Traducciónes: inglés
Yo he creado a la mujer con mi propia mano. Cada parte que compone a la mujer la he colocado Yo. Yo he hecho a la mujer como una creación perfecta y refinada. Yo tuve deleite cuando estaba creando las curvas de la mujer.
El útero de la mujer es su parte creativa. La vida fluye a través del útero de la mujer. Yo utilizo el útero de la mujer para traer la vida a la tierra, y el útero de la mujer es un canal que debe estar abierto para mí, porque Yo soy el que manda a las almas, y el útero de la mujer es el canal que recibe las almas. Es el portal por donde entran las almas a este mundo.
En los ojos de la mujer se puede ver la delicadeza de mi Espíritu. En el cabello de la mujer se puede observar la suavidad con la que Yo acciono. En las manos de la mujer se puede observar la delicadeza con la que Yo toco los corazones. Yo hice cada detalle en la mujer como es.
La mujer está hecha para servirme, dice el Señor. Cuando ella me muestra sus manos, Yo quiero ver manos delicadas, manos suaves, manos que han criado hijos, que han acariciado mejillas de niños. Quiero ver manos que han servido a sus esposos, dice el Señor, que han confortado a su familia cuando han estado enfermos.
Cuando Yo veo las manos de una mujer, quiero ver manos que han sido dadoras a los necesitados. Quiero ver manos que han tomado las manos de los pobres para darles consuelo. Cuando Yo veo las manos de una mujer, quiero ver manos que se han levantado al cielo para orar a mí y para alabarme.
Yo quiero ver manos trabajadas en las cosas que a mí me complacen. No quiero ver manos duras, manos de hombres. Quiero que la mano de la mujer sea una mano delicada, frágil, pero a la vez laboriosa. Quiero ver manos limpias, manos que han sabido cómo servir, cómo dar de comer a los suyos, cómo atender a sus niños. Quiero ver manos que han sabido acariciar.
Cuando Yo miro a la mujer, dice el Señor, quiero ver rostros despejados. Quiero ver cejas relajadas porque confían en mí. No quiero ver máscaras superficiales. Estoy cansado de ver este mundo lleno de máscaras superficiales, de mujeres que piensan que son una cosa que no lo son.
Yo he creado cada rostro como Yo quise. Yo te he dado esa nariz, esa boca, esos ojos, esas mejillas, ese mentón. El cabello te lo he dado Yo, y la forma de tu cuerpo también te la he dado Yo. No rechaces mi creación, dice Dios, porque es lo mismo que rechazar mi mano.
La mujer está creada para portar la vida. La mujer es portadora.
Yo amo a las mujeres, dice el Señor. Son mi creación sublime. El corazón de la mujer es un corazón más blando que el corazón del hombre. El corazón de la mujer no está hecho para pensar complicadas cosas; está hecho para irradiar amor, dulzura, comprensión sin juicios.
Yo amo a las mujeres mansas, que no buscan su gloria, dice el Señor, y toda aquella mujer que es humilde me conoce. Pero la que es altiva de ojos y arrogante de corazón, lejos está de mí.
La mujer está hecha para ser cubierta por el hombre, como una persona que se encuentra adentro de una cueva en una tempestad y está protegida del agua, del viento y de la lluvia. De la misma manera, la mujer está hecha para estar protegida por las paredes duras del hombre.
Yo hice al hombre para que proteja a la mujer, y pobre de aquel hombre que toque a una de mis hijas o que las desproteja.
Mañana voy a venir, dice Jesús, y voy a buscar a todas aquellas mujeres que, cuando me vean venir entre las nubes, levanten su mirada al cielo con humildad, en silencio, sin alboroto, cuyos corazones se hayan entregado a mí como su Rey.
Voy a venir a buscar solamente a aquellas mujeres que supieron cerrar sus bocas a la iniquidad y abrir sus oídos a mi consejo, porque Yo les hablo suavemente al oído, y la mujer que es humilde y mansa de corazón se queda en silencio, con la boca cerrada, escuchando lo que le digo.
Pero la altiva de corazón, la arrogante, la dominante, a esa aborrece mi alma, dice el Señor. A esa no puedo hablarle, porque no está dispuesta a escuchar a nadie. Lo único que quiere es dominar su ambiente y controlar, como una araña que va tejiendo su red, y cualquiera que camina cerca de ella cae en su trampa. Mis ojos no están sobre esta. Mi voz nunca le habló.
Pero a la que sabe bajar la cabeza, a la que sabe humillarse, a esa voy a exaltar. Ella está coronada de honores, dice el Señor. Mi mano está sobre esa, y a ella Yo le hablo suavemente al oído y me complazco con su delicadeza y con su suavidad.
