Este es mi testimonio de cómo Dios me llamó de forma directa, de cómo su palabra vino a mí y me fue mostrando los aspectos de mi llamado, y fue activando los dones con los cuales me equipó para poder responder a ese llamado. Toda la gloria a Jesucristo, mi amado Señor. A Él sea la gloria, el imperio y la honra, por los siglos de los siglos. Amén.
[Apocalipsis 12:11, RVR1960] Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
Hola amados, ¿cómo están? Soy Noelia. Hoy vengo a compartirles mi testimonio de cómo el Señor comenzó a hablarme, cómo empecé a escuchar su voz, y cómo Él reveló mi llamamiento de hablar a las naciones. Esto lo hago principalmente por dos motivos.
Primero, estuve orando muchísimo, preguntándole al Señor: «Señor, ¿qué querés que haga? ¿Querés que solamente profetice, o querés que también comparta mis testimonios de tantas cosas que haces y que hiciste en mi vida?» Porque no quería hacer nada que no le complaciera al Señor, no quería compartir nada que salga de mis propias decisiones, sino que quería hacer solamente lo que Él me pidiera. Sentía una inquietud en mi corazón de empezar a compartir las experiencias que Él me dio y las cosas que Él hizo y que Él hace en mi vida, y el Señor me contestó a través de un sueño.
Él me dio un sueño en donde yo vi un texto, solamente un texto, y el texto decía: «Todas las obras que Jesús hace en tu vida deberías compartirlas con tus hermanos.» Y me desperté. Y en ese momento supe, tuve la convicción en mi espíritu de que era el Señor el que me estaba hablando. Simplemente uno lo sabe. Cuando un sueño viene de parte del Señor, normalmente Él se asegura de que nosotros sepamos que fue Él el que nos habló, el que nos comunicó, el que nos dio un mensaje.
La segunda razón por la que lo voy a hacer es porque me parece una muestra de respeto para la persona que escucha las profecías, los mensajes que Dios me da. Cuando yo escucho un sermón o cuando aprendo de parte de alguien o cuando soy edificada por alguien, me gusta saber quién es esa persona, me gusta saber cómo vive, me gusta escuchar su testimonio para saber cómo Dios lo tocó y lo llamó, y por qué hace lo que hace.
Primero que nada, yo siempre fui una persona perceptiva, siempre fui una persona sensitiva de toda la vida. Desde antes de convertirme, tuve algunas experiencias sobrenaturales, sueños que se cumplían, y ese tipo de cosas. Siempre, siempre, siempre me atrajo lo sobrenatural. Siempre supe que había algo más allá de lo que nosotros podíamos ver, pero no era tan intenso como ahora.
Después, desde el primer momento que me convertí, empecé ya a tener visiones, empecé a tener sueños de estrellas cayendo, de fuego cayendo del cielo. Comencé a recibir revelaciones y palabras de conocimiento sobre las personas. Ya tenía cierto grado de discernimiento de espíritus, pero no era tan intenso como fue después.
Cuando conocí a Jesús, lo primero que hice fue desarrollar una relación personal con Él, con Dios, con el Espíritu Santo. Me esforcé por conocerlos. Tenía mucha hambre del Señor, de saber sus cosas. Pasaba todo mi tiempo libre leyendo y escuchando la Biblia, escuchando sermones, investigando, estudiando. Era como que no me conformaba con nada. Tenía que investigarlo yo misma, además de las enseñanzas que miraba y de la edificación que tenía a través de los otros hermanos.
Siempre fui apasionada y perfeccionista en todo lo que hice, y ahora era como con más razón que tenía que hacerlo de esa manera para el Señor. Eso era lo que sentía yo. Un tiempo después de que conocí a Jesús, comencé a buscar y a preguntar cuál era mi llamado, cuál era mi lugar en el cuerpo de Cristo. La urgencia era cada vez más fuerte. Sentía que tenía que hacer algo.
