Padre nuestro, Abba Padre, Señor de Señores, gracias porque desde el momento que tu Espíritu Santo mora en mí, me has convertido en tu hija, Padre santo, en una hija más del reino, Señor. Abba Padre, Papá, querido mío, acompáñame, Padre santo. Vengo ante tu trono, Señor, para adorarte, para decirte cuán grande eres, Padre santo, porque Tú solo te mereces ser llamado Padre. Nadie más en esta tierra merece ese título, Señor. Papá perfecto, Tú sanaste toda la figura de padre en mí, todas las falencias de mi padre terrenal, Señor. Tú lo rellenaste, Señor, Tú lo completaste, Tú levantaste la figura de padre para mi vida, el único Padre perfecto, el único Padre que verdaderamente me ama con amor puro, sin maldad, sin malicia, sin imperfecciones, Señor. Gracias, Papá, por tratarme como una hija, por tratarme con tu amor paternal, por tenerme en tus brazos, Señor.
Puedo sentir cómo me puedo colocar al lado tuyo, Señor, y recibir tu amor, tu misericordia, tu piedad, Padre santo. Gracias por corregirme como un Padre también, como un Padre perfecto, como el único Padre que sabe lo que me merezco, Señor, lo que me hace falta, lo que tengo que aprender, Señor. Señor Dios, Tú eres el único Padre que está al lado mío continuamente, Señor. Si yo permanezco en tus caminos, soy tu hija, Señor, y te agradezco por eso, te agradezco. Gracias, Padre santo, que estás en los cielos, que habitas en los cielos, en todos los cielos que existen, Señor, porque tu deidad está en el primer cielo, en el segundo y en el tercero, y todo lo abarca y todo lo sabe, porque sos omnipresente, Señor, porque Tú estás en todos lados, arriba de la tierra, sobre la tierra y abajo de la tierra, y todo abarca tu presencia, Señor perfecto, porque todos los cielos te pertenecen y fueron creados por tu mano perfecta.
Señor, Tú eres omnisciente, porque todo lo sabes, lo que sucede en todos los cielos, y tienes un plan perfecto. Gracias, Señor, por todo. Santificado sea tu nombre, Señor, tres veces santo: santo, santo, santo, Señor del universo, Creador de todo lo que existe. Señor, santifico tu nombre y te bendigo ahora mismo, Señor. Bendito sea tu nombre, Señor, y los ángeles te alaben por los siglos de los siglos. Gloria a vos, Padre santo. Gloria a ti, Señor Jesús. Toda la alabanza te pertenece, Padre de las luces. Alabado seas, Señor. Bendito sea tu nombre por siempre, por los siglos de los siglos, Señor.
Venga tu reino, Padre santo. Baje tu reino a nosotros. Manifiéstate, Señor, porque la Palabra dice que el reino está a la mano y que el reino está en nosotros. Señor, abre nuestros ojos espirituales para poder reconocer tu reino, para poder sentirte, Señor. Derrama tu Espíritu Santo sobre nosotros para que tu reino se haga manifiesto adentro nuestro, Señor. Construye fortalezas, Señor, conquista nuestro templo, conquista nuestro cuerpo, que es tu templo, el templo del Espíritu Santo. Venga tu reino ahora en nosotros, Señor. Tu reino está en nosotros, Señor. No lo quites nunca. Venga tu reino a esta tierra, Señor.
Hágase tu voluntad, porque solamente tu voluntad es perfecta, santa, pura y recta, Señor. Permítenos, enséñanos a alinear nuestra voluntad a la tuya, Padre santo, para no hacer los deseos que busca nuestro corazón, sino los tuyos, Señor, para seguir tus caminos. Padre santo, te pedimos que tu voluntad venga y se muestre en nosotros, Señor. Muéstranos tus pisadas, Jesús, para poder seguirte. Señor, no queremos ir por nuestros propios caminos. Queremos manifestar tu voluntad, Señor. Exaltado sea tu nombre. Como en el cielo, Señor, así también en la tierra se haga tu voluntad, Padre santo. Como en el cielo tu voluntad se realiza, asimismo en la tierra, Señor. Como tu voluntad se hace en lo invisible, Señor, te pedimos que tu voluntad se manifieste en lo visible, Padre santo. Gracias, Señor, por esto, por todo.