Esa mujer que sabe ser humilde es la que muestra la gloria de mi creación, dice el Señor, porque es más valiosa que los rubíes, más hermosa que las flores. Sus modales son delicados y suaves, y su voz, tranquila. Cuando habla, la paz entra en el corazón de los que la escuchan.
Pero mi alma aborrece a las mujeres que levantan la voz para hablar, a las mujeres que se complacen con la injusticia, que caminan arriba de la cabeza de los pobres y de los tristes, que se idolatran a sí mismas, sentándose en un trono en su corazón y diciendo: «Yo misma voy a servirme y voy a hacer que todos me sirvan.» Ella va a arder en el fuego, porque no está sincronizada con mi creación.
Yo no creé a la mujer para que sea altanera, para que sea una diva de este siglo. A mí me complace la mujer sabia, la inteligente, no porque tiene mucho conocimiento de este mundo, sino porque sabe callarse cuando le conviene, porque no mata a su vecina con su lengua, sino que siempre medita las cosas dos veces antes de hablar, porque sabe el poder que tiene su lengua.
Yo amo a la mujer que sabe controlar su boca, que domina su lengua como un caballo salvaje que ha sido domado, que utiliza su lengua para bendecir y no para maldecir, que no envidia a su compañera, sino que siempre busca confortar los corazones necesitados de amor y de compañía.
Yo amo a la mujer que detesta la injusticia, la que levanta su mano para poner un stop cuando se encuentra en una situación donde alguien está siendo injustamente castigado.
El espíritu de la mujer es permeable, dice el Señor. Está más abierto que el de los hombres. Por eso debe mantenerse pura y casta, porque si no mantiene su corazón limpio y su mente calma, si no aprende a dominar sus deseos carnales, si no aprende a pisar la serpiente del orgullo, el diablo fácilmente puede impregnarla, porque la mujer está abierta.
La mujer es como una antena que percibe muchas cosas, y depende del canal que utilice, va a recibir una radio o la otra. Si su corazón está sucio, ella va a estar abierta para la radio equivocada. Pero si su corazón está limpio y sus motivos son correctos ante mis ojos, ella va a ser una transmisora de la radio de mi reino.
Una mujer que aprende a escuchar más que hablar va a ser apta para discernir cuando una voz viene del mal. La mujer sabia es la que aprendió a acallar sus pensamientos para poder escuchar, observar y darse cuenta de cuando anda el mal rondando enfrente de ella.
Pero una mujer que habla y habla todo el tiempo no está apta para escuchar, porque lo único que escucha su corazón es su propia voz, y no está libre para escucharme a mí. Sus ojos están tan distraídos en lo que ella misma quiere que no puede ver claramente. No puede discernir entre el bien y el mal.
Yo estoy llamando ahora a las mujeres a que aquieten su espíritu, dice el Señor, a que sean mansas y me dejen trabajar en ellas. Yo he llamado a las mujeres a que vengan a mí con piedad, con compasión, con misericordia en su corazón, porque la justicia de la mujer es lo que la viste. Su espíritu estará protegido y el diablo no podrá ingresar en ella. Por más que su espíritu sea permeable, sus vestiduras de justicia y de humildad la van a proteger.
Pero una mujer rebelde y desobediente es permeable a cualquier influencia del mal que está en el ambiente, y su espíritu tiene puertas abiertas por todos lados, porque no entiende el orden de mi creación. No entiende que Yo le he enviado el hombre para que cierre esas puertas abiertas en su espíritu y para que sea su escudo alrededor de su espíritu.
Pero la mayoría de las mujeres de este mundo no comprenden que cuando Yo doy un esposo a una mujer, el esposo es como un círculo que rodea el espíritu de la mujer y convierte su espíritu en impermeable ante los dardos del maligno, y este escudo espiritual solamente puede estar activo cuando la mujer lo acepta y entiende que a través de la mansedumbre, del servicio y de la obediencia, este escudo se vuelve cada vez más fuerte alrededor de su delicado espíritu y el malo no tiene chances de influir en ella.
La mujer no entiende que el hombre es su cobertura por la naturaleza en que está hecho, dice el Señor. Las manos del hombre la protegen en todo momento, cuando el hombre también está bajo mi propia cobertura, y las manos del hombre son las que detienen los dardos del mal.
El espíritu de la mujer es como una esponja que siente en su piel, que ve más allá de lo que ve el hombre, que percibe las distintas vibraciones que hay en su ambiente. Pero es el hombre que está al lado de la mujer el que sabe cómo frenar las malas influencias alrededor de la mujer. Es el hombre el que tiene el carácter para detener las obras del mal, porque Yo hice a tu esposo como un escudo fuerte, dice el Señor.