Toda la vida sentí que tenía que hacer algo, pero no sabía qué era, y por más que tuve momentos de felicidad en mi vida, nunca me sentí plena. Siempre sentía que faltaba algo, que había algo que tenía que hacer, pero no tenía idea de qué se trataba. Siempre estuve en la búsqueda, pero no lo encontré hasta que conocí a Jesús. Ese sentimiento fue cada vez más fuerte, especialmente después de que me convertí y de que establecí esa relación de la mano del Señor, de conocerlo a Él y a sus caminos, de tener una vida de oración, de ayuno, de alabanza, de comunión, de establecer el fundamento, las bases de la fe.
A partir de ahí, empezó a crecer más y más esta urgencia de saber cuál era mi puesto, qué parte del cuerpo de Cristo era yo. Pero Dios me llevó por un proceso. Primero me dijo: «Edifícate a vos misma.» Me acuerdo de que un día estaba orando, porque esto llegó a ser tan intenso, esta necesidad de saber qué era lo que tenía que hacer, que oraba todos los días, clamaba, y hasta lloraba. Era como un fuego que me quemaba, y tenía que saber de qué se trataba eso que tenía que hacer.
Un día estaba orando al Señor, pidiéndole que me muestre mi camino: «Señor, ¿qué hago? ¿Qué hago? ¿Cómo te sirvo? Quiero hacer cosas para vos. Quiero ser útil. Quiero que sientas que quiero servirte, que quiero trabajar para vos.» Cerré los ojos y traté de escuchar, y escuché: «Edifícate a vos misma.» No fue una voz externa, audible, sino una voz interna, que no era la voz de mis pensamientos.
En ese momento, estuve segura de que era el Señor el que me estaba contestando. Aparte, fue así como, bum… «Edifícate a vos misma.» Y yo entendí que el Señor me estaba diciendo primero: «Poné las cosas en su lugar. Primero aprendé cómo ser mujer, cómo ser esposa, cómo ser mamá, cómo ser mi hija, y después te voy a mostrar cuál es tu puesto en el cuerpo de Cristo.» Así lo entendí yo, y de hecho, fue así.
Después de eso, siempre sintiendo esta urgencia de saber qué tenía que hacer cada vez más fuerte, el Señor empezó a trabajar. Siempre estuvo trabajando en mi vida, pero en ese momento, el Señor empezó a pedirme que vaya renunciando uno a uno a las cosas de mi vida vieja, hasta que llegó un punto que Él empezó a trabajar en mi profesión.
Yo era profesora de danzas. Toda la vida fui bailarina. Bailaba desde los 11 años. El baile, la danza, era mi pasión, y llegó a convertirse en mi ídolo. Era prácticamente todo para mí. Pasaba muchísimas horas bailando, enseñando, ensayando. Realmente amaba mi profesión. Era como si yo no bailaba, no era nadie. Eso sentía yo. El Señor empezó a poner en mi corazón que ya era tiempo de soltarlo, que ya era tiempo de dejarlo, porque aparte, yo tenía un instituto de danzas, y ese instituto de danzas era secular, porque yo no conocía al Señor. Era danza para el mundo.
Cuando apenas me convertí, fue tan intensa y tan honesta mi conversión que hasta el instituto se revolucionó, porque empecé a hacer coreografías para el Señor. Esto fue un año, nada más, y empecé a bailar para Él, empecé a predicar a mis alumnos, a los padres. Empecé a hablar de Jesús, inclusive en mi trabajo. No sentía que el Señor me condenaba por lo que estaba haciendo, porque honestamente, de corazón, mi motivación era hacer todo para Él, desde que conocí a Jesús. No sentía que tenía que dejarlo porque estaba mal lo que estaba haciendo, sino que el Señor me estaba llamando a liberarme de todo lo que significaba mi vida vieja, y en ese momento, el instituto que yo tenía ya venía de mi pasado, venía de una vida secular. Y por más que yo había transformado mi danza y lo estaba sirviendo a través de la danza, era como que esa etapa, ese círculo, tenía que cerrarse, y eso me estaba haciendo sentir el Señor.
