Hola amigos, ¿cómo están? Soy Noelia. Bendiciones en el nombre de Jesús. El Señor quiere hablar hoy a las naciones y dice así:
Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Todas las naciones sabrán que Yo soy el Rey, el Salvador de las almas. Todo aquel que se entregue a mí nunca más tendrá sed, dice Jesús, pero tienes que darme tu corazón completo. No te reserves ni una partecita. Entrégate por completo a mí para que Yo pueda trabajar en vos y hacerte una persona nueva. Tienes que darme todo lo que eres para que Yo pueda cambiarte, lavarte y regenerarte. Pero si te guardás una partecita de tu corazón, Yo no puedo ingresar, no puedo ser el rey en tu corazón, no puedo trabajar, como el doctor no puede trabajar en su paciente si el paciente no lo deja trabajar en él.
Por eso tienes que abrir la puerta de tu casa de par en par, no solo un poquito, dice Jesús, porque Yo no te doy un poquito de mí; me doy por completo a vos. No te reserves nada en tus bolsillos, dice Jesús. Dame todo lo que tenés. Dame todo lo que sos. No tengas miedo de sufrir, porque todo lo que voy a hacer en vos es para tu bien, porque Yo soy el único que sabe exactamente qué es lo que necesitás, y ningún hombre puede saberlo con su mente carnal, ningún hombre puede saber exactamente cada detalle de lo que cada persona necesita en particular, si no es por mí, dice Jesús.
Tómate fuerte, fuerte de mi mano. No me sueltes, pase lo que pase. No tengas miedo, porque Yo estoy con vos. Si vos permanecés habitando en mí, Yo te voy a mostrar el camino, aunque no te des cuenta de que Yo soy el que te está mostrando el camino, dice Jesús. Pero no te niegues a mí, no me desconfíes, porque lo único que quiero es que vayas a la luz, y que cuando te acerques a la luz, llegues sin vergüenza, sin ni una sola manchita en tus vestiduras; que cuando esa luz inmensa te ilumine, puedas mirarte a vos mismo y ver que en tus vestiduras no hay ninguna manchita, para que no tengas vergüenza de acercarte a mi Dios.
Pero hay muchos de ustedes, dice Jesús, que dicen entregarse a mí, pero se reservan una parte en su corazón, y Yo nunca puedo terminar de trabajar en vos como debería; no porque Yo no quiera, sino porque aún sos el rey o la reina en esa parte de tu vida. Yo estoy dispuesto a darte. Yo tengo las manos abiertas para dar. Estoy esperando que me pidas y que te entregues a mí. No soy Yo el que te cierro la puerta, dice Jesús, sino que sos vos, escuchando tus miedos, que te mienten noche y día, diciéndote que si abrís esa puerta que falta abrir, todo va a estar mal.
Pero esto es un truco del diablo para que no cedas, para que no te relajes y me dejes trabajar en vos. No te reserves nada, porque no hay secretos para mí, dice Jesús. Yo no miro las apariencias; miro lo que hay en los corazones, y puedo ver con claridad en el espíritu, en tu alma, si tu corazón está completamente abierto a mí o no. Y puedo ver, cuando te miro, cuál es la parte de tu vida que aún no me entregaste, que te estás reservando para vos mismo, y no puedo hacer nada, debido al libre albedrío que mi Padre le dio a cada uno de ustedes.
Dame tus manos cansadas y trabajadas, dice Jesús, y Yo las voy a restaurar a nuevas, como al hombre de la mano seca, que Yo restauré a nueva. ¿No confías en mi poder? dice Jesús. Mi Padre me entregó todo lo que tenía, después de mi sacrificio en la cruz. No hay cosas imposibles para mí, y lo que a vos te parece imposible de remediar, imposible de sanar, imposible de cambiar, de restaurar, de regenerar, a mí solo me lleva un segundo de tu tiempo. Pero entregame todos tus trapitos sucios, dice Jesús, y confía en mí.
Yo necesito que abras tu corazón a mí cien por ciento, no solo una parte, para que Yo pueda trabajar en vos cien por ciento y no solo una parte. No te niegues a mí, no tengas miedo de mí, dice Jesús. Yo solo quiero restaurarte, Yo solo quiero hacerte de nuevo, sanarte, porque Yo soy el verdadero y el único doctor de los corazones. Ningún doctor de este mundo puede ver lo que hay en tu corazón, pero Yo te conozco desde antes de nacer. Yo sé todos tus detalles. Yo conozco todos tus sufrimientos.