El espíritu de la mujer es liviano. La mujer está hecha para flotar en el espíritu, para ser como una pluma que se eleva al cielo. Sus pies no están arraigados en la tierra. Pero el hombre es más terrenal. Sus pies están pegados sobre la tierra, pero sus manos sostienen a la mujer para que no se vaya más arriba de lo debido.
Cuando una mujer no quiere someterse de manera divina a su esposo, se suelta de la mano de su hombre, que tiene los pies pegados en la tierra, su espíritu vuela más arriba de lo debido, y ella sale de la zona de protección donde su esposo la resguardaba, porque la mujer flota y es propensa a ser llevada por diferentes vientos, por diferentes doctrinas.
La mujer es propensa a creer lo primero que ve, porque su corazón es más inocente, porque es menos racional, más intuitiva y más sensible. Entonces, el hombre es el que le da el balance necesario, el que le recuerda que está en esta tierra, el que la hace volver cuando está flotando.
Pero cuando una mujer no quiere escuchar consejo de su esposo o de un hombre sabio, no tiene protección, porque flota y es llevada por cualquier viento que aparece en el aire, y simplemente no se da cuenta de que se está perdiendo.
Mujer, dice el Señor, Yo te estoy llamando ahora a que te tomes de mis manos y compares tus manos con las mías y te des cuenta de que las manos de un hombre no son iguales a las de una mujer. Las manos de un hombre son más duras y utilizan la fuerza, pero las de una mujer utilizan la delicadeza, la delicadeza del espíritu.
Las manos de un hombre están hechas para trabajar la tierra. Son crudas, son fuertes, porque esto es lo que necesita para pagar su deuda. Pero las manos de una mujer tienen que ser suaves para acariciar a sus niños. Tienen que ser delicadas para enseñar e instruir a su familia.
El corazón de una mujer está hecho para arder de amor, dice el Señor, para ser un fuego que quema las crudezas, para tranquilizar al hombre. Las manos de una esposa están hechas para acariciar los cabellos de su marido, para que cuando su marido vuelva a su casa, encuentre tranquilidad y refugio.
¿Por qué no quieres ser como Yo te hice, dice el Señor, si para mí eres una creación tan refinada, si para mí sos como un diamante, como una piedra preciosa de muy gran estima? Si supieras cuán grande es tu valor ante mis ojos, mujer.
Cuando Yo veo a una de mis hijas que entiende cómo Yo quiero que sea, que aprende a discernir cuándo la serpiente quiere llevarla por otro lado, mando a mis ángeles a que la protejan con sumo cuidado, para que nadie me toque esa piedra preciosa valiosísima en mi reino, y les digo:
«Resguarden a mi hija del mal, dice el Señor, porque hay pocas como esta: mansa, humilde, amorosa, que solo busca servir, confortar, ser de refugio, apaciguar, que solo quiere dar, que no busca ser primera, que no busca sobresalir, que no quiere ser lo que no es, que no se viste como una prostituta, sino que se viste de justicia, con humildad, buscando la belleza en todas las cosas, perfumando todo lo que está alrededor de ella, la que habla con tranquilidad, la que abre su boca con sabiduría y no con orgullo ni con arrogancia.»
A esa mujer ama mi corazón, dice el Señor, y Yo mando a mis ángeles para rodearla en todo tiempo. Aun cuando duerme, su sueño está cuidado por mis ángeles, y Yo la unjo con aceite fresco y consuelo su corazón y sus lágrimas, porque ella llora ante las injusticias de este mundo.
Ella abre su corazón para entender y para escuchar consejo de la gente que la ama, de la gente que me conoce, y cierra su corazón a los chismeríos. No compite con las otras mujeres, sino que comparte lo que sabe, consuela y conforta. Esa es la mujer que me agrada.
Vengan a mí, todas las mujeres que estén sufridas, dice el Señor. Entréguenme sus manos, muéstrenme sus heridas y confiésenme que quieren ser la mujer que Yo he creado, que quieren honrar mi creación, y Yo las voy a levantar tan alto como nunca lo imaginaron. Las voy a llenar de honra y honores y les voy a dar ropas nuevas en el espíritu, blancas como la nieve.
Les voy a dar un rostro glorioso y reluciente, sus pies van a ser delicados y más brillantes que el oro, sus manos van a tener movimientos finos, sus ojos van a ser como dos diamantes —brillosos, transparentes, iluminando a quien sea que los mire—, y su lengua repartirá vida en vez de muerte y ayuda en vez de juicio y condenación.