Entonces, llegó un momento que lo cerré. Tomé la decisión de cerrar el instituto. Fue tremendo, porque aparte amaba a mis alumnas y alumnos. Pero el Señor me estaba pidiendo que sea libre para otra cosa. Eso era lo que sentía yo. Entonces, renuncié, cerré todo, dejé de bailar, y eso fue como un gran paso en mi etapa de salir del mundo.
El Señor no me hizo sentir mal, no me hizo sentir como que lo que estaba haciendo estaba en contra de Él, no me dijo: «Si no cerrás el instituto, te vas al infierno,» ni nada de eso, sino que muy gentilmente y muy amablemente empezó a colocar en mi corazón esa necesidad de estar libre para otra cosa, para una nueva vida. Me dejó a mí la decisión. No me presionó, no me hizo sentir condenación, ni nada de eso, sino que me puso esa sensación en mi corazón de que ya era hora de cerrar esa etapa de la manera que lo estaba haciendo, para empezar algo nuevo, para estar totalmente libre en mi corazón, para mostrarme cuál era mi propósito, para qué me había llamado, que era lo que tanto yo había orado.
Entonces renuncié, y recién cuando renuncié a todo, primero me hice completamente libre para Él en todo lo que el Espíritu me iba guiando que hiciera o dejara de hacer, que frenaba mi crecimiento en Cristo. Esto fue más o menos en mayo del año 2016 que cerré el instituto de danzas. Recién ahí, cuando realmente me sentí libre del mundo, porque eso fue un paso mayor, fue un paso súper importante para mí en el camino del Señor, el Señor empezó a responderme en mis oraciones y Él me dio un sueño de un tsunami que llegaba a mi casa.
Me acuerdo de que estaba en mi casa en el sueño y veía desde la ventana de mi casa un tsunami que se acercaba, una gran ola de agua, y era como que yo intentaba frenar esta ola adentro del sueño y no podía. No podía frenarla de ninguna manera. Era como que hacía fuerza y no tenía resultados. Entonces, la ola gigante inundó toda mi casa. No la rompió, pero entró toda el agua e inundó toda mi casa y no podíamos hacer nada para sacar esa agua afuera. Y me desperté.
El Señor me dio la interpretación unos días después de ese sueño y me dijo que el tsunami representaba el Espíritu Santo que iba a llegar a mi vida, que iba a llegar a mi casa de una forma avasalladora, y que no lo iba a poder frenar, que lo que iba a pasar en mi vida iba a ser de una forma impactante, que se iba a manifestar algo muy grande de repente, y que eso nadie lo iba a poder frenar.
No entendí completamente este sueño profético hasta que no se cumplió. Después de eso, a los poquitos días, yo estaba intentando dormir y tenía los ojos cerrados, pero no estaba durmiendo, y de repente empecé a escuchar una voz directamente, y la voz dijo: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey.» Y me perturbó. No me hizo sentir mal, pero fue una voz que no era de mi cabeza. No fue una voz audible; fue una voz interna.
Yo no estaba orando, no estaba leyendo la Biblia, no estaba pensando en nada que tenga que ver con las cosas del Señor. Igualmente, escuché eso y no entendía lo que estaba pasando. Entonces simplemente cerré los ojos, intenté dormirme de nuevo, y dije: «No, debe ser un pensamiento mío, debe ser algo que vino de mí, que vino de mi cabeza.»
Cerré los ojos una segunda vez, tratando de dormirme de nuevo, y al ratito empecé a escuchar de nuevo la misma voz, que me decía: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey, el primero y el último, el Alfa y la Omega.» Abrí los ojos de nuevo y dije: «¿Qué es esto? ¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? ¿Puede ser que el Señor me está hablando a mí?» Pero no lo creí, no lo acepté, ni me creía digna de que el Señor pudiera hablarme a mí. Y tampoco sabía que el Señor podía hablar de esta manera.
No había pedido el don de profecía antes, porque era un año y medio más o menos desde que me había convertido, y si bien había leído la Biblia sobre la profecía y todo, realmente no tenía mayor conocimiento de lo que era profetizar y de que uno pudiera escuchar la voz del Señor de esta manera. Yo pensaba que la profecía era solamente predecir el futuro y nada más. No sabía que era como transmitir los pensamientos, la mente de Dios, el corazón de Dios.