Danos el pan nuestro de cada día, Señor, dánoslo hoy. Padre santo, necesitamos ese pan, necesitamos ese pan. Estamos hambrientos de tu pan espiritual, Señor. Jesús dijo: «Yo soy el pan de vida. Todo el que viene a mí no tendrá hambre ni sed jamás», Señor, porque Jesús es la Palabra, el Logos. Necesitamos esa palabra, ese pan, Señor. Danos discernimiento, inteligencia, sabiduría para reconocer tu mensaje en las Escrituras, Señor, en nuestro pan de cada día, para entenderte y conocerte más, Padre santo. Yo sé, sabemos, Señor, que la Biblia tiene vida, que las palabras de la Biblia son nuestro pan, que cuando leemos las Escrituras estamos alimentándonos literalmente en el espíritu, y eso necesitamos cada día, Señor. Aliméntanos como alimentas a los pájaros del cielo, Señor. Aliméntanos, danos ese pan cotidiano todos los días.
Haznos aprender algo nuevo de tu reino, de ti, de tu personalidad, de tu Hijo Jesús, del Espíritu Santo, de las cosas celestiales, Señor. Te agradezco, Señor, por ese pan, te agradezco por el maná, que es Jesús. Gracias, Señor, porque nunca nos abandonas, Padre santo, porque somos tus hijos y estamos en tu mano y vos nos alimentas, nos alimentas cada día con tu pan celestial. Te pedimos, Señor, que nunca nos dejes hambrientos, que alimentes nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo con pan de justicia, Señor. Gracias, Señor, por ese pan, nuevamente. Siempre estaré agradecida, Señor, por abrirme los ojos y poder entender tu Palabra al fin, y que todas esas letras y palabras de la Biblia cobren vida, Padre santo, cuando antes estaban muertas para mí.
Una vez que pude saborear a tu Espíritu, Señor, también pude saborear el sabor de tus palabras, el sabor dulce de esas palabras, Señor, que cuando uno las lee son como una espada de doble filo que te corta el alma y las entrañas y que llegan hasta lo profundo de nuestro vientre, pero a la vez sabemos que es necesario. Es que esa espada está realizando una cirugía en nuestro corazón, del alma, Señor, una cirugía necesaria que corta y saca y cambia y destruye lo que no sirve y lo reemplaza por el verdadero pan de vida, Señor, para que Cristo pueda habitar en nuestros corazones. Danos eso hoy, mañana y siempre, Señor. No te olvides de nosotros, Padre.
Aquí estamos, arrodillados ante tu trono, Señor, y perdona nuestras deudas, Señor. Señor, te damos gracias por habernos perdonado cuando vinimos ante ti con arrepentimiento verdadero de corazón. Señor, te damos gracias porque a través del sacrificio de tu Hijo unigénito Jesús, a quien entregaste como un cordero inocente en la cruz para que nuestros pecados puedan ser perdonados y lavados a través del arrepentimiento, Señor. Tú nos perdonas nuestras deudas, nuestras ofensas, nuestros pecados, nuestros errores, Padre santo. No alcanzan las palabras para agradecerte, Señor de los ejércitos, por perdonar nuestras deudas, Señor.
Danos el mismo corazón perdonador que tiene Jesús, que tenía cuando sus opresores estaban castigándolo en la cruz y Él pidió por ellos igual y dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Danos el mismo corazón. Lo necesitamos, Señor, para poder perdonar a nuestro prójimo, a nuestros enemigos, Señor. También sé que el perdón es una decisión y decido ahora mismo perdonar a mis ofensores, a mis enemigos, a los que me persiguen, a los que me maldicen. Los bendigo, Señor, en el nombre de Jesús, en el nombre del Rey, a los que me ofenden, a los que me atacan, a los que me hacen sufrir. Los perdono ahora mismo. Señor, quita las espinas en mi corazón que han quedado clavadas de cuando me han lastimado, de cuando me han ofendido, Señor. No me permitas victimizarme, Señor. Los perdono ahora mismo. Señor, ayúdame y sana mi corazón, sana nuestros corazones. Señor, venimos ante ti para pedirte que nos levantes, que nos quites cualquier raíz de resentimiento, Padre santo. Gracias, Señor, porque todo es posible a través de Jesús.