Yo sé que sentís, dice Jesús, que nadie te entiende, que nadie sabe lo que pasaste, lo que sufriste, pero Yo te conozco, mi hija, mi hijo, y quiero ayudarte. Estoy dispuesto a darte todo lo que necesitas para que todo ese sufrimiento quede en el olvido y nunca más forme parte de vos, porque Yo estoy lleno de amor por vos, y lo único que quiero es renovarte; renovar tu fe, renovar tus esperanzas, renovar tu vida, darte un nuevo canto, una nueva alabanza, y que te levantes todos los días y seas como los pájaros que me cantan, que le cantan a mi Dios.
Es una pena para mí ver cómo aún no me entregaste esa partecita que te estás reservando para vos mismo, y ver cómo el diablo se sale con la suya y utiliza el miedo para alejarte de mí. ¿No te das cuenta de cuán importante sos para mí? dice Jesús, que Yo quiero tenerte en mi reino, que Yo quiero tenerte en mi familia celestial, que Yo quiero darte todas las cosas. Pero aún no me conocés, dice Jesús, porque te estás negando a mí, y con tu boca decís que te entregaste, pero no es cierto.
Yo te estoy llamando ahora. Yo te he llamado varias veces, pero cada vez que escuchás mi voz se levanta el miedo y te roba de mi lado. Pero Yo estoy ahí, una y otra vez, dice Jesús, intentando que me escuches, tratando de tocarte, pero vos decidiste en tu corazón, hace mucho tiempo atrás, que era demasiado difícil entregarte a mí, demasiado peligroso, demasiado doloroso. Pero Yo soy el único que puede arrancar ese sufrimiento de tu corazón, el único que puede darte libertad en el corazón.
Escúchame ahora, dice Jesús. Soy Yo el que te estoy hablando. ¿Cuántas veces me pediste una señal? ¿Cuántas veces me dijiste: «Señor, te necesito en mi vida»? Y cuando Yo vine a responderte, me cerraste la puerta por miedo a entregarte a mí, por miedo al sufrimiento, por no confiar en mí. Pero ¿quién más va a querer tu bien si no soy Yo? dice Jesús, si Yo soy el único que te ama de verdad, si Yo soy el único que te perdona, una, y otra, y otra, y otra vez.
¿No crees que Yo puedo sanarte? ¿No crees que Yo puedo lavarte? ¿No crees que Yo puedo restaurarte? Pero si fueras como la mujer que tocó mis vestidos y se sanó al instante…
Entre tanta gente que quería acercarse a mí, ella insistió, insistió e insistió hasta lograrlo, y cuando finalmente tocó mis vestidos, fue hecha nueva instantáneamente. Sanó por completo. Instantáneamente se le abrieron los ojos y pudo verme cara a cara quién era Yo. Pero ella no se reservó nada en sus manos. Me entregó todo lo que era, todo lo que tenía. Me entregó su enfermedad a mí. Entregó aquella parte de su corazón que estaba trastornada. Me entregó su corazón en mis manos, dice Jesús, y Yo felizmente acepté darle uno nuevo, porque Yo estoy esperando que me entreguen todos los corazones rotos, para darles uno nuevo, con nuevas fuerzas, con nueva vida, con un nuevo aliento de vida para que puedas respirar y encontrarme cada mañana.
Cada vez que abrís los ojos y respires un nuevo día, Yo voy a estar ahí, y ya no habrá más llanto, ya no habrá más sufrimiento, y todo lo que te hacía desfallecer, todos los traumas del pasado, todas las agujas que estaban clavadas en tu corazón, ya no van a estar más, y te voy a dar un corazón de carne, un corazón blandito, lleno de amor por mí, por los demás, por la vida, por vos misma, por vos mismo.
Pero tenés que confiar en mí, dice Jesús. Entregame ahora todo lo que sos, dame eso que es lo que más te duele, dámelo a mí, ya no lo retengas más, y Yo voy a poder trabajar en vos como un mecánico que arregla una máquina que estaba rota, que le faltaba una pieza y ya no podía funcionar. Como una máquina a la que le faltaba aceite, Yo te voy a dar un nuevo aceite, un nuevo óleo de vida, dice Jesús, y lo vas a sentir corriendo en tu cuerpo, en tu sangre, porque Yo te voy a dar de mi sangre, de nueva vida, Yo te voy a dar de beber un nuevo vino para que festejes en mí.
Así que ahora abríte, abrí tu corazón a mí y buscáme, y llamáme, y rogáme, imploráme, dice Jesús, de todo tu corazón. Luchá contra esos miedos que quieren mentirte y alejarte de mí. ¿No te das cuenta de que es el diablo el que quiere impedir que te entregues a mí? Porque él sabe que si me entregás tu corazón por completo, ya no va a tener más chances, ya no va a poder seguir lastimándote, ya no va a poder seguir hiriéndote, ya no va a poder clavarte ninguna aguja más en tu corazón mientras habites en mí.