No estaba asustada, no tenía miedo, pero estaba consternada, por usar una palabra. Me senté en la cama, empecé a pensar y dije: «¿Qué es esto?» Y ahí empecé a acordarme de algunas escrituras de cuando Dios llamaba a los profetas, pero era como si el diablo me jugara con la incredulidad, con la duda, con la falta de autoestima, y yo decía: «No, no puede ser, no puede ser. No es el Señor. Tiene que ser otra cosa. Debe ser otro espíritu. Debo ser yo la que me habla. Deben ser pensamientos que vienen porque estoy tratando de dormirme.» Pero dije: «Bueno, no pierdo nada si escucho, nada más, a ver qué pasa,» y oré y dije: «Señor, si sos Vos el que me está hablando, te pido por favor que me lo reveles.» Y dije: «Voy a escuchar sin juzgar, simplemente tratando de dejar mi mente en blanco y tratando de abrir mis oídos y ver qué pasa.»
Cerré los ojos de nuevo por tercera vez, traté de no pensar en nada más que nunca, porque no quería participar yo misma de lo que estaba pasando, no quería influenciarlo, sino quería solamente ver qué era lo que estaba pasando. Y esa voz empezó a hablar de nuevo. Cada vez que escuchaba era como que iba agregando frases, y esta vez agregó más frases y decía: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey, el primero y el último, el Alfa y la Omega, y voy a venir con mi caballo blanco, y todas las naciones se arrodillarán ante mí, porque los voy a destruir simplemente con el espíritu de mi boca, con el aliento que sale de mi boca.»
Mientras yo escuchaba con los ojos cerrados, estaba absolutamente asombrada y consternada. No entendía lo que pasaba. Adentro mío sentía una batalla espiritual, por un lado como diciendo: «No, no puede ser,» pero por otro lado quería seguir escuchando. Y así habló, hasta que dije: «Bueno, no puede ser.» Fue como que no lo creí, no lo acepté. Me acosté a dormir, como que no quise saber nada. Pero al otro día sentía como un fuego, un fuego que no me dejaba en paz. No era un fuego que no es pacífico, que te molesta o que te hiere o que te hace mal, pero era algo que me quemaba adentro mío y no podía dejar de pensar en eso que me había pasado.
Además de eso, me cuestionaba muchas cosas, porque al mismo tiempo que escuchaba esa voz, podía sentir que era otra persona. Podía sentir una autoridad y un respeto que nunca había sentido antes. No podía ser que haya sido yo tampoco la que hablaba.
Seguí dudando, me costaba mucho creerlo, pero cada vez que intentaba dormir, volvía a pasarme lo mismo, y cada vez que probaba cerrar los ojos estando despierta durante el día para ver qué pasa, volvía a escuchar, y siempre rondaba más o menos sobre la misma profecía, sobre el mismo tema: «Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Yo soy el Rey…»
Entonces, lo empecé a hablar con mi esposo, lo empezamos a testear, porque no pude evitarlo. Necesitaba escuchar, necesitaba ver qué era eso que me estaba pasando, necesitaba tener respuestas. Empezamos a escuchar y testear que todo era acorde a la Biblia. Tenía relación con las profecías bíblicas y agregaba sobre eso, pero todo era acorde a las Escrituras. No decía nada que estuviera fuera de lugar. No escuchaba nada que fuera antibíblico, que llevara al pecado.
Yo empecé a preguntarle al Señor: «Si sos Vos, Señor, ¿para qué me hablas a mí? ¿Qué querés que haga con esto?» Era como que el Señor me empujaba a hacer algo con eso, pero yo todavía no entendía qué era, hasta que intenté escuchar, y el Señor decía: «Compartilo. Es un mensaje para la iglesia. Compartilo. Hacé un video. Grabá este mensaje que te doy.»