Señor, danos un corazón perfecto, cada vez más cercano y parecido al corazón de Jesús, que pueda perdonar setenta veces siete a nuestros enemigos, que tenga ligereza y rapidez en perdonar, Señor. No nos permitas caer en ira, Señor, no nos permitas ser manejados por la ira, por el rencor. Libéranos de cualquier espíritu de resentimiento en nuestro corazón que amarga nuestra alma y el Espíritu Santo, porque también nosotros debemos perdonar a nuestros deudores para ser perdonados. Señor, ¿cómo puedo pedirte perdón si yo no he perdonado? Sería una hipócrita. Señor, te pido perdón por mis errores. Te doy gracias por perdonarme a través de la sangre derramada de Jesús, Señor. Te entrego mi vida, te entrego todo lo que soy. Forma nuestros corazones como un corazón perfecto, como un corazón recto, lleno de justicia, lleno de amor y lleno del perdón, Señor, porque no nos alcanza con cumplir tus mandamientos y leer tu Palabra, y orarte, y ayunar, y buscarte, sino que también debemos perdonar diariamente, Señor, y mantener nuestro corazón limpio y puro de resentimiento y de odio.
Señor, aleja de nuestra vida estas cosas que nos destruyen, que destruyen a los demás, y que no nos edifican. Señor, no nos metas en tentación. Te pido, Señor, que nos alejes del tentador, y si Tú quieres que pasemos por pruebas para aumentar la medida de nuestra fe, para aumentar nuestra paciencia, Señor, también te lo agradecemos, pero te pedimos también la fortaleza espiritual para resistir a las tentaciones, para resistir al tentador, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil y hacemos lo que no queremos y decimos lo que no queremos, Señor. Permítenos resistir a las tentaciones del diablo, a la serpiente antigua que día a día nos habla en el oído e intenta semillar en nuestra mente y trabaja en nuestra mente y en nuestro corazón para semillar semillas de iniquidad. Señor, quita la cizaña de entre el trigo en nuestro corazón, y deja solamente lo puro.
Por favor, líbranos de la tentación, Señor. No nos hagas caminar en caminos oscuros, tenebrosos y tentadores. Señor, danos la fuerza para resistir a la codicia de nuestros ojos, a la codicia del gusto, del tacto, del olfato, del oído, Señor, porque sabemos que estas son herramientas que usa el enemigo junto con nuestras emociones, junto con nuestros deseos, con nuestros deseos de vanagloria. Señor, danos la fuerza para tener todas estas cosas aplastadas bajo nuestro pie, como una serpiente que uno tiene aplastada, que la tiene controlada por el pie. Enséñanos a aplastarle la cabeza a la serpiente antigua, Señor, y a tenerla en dominio, como un perro que uno tiene atado. Señor, gracias por tus pruebas, porque la prueba de la fe produce paciencia, pero aleja el tentador de nosotros, aleja al diablo, que anda como león rugiente queriendo devorarnos, que busca cualquier puerta abierta.
Señor, enséñanos a tener dominio sobre las cosas espirituales, en el nombre de Jesús, Señor, a mantener las puertas de la iniquidad cerradas, las puertas de la oscuridad, y solamente mantener abiertas las puertas del bien, las puertas del tercer cielo, para que se manifieste tu reino y no el reino del mal, Señor. Sabemos también, Señor, que no nos permites ser tentados más allá de lo que podemos resistir, y te damos gracias por eso. Te doy gracias, Señor, por eso, porque solamente adelante mío me muestras una prueba que soy capaz de pasar, y nunca me pides más de lo que puedo hacer, Señor, aunque mi espíritu a veces desfallece y mi mente me quiere engañar y quiere decirme que no soy capaz de pasar algunas pruebas, Señor. Te doy gracias, porque sí puedo. Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece.
Señor, te doy gracias por tus pruebas, pero te pido que nos alejes de la tentación, que nos des fuerza para resistir al maligno, para resistir a los pensamientos adentro nuestro, Señor, porque nosotros somos nuestro primer enemigo, nuestra mente carnal, nuestra carne, las concupiscencias de nuestro corazón que atraen al tentador. Entonces, te pido, Señor, que nos quites, que nos limpies las concupiscencias de nuestro corazón, que nos hagas ver, que nos levantes en nuestra conciencia ahora mismo cualquier iniquidad que esté en nuestro corazón que no te agrada, Padre santo, para ser limpios y para que la tentación no tenga ningún poder en nosotros, para que no cedamos a la tentación, Señor. Sabemos que el diablo anda como un león rugiente, fijándose a quién puede devorar, Señor. Nosotros no queremos ser su presa, Señor. Queremos resistir hasta el final toda la tentación de nuestra carne, de nuestra alma, Señor. No nos permitas caer en la tentación, Padre santo. Líbranos, líbranos en nuestro corazón, Señor.