Sí, el proceso de sacar las agujas de tu corazón puede resultar doloroso, pero luego de eso ya no vas a tener más memorias de haber sufrido lo que sufriste, y solamente habrá dicha, gozo del Espíritu, porque mi amor va a permanecer en vos. Pero tenés que pasar por eso, tenés que caminar ese camino. De la misma manera que un paciente tiene que entrar en la sala de operaciones, puede resultar doloroso que te corten y te abran el corazón en el medio para sacarte lo que no sirve: lo que está podrido, lo que está estancado, lo que te está pinchando y punzando, tus emociones, lo que no te deja vivir en paz. Pero una vez que ha sido operado, dice Jesús, esa herida cicatriza, y vale la pena pasar por ese proceso.
Créeme que vale la pena entregarte a mí. Dame eso ahora, dice Jesús, en este mismo momento. Entrégamelo ya. No hay más tiempo que perder. Entrégame lo que tenés guardado en lo más secreto, en lo más profundo de tu corazón, lo más viejo; eso que tanto te duele, que no querés darme, eso que tanto querés esconder de los demás. Sin embargo, se hace tan visible en tu mirada, y tu rostro se va envejeciendo por causa del sufrimiento escondido, del sufrimiento guardado. Sacalo a la luz. Meté tu mano en lo más profundo de tu corazón y sacá eso que está guardado en el fondo del pozo. Sacalo ahora, dice Jesús. No tengas miedo y entrégalo a mí. Dámelo en mis manos y decime:
«Jesús, te entrego todo lo que soy, te entrego todo lo que tengo, y te doy esto que no sé qué hacer con ello, te doy esto que hace tantos años que me está lastimando, que no puedo perdonar. Te doy este corazón, esta parte de mi corazón que está podrida. Te la entrego a vos, mi Señor, porque solamente Vos sabés lo que tenés que hacer con ello. He buscado ayuda en todos lados, igual que la mujer que estaba enferma de la pérdida de sangre. He gastado dinero en psicólogos, he gastado dinero en doctores, y parece que estoy cada vez peor. He acudido a hechiceros, a adivinos, y nadie pudo ayudarme, porque nadie puede llegar hasta ese profundo pozo que hay en mi corazón, donde está esa podredumbre.
Jesús, meté tu mano en mí y sacalo de mí. Arrancame este dolor, sacá este sufrimiento, que ya no me deja vivir. Necesito tu paz, necesito tu vida. Dejame tocar tus vestiduras, Señor, para que yo pueda ser salvo y para que puedas hacerme completo de nuevo. Señor, te necesito. Ya no quiero ser más el que soy. Señor, quiero que me hagas de nuevo. Te entrego esa parte de mi corazón que está podrida, para que me des una nueva parte con vida, Señor, para que me des un corazón nuevo, que late por vos, para que nunca más ninguna aguja pueda entrar en mí y herirme. Señor, dame esa vida para que yo pueda beber de tus aguas frescas y nunca más tener sed.»
El Señor dice que ores a Él y le digas:
«Señor, he buscado en todos lados y no encuentro la vida que necesito para salir de donde estoy. Señor, pensaba que te lo había dado todo, pero me he mentido a mí mismo, porque cuando miro a mi corazón, yo sé que hay una parte que aún no te entregué, y yo sé que me falta algo, siento que me falta algo, Señor, y esto es por mis propias decisiones. Pero me arrepiento de reservarme esto para mí. Me arrepiento de querer ser mi propio Dios en esa parte de mi corazón. Confieso que me escondí de vos por miedo, por pensar que yo mismo tenía que renovarme, por no entender que Vos sos el doctor de los corazones, que tengo que entregarme por completo a Vos para que me operes, Jesús. Pero ahora te entrego mi corazón, te entrego mis manos, te entrego mis pensamientos, te entrego todo lo que soy, Señor, para que trabajes en mí y me renueves. Jesús, necesito respirar tu perfume, necesito renacer, necesito ser una persona nueva. Gracias, Señor.»
Yo estoy esperando que clames a mí, dice Jesús, pero muchos me cierran la puerta. No soy Yo el que me niego a vos; es solamente que aún no te entregaste por completo a mí, si aún no pudiste encontrarme, dice Jesús. No es porque Yo no quiero verte, no es porque Yo no quiero escucharte; es porque vos te has negado a mí de alguna manera y has cerrado esa puertita en tu corazón hace mucho tiempo atrás, tanto que ya te olvidaste de que está cerrada. Y eso de lo cual no querés hablar está tan metido bajo la alfombra, que hasta a vos mismo te resulta difícil encontrarlo. Pero no importa, dice Jesús, porque para mí nada es imposible, y lo que para vos ya está escondido muy, muy profundo de tu conciencia, para mí está en la superficie y puedo verlo claramente, dice Jesús.
Te espero, hija mía, hijo mío. Espero que reacciones esta vez. Espero tu entrega y tu respuesta a este mi llamado. Amén.