Entonces lo grabé, y el 9 de julio del 2016 lo publiqué. Fue mi primera profecía publicada, que se llama «Toda rodilla se doblará» y está en mi canal. Y recién cuando compartí ese mensaje pude tener paz. Esto es una confirmación de que cuando el Señor te pide que hagas algo y finalmente lo haces, sin importar si es agradable o no, si querés o no, cuando cumplís, cuando sos obediente, ahí viene la paz del Señor. Normalmente, eso es una confirmación de que viene de su parte.
Todo empezó a cambiar, porque la profecía te cambia muchísimo, no solamente porque vos podés escuchar al Señor, sino que vos podés sentir al Señor, podés sentir el corazón del Señor, podés saber qué es lo que Él quiere, qué le place y qué no le place. Entonces empecé a investigar sobre lo que me estaba pasando, investigar más sobre la profecía, sobre cómo habla el Señor, y empecé a escuchar muchas respuestas, especialmente porque no íbamos a ninguna iglesia. Todo lo que el Señor hizo en nosotros fue directamente de nuestro Pastor, de Jesús. Él fue nuestro mentor.
Así empecé a entender qué estaba pasando. Después, en esos mismos días, estaba hablando sobre la interpretación de lenguas con mi esposo. Un día estaba sola en mi casa, orando sentada en la alfombra, y vino como un pensamiento a mí: «Bueno, pero la Palabra dice que el que tiene lenguas que pida en oración poder interpretarla.» Yo ya tenía las lenguas, así que intenté interpretarlas, y le dije al Señor: «Señor, si querés darme la interpretación de lenguas, si me encontrás digna, por favor dame este don, en el nombre de Jesús.» Y me puse a orar.
Oré en lenguas, cerré los ojos e intenté escuchar para recibir la interpretación, y empecé a recibir la interpretación. Empecé a ver imágenes, más que nada imágenes, porque no es una traducción, es una interpretación. Empecé a hablar en lenguas de nuevo, cerré los ojos y empecé a escuchar, y también era una profecía. Esto también me descolocó, porque no sabía nada de cómo era la interpretación de lenguas, de lo que uno podía llegar a escuchar. No sabía que uno podía profetizar en lenguas tampoco. Y era una profecía encima lo que escuchaba. Decía una frase en lenguas, la interpretaba, y el Señor decía algo, algún acontecimiento sobre lo que iba a pasar en el mundo y qué sé yo.
Lo mismo pasó con la interpretación de sueños. En esos mismos días, en el mes de julio, el Señor me dio un sueño, que compartí en el video que se llama «¿Está tu espíritu muerto?». Ese fue el primer sueño, además del del tsunami, que el Señor me dio con interpretación. Simplemente yo no le pedí nada, y el Señor me dio un sueño, que yo estuve segura de que venía del Señor, sabía que venía del Señor, pero no lo entendía todavía.
Entonces pedí la interpretación y a los días recién llegó la interpretación. Cuando el Señor quiere hablar, te coloca una sensación de que vos tenés que buscar algo, que tenés que tener esa respuesta a toda costa. El Señor me reveló la respuesta y de nuevo me empezó a decir: «Compartilo. Compartilo, publicalo, hablá sobre este sueño. Es para mi gente, es para la iglesia, para que se despierten y me sigan y me conozcan.» Y así fue desplegándose el don que el Señor me había dado.
La verdad es que yo nunca había pedido profecía, porque no sabía qué era la profecía. Lo que sí había pedido en oración era solamente: «Señor, revelame tus cosas. Quiero conocerte más. Quiero saber más sobre tus misterios. Quiero tener discernimiento cuando algo viene de tu lado y cuando no. Quiero saber más de ti.» Pero nunca había pedido específicamente el don de profecía, porque además sentía que no era digna para recibir esas cosas. Me sentía muy, muy bebé todavía, muy insignificante para recibir algo así de parte del Señor.