Libra nuestro corazón del mal, Señor, a través de Jesús, porque Jesús es el único doctor de los corazones, el único que puede liberarnos. Trae liberación a nuestro corazón, Señor. Líbranos del mal que está en nuestro corazón, que habita en nuestra alma por los pecados cometidos de nuestros antepasados, Señor. Líbranos del mal de los espíritus oscuros que habitan en nuestra alma y que se fueron pasando de generación en generación, Señor. Líbranos del mal, Señor. Libra a nuestros hijos del mal también, Señor. Trae liberación a nuestras casas, Señor, trae liberación a nuestra vida, Padre santo. Líbranos de la esclavitud del pecado, Señor. Gracias, Jesús, porque a través del sacrificio que hiciste en la cruz nosotros podemos ser libres, porque a través de la esclavitud que Tú tuviste que pasar en esa cruz, nosotros podemos saborear la libertad en el espíritu. Gracias, Jesús, porque a través de tu sacrificio nosotros podemos resistir a la tentación, porque tu fuerza está en nosotros. No es nuestra propia fuerza, sino la tuya.
Gracias, Padre, por enviar a tu Hijo para salvarnos. Gracias, Señor, por todo, porque tuyo es el reino. Todo lo que existe es tuyo, creador de todo lo que existe debajo de la tierra, encima de la tierra, creador de las cosas visibles y de las invisibles, Señor. Tuyo es todo el reino sempiterno por siempre, Señor, y el poder y la gloria. Señor, tu gloria es incomparable, y ninguno de nosotros podría acercarse tanto a ti, porque tu gloria nos mataría en un segundo, Señor. Te agradecemos por mirarnos a pesar de tu poder, Señor, a pesar de tu grandeza, a pesar de tu infinito poder que no tiene límites, que ni siquiera nuestra mente humana puede entender. Te agradecemos por asimismo amarnos, por considerar a cada uno de nosotros, de tus hijos, como una piedra preciosa invaluable ante tus ojos. No puedo entender cómo siendo un Dios tan poderoso, el único Dios que existe, con tanto poder y con tanta gloria y con tanta perfección, aun así me mires y me llames hija, y tu rostro mire hacia mí y quieras perfeccionarme, Señor, y hayas entregado a tu Hijo por mí. Mi mente no lo puede entender, porque soy humana, Señor, y mi mente es limitada. Quisiera tener más entendimiento, Señor, quisiera tener la misma misericordia de tu corazón, quisiera tener una piedad tan grande como la tuya, mi Dios.
Gracias por todo, Señor, gracias por este momento de oración, de compartir con mis hermanas y hermanos este momento de oración. Enséñanos a deleitarnos en la oración, Padre santo. Alabado seas por siempre, Señor, por los siglos de los siglos. Eres eterno, Señor, dueño de la vida eterna por siempre, donde no hay tiempo, porque Tú habitas donde no hay tiempo, Señor, donde solo existe la eternidad. Danos esa vida eterna, Jesús. Gracias por todo, mi Rey y mi Señor, mi Padre celestial.
Señor, ahora oro por todos los hermanos que están escuchando esta oración y por todas las personas para que se sientan edificadas, para que se sientan inspiradas a orar, en el nombre de Jesús. Gracias, Señor, porque en tu Palabra, en Mateo 6, hasta nos dejaste un modelo de cómo orar, cómo hablarte, cómo comunicarnos contigo, Señor, sin lo cual no podríamos subsistir y nos quedaríamos huérfanos, como niños sin padre. Gracias por dejarnos el Padre Nuestro, Señor. No nos permitas ser como los fariseos, Señor, diciendo vanas repeticiones una y otra vez, como si no habláramos con una persona, pero yo sé que Tú eres un Dios que tienes una personalidad completa, Señor, y que te agrada que te oremos y que te hablemos y que te contemos nuestro estado, nuestras necesidades, Padre santo.
Padre nuestro que estás en los cielos, te agradezco por todo. Inspíranos y guíanos a esa oración perfecta, Señor. Derrama tu Espíritu Santo sobre nosotros para que podamos orar perfectamente, Señor. Te agradezco por todo en el nombre de Jesucristo de Nazaret, quien se entregó por nosotros en la cruz siendo inocente, sin pecado, quien murió y resucitó al tercer día por el poder del Padre y ahora está sentado a la derecha de su trono, a quien le pusiste a todos sus enemigos debajo de sus pies, en el estrado de sus pies, a quien le entregaste todo el reino, Señor, y quien volverá a venir a nosotros con ojos de llama de fuego, en poder y en gloria, con la corona de oro, con la corona perfecta de la justicia. Gracias, Señor. Gracias, Jesús. Gracias, Espíritu Santo. En el nombre de Jesús, amén.