsifica, y siempre quiere meter la cola. Tuvimos que aprender que el enemigo también tiene poder, y aprendimos a distinguir cuándo y cómo habla el Señor por medio de su Espíritu.
Tuve que aprender qué tipo de don me había dado Dios, porque poco a poco nos dimos cuenta de que no solo podía profetizar, sino también ver lo que Dios me revelaba que pasaba en el espíritu.
Tuve que investigar mucho, prestar atención a las manifestaciones del Espíritu en mí y comparar lo que dice la Biblia sobre los distintos niveles de profecía para entender qué tipo de don me había dado el Señor. Estudié a qué se refiere la Biblia cuando habla sobre el espíritu de profecía, que es el testimonio de Jesús en Apocalipsis 19:10, y cuál es la diferencia con el don de profecía que aparece en 1 Corintios 12:10, que cualquier creyente puede recibir. También investigué la diferencia entre el don de profecía y el don de profeta que el Señor menciona en Efesios 4:11, un don de ascensión que Jesús otorga a algunos.
Fue entonces cuando comenzamos a darnos cuenta de que este último era el don que más encajaba con lo que me estaba pasando. Una vez que entendimos que las revelaciones venían de Dios, tuve que aceptar que Él me había dado un regalo que tenía que aprender a usar, guiada por el Espíritu. Tuve que confiar en Dios, porque Él me mandaba a ejercitar estas habilidades que me había dado.
Yo le decía: «Señor, ¿cómo hago esto?» Me sentía totalmente incapaz. Sentía que no era digna de lo que Él me había dado y que no iba a poder hacerlo de la manera que Él quería. Pero Él me decía: «Solamente confía en mí, que Yo lo voy a hacer a través tuyo. Solamente confía en mí. Sé obediente y entrégate a mí, y santifícate.» Él siempre me respondía. Nunca me dejaba sola, incluso en los momentos en que quería apartarme de esto.
Era como cuando alguien te regala una bicicleta y tienes que aprender practicando: te caes, te levantas una y otra vez, hasta que aprendes a andar bien. Como un papá que te regala una bicicleta: primero te ayuda para que no te caigas, pero en última instancia eres tú el que tiene que poner de tu parte y aprender a manejarla y cuidarla. O como si yo le regalara una tablet a mi hija: ella tiene que cargarla, cuidarla, limpiarla y aprender a usarla, sin esperar que la tablet haga todo sola.
Nosotros tenemos que ser buenos administradores de los dones que Dios nos da y esforzarnos para alimentar lo que Él nos regaló y hacerlo crecer.
Tuve que aferrarme aún más a la Biblia y aprender más acerca de la profecía, como dije antes, si bien ya venía caminando muy, muy cerca de las Escrituras, leyendo y escuchando la Biblia todos los días, orando y escuchando enseñanzas y sermones, aprendiendo y estudiando.
Para alguien con un llamado profético, profetizar se vuelve una necesidad. Si no lo hace, siente que es como una planta que se seca. Y una de las tácticas del diablo es aprovecharse de eso para que se enfoque únicamente en profetizar y deje de leer las Escrituras, llevándolo así por un mal camino.
Por eso empecé a enfocarme mucho más en la Biblia, siempre consultando a mi esposo sobre lo que estaba viendo y escuchando, buscando su guía y el discernimiento que tiene.
Así el Señor empezó a moldear mi carácter. Me enseñó disciplina, me enseñó a pisar mi orgullo y me mostró cómo usar el don a través de los frutos del Espíritu, que es muy importante. El Señor también me enseñó a trabajar para Él sin importar los problemas, incluso en los días difíciles o cuando las emociones no ayudan.
Dios fue formando en mí un carácter mucho más balanceado e íntegro. Entendí que tener mucha revelación y profetizar sin un carácter manso y balanceado es muy dañino y peligroso. Un profeta necesita un autocontrol extremo y tiene que someterse por completo a Dios. Todos los seguidores de Jesús tenemos que someternos al Señor, pero creo que la entrega de un profeta tiene que ser mucho más profunda, y el profeta tiene que estar aún más sometido al Señor.
Me fui dando cuenta de que cuanto más me dejaba trabajar por Dios, cuanto más me entregaba en sus manos para que moldee mi carácter y cuanto más santa y apartada del mundo vivía, más claro podía ver, escuchar, discernir su voz y entender e interpretar las revelaciones que Él me daba. Porque no se trata solo de recibir información, sino de saber interpretarla y transmitirla.
Así empezó y se intensificó el proceso de sanidad y liberación en mi vida. Dios fue sanando traumas del pasado, como el miedo y la tristeza, que eran muy fuertes. Él empezó a unificar las partes de mi alma que el enemigo había fragmentado y a limpiar todo lo sucio que había en mí.
A partir de ahí, el proceso de renuncia, quebrantamiento, liberación y sanación se volvió aún más profundo, y el Señor comenzó a entrenarme para poder responder a este llamado.