Lo mismo pasó con el discernimiento de espíritus. Empecé a ver qué espíritus tenía cada persona, si alguien tenía el Espíritu Santo o no, con qué tipo de espíritu estaba orando, o qué tipo de demonios tenía cada persona. Empezaba a ver las personas con las que mi esposo estaba orando y le decía: «Esta persona tiene un espíritu de alcoholismo. Esta persona tiene un espíritu de fornicación. Cuidado, porque esta persona está orando con este tipo de espíritu. Esta persona ya recibió el Espíritu Santo.»
Fue como que simplemente se dio, igual que la palabra de conocimiento. Ya tenía palabra de conocimiento desde que me convertí, pero ahora era mucho más intenso y se combinaba con el don de sabiduría y con la profecía. Cuando ministrábamos a alguien, el Señor me empezó a dar una palabra de conocimiento sobre su pasado que tenía que ver con su presente, y eso desembocaba en lo que tenía que hacer con el futuro, qué dirección tenía que tomar, qué era lo que tenía que corregir, y así le entregaba una profecía.
Era como que todo empezó a manifestarse al mismo tiempo. Así empezaron a llegar las revelaciones de parte de Dios, más que nada a través de imágenes. Yo soy muy, muy visual, y recibo visiones y sueños, si bien los sueños no son el medio principal por el cual Dios me habla, suelo recibir revelaciones a través de sueños proféticos, también a través de impresiones, a través de saber, a través de escuchar la voz del Señor, y también a través de oler, o a través de sentir. Por ejemplo, estábamos ministrando a una persona y empecé a sentir olor a cigarrillo. Entonces le decía a mi marido: «Esta persona fuma, porque estoy sintiendo olor a cigarrillo,» cuando nosotros no fumamos ni había ningún olor a cigarrillo en mi casa.
Así empezaron a manifestarse las revelaciones, pero más que nada por imágenes. Yo soy una persona que ve. Veo lo que pasa en el espíritu. A través de su gracia, el Señor me permite ver, me permite saber, me permite sentir los corazones de la gente. Pude empezar a discernir las intenciones de los corazones. El Señor empezó a mostrarme si las personas estaban en pecado o no, y qué tipo de pecado, empezó a mostrarme el pasado, el presente y el futuro en la medida que Dios me lo permitía, y también el tipo de llamamiento que tenían, para qué el Señor los había creado y su propósito. El Señor empezó a darme corrección y dirección para las personas; no solamente exhortación y edificación, sino también dirección y a veces corrección.
Yo puedo ver el mundo espiritual. Desde el mes de julio del año pasado, el Señor también empezó a mostrarme cosas en el espíritu: cosas buenas y malas, cosas espirituales que vienen de la luz y otras que vienen de la oscuridad. Por ejemplo, puedo ver cosas alrededor de la gente o arriba de la gente o adentro de la gente. Puedo ver cargas espirituales en la espalda, bloqueos espirituales, serpientes que están alrededor de sus cuellos, nubes que están arriba de las cabezas, bloques de cemento sobre el cuello, y yugos espirituales también. También puedo ver si hay ángeles alrededor de ellas, puedo ver la unción, aceite en la espalda, en la cabeza, las manos, fuego en las manos. Todo ese tipo de cosas son las que el Señor empezó a mostrarme desde que Él me dio este don y me mostró mi llamado en el mes de julio del 2016.
Ahí me di cuenta de que el sueño del tsunami empezó a cumplirse, porque todo esto pasó junto y de golpe. Cuando el Señor comenzó a hablarme, no paró más. No pude frenarlo. Fue algo abrasador, algo avasallante, algo que nos impactó terriblemente. Fue muy, muy fuerte e inesperado, porque yo nunca había pedido por esto. Nunca pedí por esto. Nunca pensé que fuera posible. No conocía ningún profeta. No iba a la iglesia. Era como algo que lo veía muy lejos de mí.