Entrégame tu corazón, dice el Señor, para que Yo lo moldee conforme a mi complacencia. A todas las mujeres las estoy llamando ahora, seas de la nación que seas. Te llamo a que laves tus faldas, a que pises a la serpiente de tu ego, a que bajes tu cabeza a mí con reverencia y respeto y aprendas a seguirme en humildad de corazón, para que cuando Yo venga te encuentre irreprensible, te encuentre sirviendo, te encuentre alabándome, porque Yo amo los cantos de las mujeres. Sus voces suaves y delicadas penetran mi corazón.
Yo amo la voz de una mujer delicada. Cuando ella me canta, los pájaros me alaban. Cuando una mujer canta, ningún espíritu inmundo puede resistirlo, porque la voz de una mujer mansa tiene el poder de echar fuera los espíritus inmundos. Cuando una mujer humilde me alaba y canta para mí, es como fuego consumidor para la oscuridad que hay alrededor. Los ángeles empiezan a tocar sus arpas, mis oídos se deleitan y me sonrío, y mi corazón se llena de deleite y gozo.
Si supieras, mujer, cuánto te valora mi alma, dice el Señor, cuán hermoso es tu cuerpo, que Yo he creado con mi propia mano, dejarías de odiarte sin sentido. Tienes que entender que Yo mismo te hice como eres, diferente al varón, porque así me complació.
Yo me deleito en las diferencias. Las mujeres que me tienen a mí en su corazón, que temen a Dios, son como las flores más hermosas. Cuando Yo miro desde mi trono hacia la tierra, ellas son las flores más hermosas de todas. Son las que más resplandecen entre la multitud. Su perfume llega hasta mis narices y me calma la ira, dice el Señor.
Si sientes que tu corazón aún está muy duro, que tu carácter aún no ha sido moldeado a mi gusto, si sientes que hay una capa de roca alrededor de tu corazón que aún no ha sido rota, si miras tus manos y ves que son muy rudas, si tienes la necesidad de descansar y de seguir en vez de ser seguida, si te has cansado de mandar, dame este yugo, dice el Señor, y Yo lo voy a cargar.
Pídeme a mí que te transforme en la mujer que Yo he creado y que he planeado que seas, dice Jesús, y con gusto voy a colocar mi mano sobre ti y voy a empezar a suavizar cualquier cosa áspera que se encuentre donde no tiene que estar.
Yo puedo modelarte con mi mano y cambiar en tu carácter lo que para ti puede ser imposible, dice Jesús. Yo puedo enseñarte a ser humilde, como Yo lo era cuando estuve en esta tierra. Yo puedo formarte para que seas una mujer que me complazca, para que seas mi sonrisa, porque todo es posible para mí.
Aun los caracteres más tergiversados, torcidos, enfermos, Yo puedo sanarlos, dice Jesús. Si te tomas fuerte de mi mano y confías en mí, Yo te puedo enseñar cómo bajar tu voz para que puedas cantarme en amor. Yo puedo enseñarte a dominar tu mente para que aprendas a no divagar en cosas que no aprovechan. Yo puedo enseñarte cómo relajarte y soltar las riendas de tu casa para que tu esposo las vuelva a tomar y el yugo sea quitado de tu espalda, dice Jesús.
Si me buscas en amor, en honestidad y en comprensión, y si aceptas que Yo soy el que te hizo mujer, que Yo soy el que hice mi más delicada creación, Yo puedo hacer que seas mi gloria, porque Yo quiero mirarte, mujer, y quiero que resplandezcas ante mí.
Yo quiero transformarte y hacerte recordar de dónde viniste, hacerte recordar tu naturaleza de mujer. Yo puedo suavizar tus manos rudas. Yo puedo transformarlas y sanar tu dolor. Yo puedo reparar las heridas de tu pasado, dice Jesús. Lo único que tienes que hacer es rendirte y dejar de controlar lo que no se puede controlar; rendirte, orar a mí y entregarte por completo.
Yo soy el maestro que sabe lo que necesitas, y si permites que Yo trabaje en ti y te renueve en el espíritu, vas a encontrar el gozo que nunca tuviste tratando de ser algo que no eres, algo que nunca vas a poder completar, dice Jesús.
Ven a mí, mujer. Sé humilde y búscame, y Yo te voy a bendecir más que las estrellas. Te voy a proteger de cualquier viento de increpancia, y el diablo va a estar furioso porque no va a poder tocarte, porque vas a habitar en mí.
Solamente a través de la humildad podés estar protegida, aprendiendo a escuchar más que mandar.
Yo amo a las mujeres, pero no a las de este siglo, dice Jesús, sino a las que se mantienen en mi Espíritu, adorándome todo el día. A esa voy a recompensar, y ella va a ser la que se siente a mi lado y beba de mi copa en mi fiesta, y vamos a celebrar juntos, dice Jesús.
Amén.
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