A partir de ahí comenzó un proceso de entender, de aceptar, de accionar, y un proceso de entrenamiento, de sanación, de liberación, para entender qué tenía que hacer con esto que el Señor me había dado y cómo hacerlo para Él. Surgieron muchas preguntas: «¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Está bien que me pase esto?» Porque sabemos que también el diablo imita los dones del Señor. Me empecé a preguntar: «¿Qué tipo de don tengo? ¿Cómo uso todo esto? ¿Qué hago con estos mensajes y revelaciones que el Señor me daba más y más y más cada vez? ¿Qué hago con lo que escucho, con lo que veo? ¿Cómo lo comparto? ¿Lo hablo? ¿Lo escribo? ¿Dónde? ¿De qué manera? ¿Señor, qué querés de mí?»
Dios siempre me guió en todo de forma directa. Sí, mi esposo siempre estuvo en la supervisión de todo, y él es siempre el que me dio y me da el OK y el que me dice qué es lo que tengo que hacer y lo que no. Pero fue Dios el que me mostró mi llamado directamente. Nadie me hizo imposición de manos para recibir este don. Fue un llamamiento directo de parte de Él, y cada vez que profetizaba o que abría los oídos espirituales para escucharlo, Él me decía: «Levantate, Noelia. Hablá de parte de mí. No te quedes callada. No tengas miedo. Yo estoy contigo. Abrí la boca. No seas rebelde.» Porque a veces tenía tanta duda e incredulidad que pensaba que esto no podía ser para mí. Quería apartarme, alejarme. No quería saber nada porque no quería hacerlo mal.
El Señor empezó a revelar en esos meses cuál era mi llamado, más que nada en el mes de julio y después agosto. Él me lo reveló directamente, diciendo: «Te llamo para hablar a las naciones. Darle mensajes a mi pueblo. Usa todos los dones que te di para edificar a mi gente. Yo quiero que me conozcan, que me busquen, que se despierten. Trabaja con los míos. Trae liberación y sanidad a mi pueblo lastimado. Imparte dones. Escribe. Publica los mensajes.»
El Señor me fue revelando uno a uno los aspectos de mi llamado, incluyendo la parte artística y la musical. Él me decía: «Cantá para mí y bailá para mí. Alabáme.» Él me instaba a mostrarle a su gente, a la iglesia, cuánto Él ama la alabanza y la adoración. Así, el Señor reveló su llamado en mí hacia Él, empezó a hablarme y a manifestar los dones en mí. Todo esto nació de parte de Él, y yo contesté con mi obediencia. Y así fue creciendo.
Esto revolucionó completamente nuestra vida. Primero que nada, mi esposo y yo tuvimos que testearlo, porque sabemos, como dije antes, que el enemigo también copia y falsifica, y quiere meter la cola todo el tiempo. Tuvimos que aprender que también el enemigo tiene poder. Tuvimos que aprender a distinguir cuándo y cómo habla el Señor por medio de su Espíritu. Tuve que aprender qué tipo de don me había dado Dios, porque lentamente nos dimos cuenta de que no solamente yo profetizaba, sino que podía ver todo lo que pasaba en el espíritu, lo que Dios me revelaba.
Tuve que investigar muchísimo, prestar atención a las manifestaciones del Espíritu en mí y comparar lo que dice la Biblia sobre los distintos niveles de profecía para entender qué tipo de don el Señor me había dado. Estudié a qué se refiere cuando habla sobre el espíritu de profecía, que es el testimonio de Jesús en Apocalipsis 19:10, y qué diferencia tiene con el don de profecía que aparece en 1 Corintios 12:10, que puede recibir cualquier creyente, porque todos pueden profetizar. También investigué la diferencia entre el don de profecía que da el Espíritu Santo a una persona y el don de profeta que el Señor menciona en Efesios 4:11, que es un don de ascensión que Jesús otorga a algunos.
Ahí empezamos a darnos cuenta de que este último era el tipo de don que más encajaba con lo que me estaba pasando. Después, cuando entendimos que las revelaciones venían de parte de Dios, tuve que aceptar que Dios me había dado un regalo que yo tenía que aprender a usar, guiada por el Espíritu. Tuve que confiar en Dios, porque Él me mandaba a ejercitar estas habilidades que Él me había dado.
Yo le decía: «Señor, ¿cómo hago esto?» Me sentía absolutamente incapaz. Realmente sentía que era algo que Él me había dado, que no era digna de tener, y que no lo iba a poder hacer de la manera que Él quería. Y Él me decía: «Solamente confiá en mí, que Yo lo voy a hacer a través tuyo. Solamente confiá en mí, sé obediente y entregate a mí, y santifícate.» Él siempre me respondía. Nunca me dejaba sola, inclusive en los momentos en que quería apartarme de esto.
Era como si básicamente alguien te regalara una bicicleta y vos tenés que agarrar la bicicleta y aprender practicando. Cuando te golpeás, te levantás de nuevo, y así hasta que aprendés a andar bien. Es como un papá que te regala una bicicleta. En el primer momento, él te ayuda a veces para que no te caigas, pero en última instancia sos vos el que tenés que poner de vos y aprender a andar en bicicleta hasta que aprendés a manejarla, y también tenés que aprender a cuidar y mantener esa bicicleta.
Es como si yo le regalara una tablet a mi hija, pero es ella la que tiene que cargarla, la que tiene que cuidarla, la que tiene que limpiarla, la que tiene que aprender a usarla. No es que ella va a esperar a que la tablet funcione por sí sola y haga todo por sí sola y se cargue sola. Nosotros tenemos que ser buenos administradores de los dones que Dios nos da y poner de nosotros para que ese don crezca, para alimentar lo que Dios nos regaló por su gracia.
Tuve que pegarme muchísimo más a la Biblia y aprender más acerca de la profecía, como dije antes, si bien ya venía caminando muy, muy cerca de las Escrituras, leyendo y escuchando la Biblia todos los días, orando y escuchando enseñanzas, sermones, aprendiendo y estudiando. Con la persona profética, una de las tácticas del diablo es que la persona solamente profetice, porque profetizar es una necesidad para la persona profética. Si no profetizás, sentís que sos como una planta que se seca. Entonces, el diablo a veces quiere aprovecharse de eso y hacer que la persona deje de leer las Escrituras y solamente profetice, llevándola así por un mal camino.
Entonces, todo lo contrario, me concentré mucho más en la Biblia, siempre consultando a mi esposo sobre qué le parecía lo que estaba viendo, lo que estaba escuchando, con su guía, con el discernimiento que él tiene. Y así el Señor empezó a moldear mi carácter. Me enseñó disciplina, me empezó a pisar el orgullo, me enseñó cómo utilizar el don a través de los frutos del Espíritu, que es muy importante. El Señor también me enseñó a trabajar para Él independientemente de los problemas, a pesar de tener un mal día, a pesar de las emociones.
Él fue formando un carácter mucho más balanceado e íntegro en mí. Me di cuenta de que tener mucha revelación y profetizar sin tener un carácter manso y balanceado es muy, muy dañino y peligroso. Un profeta necesita un autocontrol extremo y tiene que someterse a Dios por completo. Todos los seguidores de Jesús tenemos que someternos al Señor, pero en mi opinión, la entrega de un profeta tiene que ser mucho más intensa, y él tiene que estar mucho más sometido al Señor. Me fui dando cuenta de que cuanto más me dejaba trabajar por Dios, cuanto más me entregaba a sus manos para que Él moldeara mi carácter, cuanto más santa y apartada del mundo vivía, más claro podría ver y escuchar, discernir su voz y entender e interpretar las revelaciones que Él me daba, porque no solamente es recibir información, sino saber interpretarla y entregarla.
Así empezó y continuó, mucho más intenso, el proceso de sanidad, el proceso de liberación en mí. Recibí mucha sanidad, mucha liberación. Dios sanó traumas del pasado, el miedo, la tristeza, que era muy fuerte. Dios empezó a restaurarme, a unificar las partes fragmentadas de mi alma que había fragmentado el enemigo. Empezó a limpiar todo lo sucio que había en mí. A partir de ahí, el proceso de renuncia, de quebrantamiento, de liberación y sanación se intensificó y fue tremendo, y el Señor comenzó a entrenarme para poder responder a este llamado.